Man with red eyes (1938). Laurence Stephen "L.S." Lowry

Un hombre bajo, de voz grave me detuvo al regreso de la pensión de ancianos donde está mi madre. Me preguntó por la calle 1, y dónde exactamente estaba la parada para tomar el transporte a Moreno. Me imagino que había salido de la pizzería que está justo enfrente, por donde estaba cruzando yo, ahí  a veces los viernes hay lectura de poesía. Me imagino, porque apareció de golpe en mi campo visual y no había otro lugar abierto de donde pudiera haber salido. Porque el hombre tenía los ojos rojos, me imagino que había bebido. Vino, me imagino, creo que podía sentirse el olor, y más aún, uno de los ojos parecía más cerrado que el otro, parpadeaba, me imagino que por la lluvia, que se había detenido recién. Yo iba bastante mojada todavía, la visita no había sido lo suficientemente larga para secarme adentro de la habitación. Me imagino que el hombre estaba en la ciudad por cosas de tribunales, que tienen sede en la capital de la provincia. Me lo imagino más que nada por la carpeta que llevaba, del tipo que se usa para escritos y esas cosas jurídicas. Tuve que ver algunos papeles relacionados con la casa de mi madre, que estaba con cesión y usufructo, y con hipoteca, aunque ahora bien vacía de personas aunque no de trastos que iban cubriéndose de polvo, y cosas pendientes. Me imagino que habrá tenido que preguntar de nuevo, llegado a la calle 1, si es que no se había perdido de nuevo en la esquina de la diagonal, que justo se abría a mis espaldas. Me imagino también una casa suburbana en Moreno, donde nunca estuve, con unas piezas en el fondo y una anciana viviendo allí, además me imagino que siendo un hombre solo esa mujer es su madre y no ha tenido necesidad de irse a una pensión, disponiendo de lugar en el fondo, bien puesto y con baño, como para tener también una enfermera con la obra social. Me imagino que si podía estar haciendo trámites en la capital de la provincia, en tiempo de feria, tendría un buen abogado. Me imagino que precisamente a él había encontrado en la pizzería donde por las noches, cada tanto van a leer y escuchar poemas. Yo fui a escuchar algo allí una noche. Me imagino que la enfermera tendrá buen ánimo, el que hace falta para meterse con una vieja  en ese pasillo suburbano y a merced de ese hijo con el ojo ladeado, que a veces bebe de más, y de día, que siendo por las noches y en su casa no sería para tanto, aunque la enfermera tendrá que saberlo, aún estando patio por medio. Me imagino que en ese patio hay poco más que la soga de la ropa, hay tachos y una moto desarmada. Me imagino que ha sido hombre de andar en moto aunque hoy iba de a pie y buscando la parada del colectivo. Me imagino ahora que no es asunto de propiedades sino más bien que ese hombre ha sido testigo de algo y debe presentarse para favorecer a un amigo, algo de cierto compromiso, como un crimen y me imagino que todavía no está seguro de lo que va a hacer, porque no cualquiera que ve algo sospechoso se presta a contarlo delante de un juez. Por eso me imagino que ha debido darse ánimo para ver al abogado ese en la pizzería y plantearle que él no es hombre de negarse a decir la verdad pero tampoco va a meterse en líos de buenas a primeras. Encima de que me imagino que el tal que está en un aprieto no es su hermano, ni siquiera un buen amigo, sino alguien nada más que él conoce, y que, claro, si es inocente no merece ser procesado y esas cosas. Pero me imagino que tampoco está dispuesto a negarse, quién sabe por dónde vienen las represalias. Y ahí me imagino que el vino le ha venido bien, para animarse a decir con claridad cuál es su posición. Está la madre que depende de él. Y que está al cuidado de una enfermera. Me imagino que es rellenita y seria, pero cariñosa y siempre que él se ofrece a ayudarla a sentar a la anciana o a acostarla desde la silla de ruedas, ella sonríe, me imagino, y le dice que no hace falta, que ese es su trabajo. Me imagino que alguna noche a la hora de la cena habrá cruzado el patio y habrá compartido, me imagino, un vaso de tinto, no tanto como hoy, que tenía los ojos rojos, para no hacer papelones, y me imagino que no tanto porque no va  a estar nervioso con una muchacha así, en su propia casa y con tan buenas maneras. Yo tampoco tendría a mi madre en un hogar si tuviera un fondo con baño para que estuviera siempre cerca, y una enfermera todo el tiempo.

No sé, me imagino.

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Genoveva Arcaute nació en La Plata, en 1953 y siempre ha vivido allí. La sátira es su elemento natural, aún rigiendo el lenguaje poético. Durante la primavera democrática se puso en escena De dulce de leche y de chocolate, obra humorística en coautoría con Jorge Goyeneche, Resultó premiada en el Festival de Teatro Independiente de 1989. En 2007 publicó una novela breve, Mandorla, y el poemario Todas somos Frida en 2010 por Huesos de Jibia. Otros poemas y algunos cuentos también fueron publicados en revistas virtuales. Después vino Diario de inminencia, poemas, en 2015, también por Huesos de Jibia. Sus blogs: www.revista-humor.blogspot.com, www.somosfrida.blogspot.com. En 2019 publicó un poemario: Partes del Simbionte (por Densas Producciones, editora artesanal) y una novela, Kiosko, (por Parque Moebius).