Titixe es un documental que recoge el duelo de una familia y pone énfasis en el abandono del campo mexicano, filmado por la cineasta Tania Hernández Velasco.

Valentín, el último campesino de una familia mexicana, ha muerto y con él se ha ido toda sabiduría para trabajar la tierra, décadas de conocimientos sobre trabajo agrícola que ni sus hijos ni sus nietos tuvieron interés en aprender. Sin experiencia agrícola, su hija y su nieta (la directora de esta película) intentarán una última siembra para convencer a la abuela de quedarse con el terreno familiar. Juntas encontrarán los vestigios –el titixe– de este hombre y su trabajo: brotes que bailan al son de norteñas, un árbol de luto, el lenguaje de las nubes, fantasmas, historias y muchas semillas. Este es un mosaico intimista de la cosecha final de una familia en un país que ha dado la espalda a su campo.

«Hace ocho años mi abuelo me confesó que se sentía profundamente triste de que ninguno de sus nietos y nietas se hubieran dedicado al campo», recuerda Tania en una entrevista. «Se me ocurrió ofrecerle filmar una película con él para que nos compartiera su visión del trabajo en la tierra. Pero nunca la pudimos hacer».

Titixe comienza como el esfuerzo de Hernández Velasco por cumplir la promesa hecha a su abuelo y como una forma de aproximarse, con su madre, a lo que quedaba de don Valentín: un terreno en Guadalupe Victoria, Puebla, que formó parte del sustento familiar durante décadas. «Mi mamá estaba atravesando un duelo fuertísimo y la excusa de ir al terreno para sumergirnos en su mundo fue de alguna manera una forma de aproximarnos a él y de cerrar el ciclo de mi familia como campesina», agrega.

«Era difícil encontrar la distancia justa entre hija y cineasta», dice Hernández Velasco, quien también funge como programadora en el Festival Internacional de Cine de Los Cabos. La directora logra una narración entrañable en la que equilibra los momentos de fuerte valor familiar con una crítica a la desconexión entre las generaciones más jóvenes y la naturaleza.

«Nací en la Ciudad de México; mi mamá emigró para acá cuando era adolescente», cuenta Tania. «Crecí con una narrativa súper distinta de la del pueblo de mi familia, de su pasado agrícola y cercano a la naturaleza». La directora no responsabiliza a su madre por ese alejamiento, sino a la realidad social de los centros urbanos en México. «Creo que es una visión que como país hemos asimilado de desprecio a todo aquello que no pertenezca a lo citadino, a lo industrial, a lo científico».

¿Cuánto vale el kilo de frijol?

Como muestra el microuniverso de Titixe, en México el sector agrícola está muy castigado. En el documental, la directora recuerda la única vez que vio llorar a su abuelo. Don Valentín le contó sobre una vez en que pidió un enorme préstamo al banco para sembrar calabacitas; cosechó cinco toneladas y al tratar de venderlas no le ofrecían más de un peso por cada kilo. Eso no cubría ni un tercio del préstamo así que, furioso, lanzó todo su producto a un barranco.

La madre de Tania no dice cuánto invirtió en las semillas para sembrar la cosecha de frijol en Titixe. Sin embargo, su tío Abel le explica que en otro tiempo la misma cantidad de semilla hubiera producido mucho más. «Aunque se vendiera hasta el último frijol, no alcanzaría ni para cubrir la mitad de lo que mi mamá invirtió», cuenta Tania en el documental.

Titixe muestra el camino de un año desde la siembra del frijol hasta la preparación del terreno para el año siguiente. Cada kilo de frijol que se produce lleva a cuestas el trabajo de cinco o seis personas, de varias mulas, de al menos un par de bueyes que jalan la yunta.

El precio al que se vende al menudeo, en el mercado o en otro centro comercial, está muy lejos de lo que se le paga a los campesinos que lo cosechan

«La desconexión entre el consumidor y el productor es brutal. Al final en la ciudad todo es tan aislado. Consumimos sin preguntarnos de dónde vienen las cosas y quiénes son las personas que las trabajan», agrega la directora. «Para mí darme cuenta que la persona que trabaja el frijol es mi abuelo fue muy impresionante porque nunca me había dado cuenta del peso, de la dureza y del reto de esa labor».

«Me di cuenta también de lo abandonado que está en México el trabajo agrícola», reflexiona Tania Hernández Velasco. «Con la película me han contado otras personas que también comparten el origen del campo… creo que en este país más personas de las que creemos tenemos esa conexión».

Cada minuto de Titixe enamora al espectador con su fotografía intuitiva y emocional, con la dulce musicalidad de su diseño sonoro, con sus escenas campestres: el árbol de huaje que espera paciente en el centro del terreno familiar el pasar de las estaciones, las flores delicadas que rodean la siembra, las voces de los niños que cantan mientras trabajan, las lágrimas de las mujeres que recuerdan a su esposo, su padre, su abuelo.

Juntos, los familiares de don Valentín buscan en cada hierba, en cada centímetro de la siembra, el titixe, lo que queda, después de la partida del último Velasco que supo arar el campo. «Son maneras de ver el mundo completas que quedan borradas y la revisión individual de lo que nos toca en ese desplazamiento creo que es importante», concluye la directora.

Titixe se estrenará en el marco de la 9ª edición del Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM). En 2018 fue el único largometraje documental mexicano en participar en la treceava edición de la Fiesta del Cine de Roma.

 

 

 

 

 

Fuente

La mayor parte del texto ha sido extraída del artículo escrito por Marcela Vargas, titulado: «Titixe, un documental conmovedor sobre el abandono al campo mexicano«.