Como altar de sacrificios. Autora: Silvia Herrero. 80 x 80 cm.

Uno

Crudo sobre pastel

El precipitado de la escritura sobre la página o, para el caso, en la página. La energía psíquica que había emergido (¿por generación espontánea? ¿por estímulo imprevisible) de pronto se acelera, se agita, remueve el cuerpo, la sangre, vigorosa, fluye. La corporalidad se enciende. Percibo en el plexo no exactamente dolor sino tensión. La respiración requiere esfuerzo. Porque lo que he escrito ha provocado efectos. Especularmente han regresado hacia mí. El papel, mi escritura: un reflejo. No importa cuáles son esos efectos. Simplemente diré que ha provocado efectos. La palabra cobra peso específico porque reparo en que también tiene cuerpo. Como el mío. No carece de él. Es más: es un cuerpo copioso. Su volumen no siempre es etéreo. Por ejemplo la palabra “demoledor” es densa, pesada, atropella. No obstante, la palabra “corola”, es etérea, es ligera, es liviana. En este cuadro, la palabra es imagen pero sobre todo en mi mente es color. No exactamente gris. No exactamente perla. No exactamente color crudo. Es indescriptible. Y me gustan los objetos indescriptibles. Me producen una atracción producto de su ambigüedad que no resulta nítida. Ese efecto naturalmente podría para otra persona resultar incómodo. Perturbador. Una inquietud producto de no poder identificar su configuración. A mí en cambio me regocija. Me gusta mirar por entre la niebla. Adivinar figuras. Presentirlas. Pero regresemos a la escritura, regresemos a la pintura. Por dentro de mi caja escribo. Dispongo de un techo, dispongo de un lecho, de paredes, de bordes, de una temperatura, de un aire interior (denso o sutil, como dije antes, que pueden ser las palabras) que me permite respirar que no es el aire exterior. Es un aire detenido. Inmóvil. Cuya parálisis también en parte enlentece mi escritura. En mi caja, en la que estoy encerrado (no exactamente encerrado ni confinado, simplemente estoy, eso es todo), el precipitado de la escritura sobre el papel se ha confundido con el contraste de los contornos de algunas formas de la pintura. De modo que mi escritura es un tiempo de escritura no precisamente sinuoso, no precisamente que remede el movimiento, no precisamente que sea una construcción hecha de mano sobre lienzo que insinúe desplazamiento. Es un borde. Es un perímetro por dentro del cual mi escritura se ha impetuosamente derramado. Pero ahora, detenida, es una suerte de friso. Se ha derrumbado (sí, porque era una escritura densa, relativamente compacta; para ser franco tenía la textura de un muro), produciendo un efecto revelador. Ahora sí sé lo que no sabía. Y ahora sé al haber escrito qué había por detrás de ella. Qué había por dentro de mí. Había toda una serie de minúsculos detalles. De rasgos que la singularizaban a ella porque me singularizaban a mí. Una escritura producto (no me digan que no, la están leyendo), de cincel, de buril que ha trabajado la materia del lenguaje. Ha calado los sustantivos, los ha circundado de adjetivos que predicaban de ellos atributos, han otorgado una superficie áspera o suave al sustantivo si es materia. Si se trata de un sustantivo abstracto, se predica de él una propiedad que también asigna atributos significativos. He convertido mediante el trabajo sensible del lenguaje en lenguaje literario. Por lo tanto: en literatura. En una poética. Aquí estoy. Por dentro de una caja. Una caja que por fuera diera la impresión de tener grietas. O una grieta para ser exactos. No se manifiesta rota tampoco. Ni dañada. Diera la impresión en cambio de un detalle. Luego experimento. Una experimentación producto del deseo porque hay inquietud. Me incorporo y me dirijo a la otra caja. “Una poética de las cajas”. Así se llamará este apartado. Es más, es una frase tan potente, que se derrumba sobre mi mente, sobre mis ojos, que no pueden sino ser con ese peso la síntesis de todo un trabajo. Un trabajo psíquico producto de estar en el interior/caja. Un trabajo psíquico como resultado de esta inspiradora pintura. He trascendido un umbral. He realizado trabajo en el que se articulan imágenes con palabras. Discurso icónico con discurso verbal. Y dialogan. Las cajas se imbrican porque están la una junto a la otra. Se conjugan en una totalización (en una focalización para mí) que les hace perder su identidad para cobrar noción de conjunto. Y este color gris con bordes negros que delimitan, cortan el espacio pictórico, destruyen pero a la vez construyen formas, figuras que en el precipitado de mi escritura, por dentro de la caja, producirán un efecto (y no otro). La escritura se manifiesta en un estallido, entonces. La caja la contiene (estoy dentro, recuérdenlo). El trabajo psíquico hace el resto. A veces el precipitado lo estimula más aún. En cambio en otras ocasiones el precipitado inhibe la producción. Hay tal desgaste. Hay tal vacío en esta caja. Hay tal soledad que siento, que me siento, en un estado de autopercepción incierto. Queda tal vacío producto de que la escritura se ha derrumbado por sobre el papel (¿la caja?). En esta otra caja percibo otra fragancia, otro color por dentro que no les referiré cuál es (la caja está pintada por dentro, solo eso les adelanto). Sugiero que si están interesados en conocer el color del interior de mi caja no adivinen sino imaginen. Resulta más cautivante, activa el universo creativo, el universo emotivo, despliega la invención, la producción de significados, de ideas, la captación sensible, la capacidad de total innovación. Esto es: en su máxima expresión. Porque con mi escritura, con el precipitado de mi escritura, me interesa que ustedes imaginen. Potencien en mi escritura sobrepuesta en la imagen (pero yo dentro de la caja, no escribiendo por fuera), en un juego de producción de significados virtuoso para ustedes. Estimularlos. Generar en ustedes energía psíquica. La misma que yo portaba y se precipitó. Aspiro a generar expectativas. Un vértigo irremediable. Sensaciones, sentidos, con-mo-ción. El marco sensible como para que la biografía de un individuo crezca, se abra, se incline hacia la expansión, la incipiente autobiografía novedosa que puede hacer de él que también escribe desde su propio precipitado. No desde mis cajas o una caja. No en la que estoy ahora. Desde la que escribo ahora. No desde en la que antes estuve. Sino desde su propia figura de blanco, de crudo sobre pastel.

Cajas vacías. Autora: Silvia Herrero*

Dos

Perímetro en azul

Vengo escribiendo en una caja. Eso lo sabían. En más de una, a decir verdad. Ya lo han visto. Para ser franco, no. Estoy solo en una. La caja permanece. Lo que cambiará es mi mirada de sus interiores. La percepción/caja que tenga en virtud de la luz que ingrese en esta caja porque en la pared frontal de la caja, en eso que haría las veces de puerta (del lado de adentro quiero decir, si bien las puertas por fuera también se ven), me encuentro con que el azul es lo que experimento como sensación dominante. Naturalmente que no es un azul liso, vulgar, chato, basto, como el de una pared de un hombre poco convencional que pretende hacer de su casa toda de azul el espacio perfecto para las fantasías de sus visitantes cuando la vean y piensen de él que es un hombre original. Único en su género. Para que consideren que se trata de una persona creativa, que rompe con las costumbres instaladas. Para que la gente admire su audacia o su extravagancia. Parece mentira. Pero hay gente así. Y está fascinada consigo misma. Plagada de narcisismo. Hay gente que saca fotografías, que escribe, que pinta, talla la madera, que hace cine, que hace obras de teatro, que actúa para impresionar, alimentando su amor propio, su egocentrismo. En ocasiones siendo muy mediocre. A mí me gusta pensar que procuro en mi caja (perdón, en una cara de la caja por dentro de toda ella) pintada de azul en esta pared, expresar sensaciones. Producir un impacto emocionante en otro sujeto (un lector o varios de ellos, para el caso: pueden estar leyendo en ronda o por la radio). Un impacto emocionante que no inhiba en modo alguno ni sus facultades ni anonade al lector ¿Por qué habría yo de querer obnubilar a un sujeto, varón o mujer? Más bien me inclino por pensar (y sentir) que alimento, que promuevo su sensibilidad. Ahora bien: este azul de esta caja en sus interiores tiene formas inquietas claramente delineadas: es la pared de la caja. Hay una mancha o un giro color blanco, hay un azul más intenso, es decir, de matices más oscuros. Hay un azul que tiende, digamos, al celeste. No logro distinguir un turquesa. Sepan disculpar si eso acontece en la pintura. La mancha se desplaza por la pared toda de azul con su pinta blanca ¿con forma de gancho? ¿será una suerte de nube que gira en su interior, en el interior de los azules? El manchón blanco es inquieto. Gira. O acaso simplemente hay un mero movimiento. Yo sabía ni bien entré a esta caja y hubo luz que en esa pared de la caja habría movimiento con solo echarle una ojeada a ese azul, a esa pintura con ese eléctrico azul. A mí se me antoja eléctrico. Puede que lleve otro nombre. Un nombre o un matiz que por dentro de una gama lleve otro nombre. A ese azul en la pared. Se trata de un trabajo psíquico el mío al observarla, a la pared digo. A la pintura, digo. Y ahora al observar la pintura, que dinamiza los contornos de las figuras que contiene. Son contornos de figuras que se desplazan (¿lo recuerdan? nuevamente el desplazamiento) provocando una suerte de remolino o acaso simplemente de ráfaga. En efecto, el movimiento, es desplazamiento de color. Pero de color sobrio. Lo que introduce el movimiento en la caja es el cuadro, el movimiento del azul en la pintura no son solo los contornos sino el tipo de colores que utilizó la pintora. Sus matices. En esto sí me gustaría poner el acento. Se trata en todos los casos de estas cajas tanto de dimensiones, colores, contrastes, combinaciones, sombras, formas. Todas son sobrias. Esos atributos dan siempre que pensar positivamente acerca de su pintora de este cuadro. No porque no sea capaz de servirse de tonalidades de colores más vivos. O más exaltados. Que resalten más. Sino de una creadora que sabe lo que hace porque sabe qué combina, qué puede desplazarse, qué no podría combinar jamás, qué ingresar en una caja: ahora. Acabo de concebir una percepción según la cual ese azul me provoca una emoción tan vital porque desplaza los movimientos de la escritura. El azul induce en mí, el escritor, movimientos interiores que me llevan a escribir ciertas cosas (y no otras). El shock del azul sobre mi mirada tiene sus efectos. Inauditos.Mis ojos acusan un efecto: sus rebotes. Esos que aún no han aflorado pero uno sabe que lo harán en cualquier momento. De modo espontáneo captarán la imagen. De modo completamente involuntario la escritura se impondrá producto de asistir al espectáculo del azul en la cara interior de la pared color azul de la caja. Pero ¿hay luz en la caja? Puedo percibir perfectamente la pared, la pintura que es esa pared, de modo que sí, en efecto, hay luz? No obstante, comienza a languidecer. La que había ignoro si provenía de un astro, de una lámpara, de un velón todo verde oscuro rodeado con un grueso papel de tejido plateado. No. Plateado no. Elijamos un color más sobrio. Tan sobrio como esta pintura. Color canela. Ignoro si la luz provenía del fuego. Era una incandescencia que me permitía ver este azul que ahora debo imaginar porque ha desaparecido. Por fin. Era hora que me fuera permitido imaginar. Ha quedado el rastro, la huella del azul: su estela. El azul en este preciso momento es un azul que me ha sido sustraído a la mirada (no solo la mía) porque el azul que yo miraba antes en tanto que percepción total ahora es un azul que debo percibir mediante una construcción imaginaria. No me quejo. Se produjo. Tuvo lugar. Aconteció. La caja se oscureció. Estoy ahora en la penumbra. No estoy en condiciones de captar nada de lo que me rodea ni me rodeaba antes. El azul de la pintura con la mancha blanca. Salvo evocar. Evoco el color azul. Tanto porque evoco la pintura. Porque, obviamente, evoco el color azul, a secas. La caja languideció primero en su luz. Hasta que lentamente esa brasa de la que parecía emanar la imagen para que yo pudiera asistir al espectáculo de este azul inconmensurable ahora no emana absolutamente nada. Es el producto de lo que ha pervivido en la retina. Ese blanco que estaba prácticamente incrustado en el centro de la pintura ahora no lo está más. Pero las pinturas sobreviven. Perviven en ese reservorio de la memoria. Se plasman. Las pinturas no se marchan. La escritura las ha registrado a partir de un shock que tuvo lugar sobre el espectador sobre el papel (el escritor está escribiendo con lapicera y papel, había luz en la caja antes ¿lo recuerdan?). Y aún perdura el shock. Ese de la primera mirada que le eché a la pintura toda de azul con la mancha blanca. De naturaleza inolvidable. Ahora la pintura es una que no se marchará de mi vida, pese a que la pared que la alojaba, la contenía como un marco, no esté iluminada. Pese a que yo me cambie de caja. Me marche. Ha partido la pintura. Ese azul en movimiento, en desplazamiento (mejor) es una producción de significados interiores (por dentro de mí, por dentro de la caja en un sentido metafórico) que sé me conducirá a la escritura. Es más, ya lo están haciendo, ya lo hace. Miren, lean…

Cajas vacías. Autora: Silvia Herrero*

Tres

Cascos en una caja

¿Cómo podría referirme, en primer lugar, y definir, en segundo, a esta otra pared de la caja? Es un desafío deslumbrante de todas formas. Me inclino por pensar que no debería definirlo. Tan solo emocionarme. Tan solo sentir. Tan solo dejar que mi corazón dé un vuelco producto de la contemplación de esta imagen en blanco, negro y rojo sobre blanco ¿o sobre gris? ¿o nuevamente sobre crudo? Lo descubro ahora: tiene pliegues. O alcanzo a detectar uno al menos. Un solo puedo apreciar ahora. No, más bien diera la impresión de que está pintada sobre un mural. La escritura (la mía digo) se siente más cómoda aquí. Se desplaza por el papel trazando no precisamente una historia. No precisamente una descripción. Sino sentidos ¿será un caballo? ¿será un animal que desconozco? ¿estará desbocado? ¿lo estarán montando? ¿lo estarán domando? ¿estará pastando, en libertad? ¿será una bestia, quiero decir, de un bestiario de esos medievales que ciertos escritores concebían con seres malignos o benignos? Puede que sí. Puede que no. El extremo en rojo ¿la punta de un hocico? ¿un extremo de una trompa? Hay algo caballuno en esta imagen en la pared de la caja en la que está ubicada esta pintura (a mi derecha esta vez). O eso me sugiere. De la parte superior de un caballo. De su cuello. De su hocico. Es curioso: podría no serlo en absoluto. Tratarse de una ilusión, del producto de la imagen deformada como resultado de lo escaso de la luz en mi caja, que a su vez  choca con la pared de la caja produciendo efectos que no delimitan con claridad, con nitidez, no desambiguan. La pintura abstracta tiene eso. Bien podría hacer las veces de un test psicológico si se aplicara a la clínica. Pero bueno. ¡Estamos ante imágenes abstractas! ¿qué pretenden de mí? ¿la capacidad denotativa de dar cuenta de un objeto, animal, homínido, vegetal, mineral, que esté limitado por bordes, filos, colores netos? Estos entes que confirman mi primera intuición hasta tener la certeza de frente a quiénes o qué estoy? Podría tratarse de un ser que no pertenezca a ninguna de esas categorías. El universo animal fue el que se me impuso quizás porque estaba atento hoy, en este atardecer otoñal, frío por cierto (ya ven, haga ingresar la realidad a este texto, a la realidad que me circunda en su condición de intemperie, que hoy es hostil) a esa clase de seres. Es un equino. Corre carreras. Es montado por un jinete. Pero jugaré a que se trata de una planta, de un vegetal. Que tiene su coronación, su punto culminante en un rojo neto. En una corola, botón diminuto. Motivo por el cual estos contornos serían una suerte de flor ¿qué opinan? Mi caja está ahora poblada por la imagen de un ser cuya identidad ignoro. Claro, acostumbrado a discernirlo todo, ávido por desentrañar enigmas y por hacerlo por lo general con éxito, por dejar en libertad lo reprimido (que era la duda por fin resuelta con claridad) ahora me detengo. La caja me permite escribir. Mi energía psíquica, mi trabajo psíquico ahora se moviliza por dentro. Mis órganos sin haber sido alimentados, mi cuerpo, sin haber bebido razón por la cual estoy sediento, entran en ebullición pese a ello. El cuerpo es también un espacio/caja. ¿no lo habían pensado antes? Nuestros interiores albergan órganos ¿y los epitelios? ¿están por fuera o también por dentro? Otra vez experimento ese cosquilleo que sé me producirá el aguijón a partir del cual seré yo quien alumbre a la creación. Alumbre. Una palabra significativa en esta caja. Porque con tanta oscuridad como la que hubo en esta caja (la segunda), que un sujeto de la enunciación, de pronto logre hacer salir la luz, esto es, sacar de dentro de sí mismo toda una serie de imágenes y significados, plásticas, coloridas. Un sujeto que logre trazar  interpretaciones o lecturas de un objeto artístico, más concretamente de una imagen resulta magnífico. El universo/pintura pareciera ofrecer pocos obstáculos ahora de movimiento interior. El cuerpo ya no se desplaza. No existe desplazamiento.  Sin embargo estoy frente a un equino como hipótesis principal. Curioso ¿no? Hablar o referirme o inspirarme o dejarme empapar por la pintura pronunciando de modo recurrente la palabra “desplazamiento” da cuenta de que los interiores de un sujeto no guardan relación con la parálisis del espectáculo al que asiste. El universo/pintura introduce efectos en el espectador que lo movilizan. Siempre inmóvil por más que sugestivamente invita a fantasear con la movilidad. A sugerirla. La pintura de modo sugerente, certero en este caso, incita a ser contemplada bajo la forma de lo móvil. El movimiento ahora pasa por otro lado. En todo caso depende de lo dinámico o estático que permanece frente a ese objeto/pintura. El universo es ancho. Da la casualidad, o lo quiso el azar. O lo ha querido otra clase de factor o razón que me es ajena, que estoy frente a las pinturas de la artista plástica argentina Silvia Herrero. Su hacedora. El panorama me produce toda una cadena asociativa producto de lo que es y lo que deja de ser ese conjunto de imágenes que están por dentro de la caja pero al mismo tiempo son el producto de lo que ellas han tramitado en mí. ¡Por Dios! ¡Ese caballo! Al trote, al galope, al paso. Un caballo que jamás pensé podría ingresar en una pintura que a su vez estaría en mi caja. Porque una pintura no solo se define afirmativamente sino que, por el contrario, por todo lo que deja de ser. Por todo lo que no es. Por todo lo que ha quedado por fuera de ella. Por todo lo que pertenece al universo pero no a ella. Privada de todo lo que no es, por fin “es”. Y este estallido de la escritura que se ha producido, ya ven: ha tenido lugar en una caja, pese a ser un espacio de confinamiento, de encierro (eso suele creerse, esa suele considerar el socorrido lugar común) a mí me produce en cambio una intensa sensación de producción imaginaria. El encierro me resulta apasionante. En particular cuando el recinto/caja se oscurece. Y debo recuperar lo que visto, lo que he mirado, en lo que me he detenido con atención. Me invita a ejercer una inaudita libertad subjetiva. De tal magnitud, que sería prácticamente irresponsable si procurara concebirla para definirla.

Espejismos. Autora: Silvia Herrero*

Este trabajo es una propuesta interdisciplinaria a cargo de Adrián Ferrero, autor de las prosas poéticas, y de *Silvia Herrero, artista plástica argentina de la que añadimos su CV:

Silvia Herreo

Silvia Herrero nació en Villa María, Córdoba. Vive en Longchamps, Buenos Aires. Desde 1999 realizó mas de 30 muestras colectivas, entre ellas Salón De Arte Contemporáneo, Arte Internacional en Galería de las Naciones en CABA, Centro De Arte Contemporáneo de Rosario, Galería Sol Victoria, Entre Ríos, Arte Contemporáneo  MACA en Adrogué (Argentina) Hotel Praktik Metropol,  Galería Ulmacarisa,  Espacio Argazuela, I Encuentro WAG SPAIN, Goyart Gallery, todas en Madrid, Galería Montjuic de Barcelona, Galería Crearium de  Monzón, Cámara de Comercio de Granada (España), Castillo Museo de Kaunas (Lituania).

Con el Movimiento Internacional Neutral – Ism  realizó junto con artistas elegidos de todo el mundo muestras en el Mediolanum Museum de Padova, Palazzina Azzurra de San Benedetto De Tronto, Neutral  Ism –Museum de Nereto, Alba City Gallery de Alba Adriática (Italia), y Ca l’antiga enTeià, Barcelona (España)                                                                                                                

Ha realizado muestras  individuales en la Galería Bowen de Bilbao, España, Galería  Arte Urbano  de Ciudad de Córdoba, Casa De Cultura , Almirante  Brown, Buenos Aires, y Museo Caraffa, Córdoba. A lo largo de su carrera ha ganado premios y menciones por sus obras en dieciocho salones. Una de sus obras ha sido elegida como portada del libro de poemas “Pólvora de paz”, de Alvaro Olmedo

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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Es Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 se editó su libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, Melancolía (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía Reloj de arena (variaciones sobre el silencio). Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Obtuvo premios y distinciones internacionales y nacionales.