Héctor Tizón. Imagen obtenida de Clarín.

-Es muy tarde. Casi de madrugada.

-Sí, lo sé. Veo  las estrellas. Acá, en tu casa de Yala el cielo parece más ancho. Más abierto. Y esas inmensidades. No sé. Las galaxias. Veo en el cielo un mar en calma. Con la luna pegándole con su luz como un sol de noche. Este que tenés en tu galería rodeado de insectos. El que ilumina nuestros rostros para que no seamos dos extraños. Distingo tus facciones. No son, cosa curiosa, parecidas a las de las solapas de tus libros. Las estrellas se arraciman, pretendiendo devorarse la luz. Con esa luz de las estrellas que hipnóticamente hacen que sostengas la mirada en ellas. Detenido.

-No tengo ganas de irme de dormir. Tampoco de jugar a los naipes.

-Yo tampoco, Héctor. Tal vez sería una buena idea conversar. Tomar una caña y dejarse mecer por embriagante sabor. Te he escuchado tanto leyendo tus novelas. Tu voz, la que emiten tus libros, nos habla en muchas ocasiones de tus compatriotas de la Puna Jujeña. Pocas veces me has escuchado a mí. Y evoco escenas de lectura. Yo frente a tus libros. En distintas posiciones. Recostado en una cama, cómodo pero a la vez cautivado por la fábula del relato. En el comedor, sobre una silla dura. En mi estudio, sobre un asiento giratorio, para la computadora. A veces eligiendo solo uno de tus cuentos para leer. En ocasiones los pequeños detalles confirman al gran escritor que admiramos. Una página de tu libro que iluminaba al mundo, como una chispa. La frase que yo seguía con la mirada. Ir al encuentro de lo que uno anhela escribir pero sabe que no escribirá jamás. El hallazgo de la literatura perfecta. Y luego toda esa serie de trabajos críticos que escribí sobre tu obra. Para una revista de La Plata, otra de Buenos Aires, otra de México, otro para una revista de Tucumán. Veneré tus ensayos (esos con los que  colaboraste para armar un mapa concreto de nuestro país). Ese puzzle que desarmaste. Tal vez para que otros, como yo, lo armáramos. Te volviste una obsesión crítica para mis escritos. Me convertí en tu lector impenitente. En mis artículos, lo recupero ahora, fuiste el escritor clave para comprender la centralización de la literatura argentina. Recuerdo cuando me aceptaron una reseña de Memoria de la Puna, tu último libro, para una revista académica de EE. UU. Comprobé por mis artículos que la gente no te conocía mucho. Algunos solo de nombre. En el extranjero  pocos. Se entusiasmaron con tus ideas (primero). Luego, lentamente por distintas noticias se convirtieron en tus grandes seguidores. En cambio, te conocen tus lectores fieles. Con Liliana Bodoc pasó lo mismo. Ustedes llevaron adelante su carrera de un modo muy distinto de como suelen hacerlo la mayoría de los escritores. Me atrevería a decir que tanto Liliana Bodoc como vos escribieron para una cierta clase de lectores. Y de allí en más se produce una fascinación con tu prosa o tus trabajos de no ficción. Es por esa razón que quisiera publicar este diálogo, este mano a mano, allí, en una revista cultural de México, donde ya salió aquel primer ensayo. Vos que trataste a Rulfo. Creo que también a Juan José Arreola. Hay afinidades con Rulfo en tu producción. En fin, fueron trabajos en los que no pretendí pasar por un experto. También procuraba no repetirme. Más bien te releía para pensar lo leído, tus ensayos, tus ficciones. Me interesó, sí, difundir una obra que consideré olvidada, como si hubiera entrado en un cono de sombra. Inmerecidamente. Ah, y me olvidaba de tu cuento infantil que había sido publicado en Buenos Aires. Eras escéptico respecto de tu idoneidad para escribir literatura para niños. Escribiste solo ese cuento. Y decías que no habías quedado convencido de su resultado.

-Vos también escribís. Y me gusta lo que escribís.

-Yo me he quedado conforme solo con algunas cosas. Soy disperso para escribir. Y exigente para leerme. Disperso no sé si es porque me dedico al cuento y a la poesía, a los ensayos. Formas breves, condensadas, sintéticas. No me han visitado las Musas de la novela. Lo mío son los géneros menores frente a la gran invicta: la novela. Es un mito que es más difícil de escribir que la poesía y el cuento. Cada género ofrece su complejidad, si uno es consciente de sus límites. Es cierto que la novela vende con más seguridad. Diría, por otra parte, que cierto tipo de novelas. No podría afirmar categóricamente, por qué es la que más vende. Un Profesor de mi Universidad había hecho una especie de consulta popular entre sus allegados. Y gustaba más la novela (nos contó), porque a la gente le gustaba convivir más con los personajes en una obra extensa o más extensa que el cuento o la poesía. Ahora bien, en lo referido al trabajo de creación, todo depende de qué y cómo uno encare el trabajo. Si se atreve a cuestionar o se queda con la noción clásica de una novela. Quiero decir: un hilo argumental principal, que se expande de modo arborescente. Hay novelas que no obedecen a esta definición clásica. La ficción quedó acorralada  en mis tiempos de Profesor universitario y de investigador. Ahora me dedico casi por completo a la escritura creativa. Te habrá pasado con tu profesión de Juez de Provincia y tu escritura. No sé. A veces pienso que he perdido ¿un tiempo precioso? ¿no habré malgastado mi tiempo? Hay como una nostalgia por ese no haber hecho lo que más amaba hacer: escribir.

-Y bueno. Son cosas por las que la ruta de la vida nos va llevando. Te tenías que ganar la vida de alguna manera. Tenías una familia que mantener. Tenías una hija pequeña. No podías vivir dictando clases en colegios secundarios. Es más, ni siquiera en la Universidad, saltando de un ómnibus a otro. Había que dedicarse a las becas. A la vida académica. A sus exigencias. Hay que reconocer que adquiriste una buena formación. También tuviste mucha producción. Yo en cambio tuve una producción literaria modesta. Eso fue un acierto. Es decir: soy un escritor en estado puro. Si bien fui diplomático y negro literario, se trataron de trabajos que no interferían con la escritura creativa. Porque eran tan distintos. Y yo en mi literatura tengo también los pies sobre la tierra.

-Ahora lo siento como un ocaso. Esa etapa del día en que la luz languidece porque ese es el momento culminante. Siento día a día que mi vida ahora va por otra senda. Un senda naturalmente que avanza a tientas. Y que es más difícil. Como la poesía. Uno vive a la intemperie. Porque la creación es eso, lo sabés mejor que yo. Es como ser un ciego y de pronto uno tantea un relieve, una forma, reconstruye con la atención un objeto. El ciego soy yo. La escritura son mis manos. El contacto con el objeto, por fin el hallazgo feliz de una historia, de un poema, de una idea para crear. Mi hija ahora ya está grande. De todas formas me gusta estar con ella. Me gusta que me sienta cerca. Me gustan nuestras conversaciones.  Nuestros mensajes. Pero durante la etapa de trabajo de investigación no quedaba tiempo para nada. La Universidad Nacional de La Plata ha sido siempre mi casa. Aunque no estuviera trabajando en ella.

-Ah, la Universidad Nacional de La Plata, donde yo me gradué de Abogado.

-Lo sabía. Muchas veces he pensado en eso. En que el hombre que ha escrito los libros que leo con devoción caminó las mismas calles por las que ahora deambulo. Me pasa con otros escritores que también estudiaron en la Universidad Nacional de La Plata. O intelectuales. A algunos los conoció mi padre. O mi madre fue amiga de grandes traductoras. O amigos de mi familia estudiaron con estos escritores. Algunos cursaban la carrera de Letras, de la que egresaron ambos. Otros estaban en la carrera de Historia o Filosofía. Pero el diálogo era con gente de Letras. Papá fue amigo de Ricardo Piglia.

-A mi carrera iban todos señoritos bien. Gente elegante. De apellidos tradicionales de la ciudad. Dobles apellidos. Te podrás imaginar lo que a mí me podía llegar a impresionar. Yo me reunía con los vagos. Nos íbamos al buffet. Tomábamos café con leche (no servían alcohol, eso venía después, en alguna cervecería). Yo almorzaba algunas medialunas. Siempre fui hombre de hábitos frugales. Por eso también fui tan aguantador en momentos difíciles. En el exilio en España. Me acostumbré a vivir con poco. Y a quedar satisfecho. Pero sobre todo, me enseñaron de muy chico a no ser envidioso. Para ser envidioso hay que sentirse frustrado. Enojado con uno mismo. Y compararse. Llevé una vida plena. Hice lo que me gustó. Tuve novias. Tuve una familia. Seguí estudios, fui Juez de Provincia (ahora estoy retirado), me casé con una mujer maravillosa con la que sigo casado. La he visto florecer, la he visto triunfar. Y la he visto llorar. ¿Hay algo más impresionante que ver llorar a alguien que amás o a alguien que es tu amigo? Son momentos inolvidables. Ella me ha visto conquistar logros. No ha sido una pareja en la cual hay un rencoroso que luego le pide al otro un rendimiento de cuentas. Nada más lejos de Flora. Es una mujer de una grandeza de las que pocas conozco. La he visto consultar archivos durante largas horas en bibliotecas. Ha sido una mujer consagrada al estudio así como yo he sido un hombre consagrado a la creación. Y a la formación.

-Yo soy poco ahorrativo con los libros, debo confesarlo. Y también debo decirte que las bibliotecas no me gustan. Me gustan más las librerías. El olor a libro nuevo. A tinta recién salida de imprenta. Voy a menudo y me suelo comprar las novedades que me importan. Me gusta palpitar el ritmo del presente. El latido del corazón, la sangre que fluye, vigorosa, que es pura vitalidad. Me interesa lo que está saliendo ahora mismo al mundo. Naciendo. Como los bebés que renuevan, remueven el universo de los adultos, provocan cambios en el entorno. Generan desplazamientos. El mundo parece más pujante con los libros que llegan. Traen ¿una suerte de rocío matinal? Esas gotas efímeras que lentamente el sol se ocupará de borrar.

-Es como ser madrugador. Yo soy madrugador. Me levanto. Me preparo el mate. Unos bizcochitos de grasa. Con eso me doy por hecho. Hasta el mediodía en que Flora prepara una ensalada de palta con espinaca o fríe unos buñuelos. Ahora estoy levantado por vos. Porque sos trasnochador. Y has venido a Yala a esta casa para que hablemos de tantas cosas que dos hombres que escriben pueden hablar. Ahora estamos tomando mate y sé que me costará dormir más tarde. Pero no me importa. La yerba mate es una sustancia excitante para el sistema nervioso. Siempre fui un tipo bohemio y a la vez responsable. Cosa rara mezcla, ¿no? Ser un poco atorrante, vago y ser responsable. Ahora, en este preciso momento, este diálogo está teniendo lugar y jamás ha tenido lugar. Vos lo sabías ¿no? Sí lo sabías. Porque si hay alguien que entiende la palabra “ficción” cuando la pronuncio sos vos.

-Algo así. Sin embargo para mí es tan cierto. Tan fehaciente lo que está sucediendo ahora. Puedo verte sentado en esa silla, no, en ese sillón de madera con tu almohadón color azul. No puedo sino pensar que hay un sector de la vida que pensamos que nos ha sucedido. Pero no nos ha sucedido jamás. Los sueños por ejemplo. Esto es lo más parecido a un sueño. La literatura es un sueño. “El sueño/autor de representaciones” ¿Te acordás de Quevedo? Imaginar es también una forma del sueño. Pero a la vez resulta ser tan tangible. Puedo ver tu casa. Sé que Flora duerme. Tus hijos han salido de juerga o alguno estará descansando o quién sabe haciendo qué. Soñando, como vos y yo en este momento. En el que yo te sueño a vos. Y vos, me soñás a mí.

-Flora es una mujer discreta. A veces pienso que he podido escribir gracias a que ella ha mantenido este hogar en orden. Sostenido esta casa con su trabajo o no. Me refiero a algo más complejo. En verdad me ha sostenido a mí. No me refiero a haber solventado económicamente. Sino que ha sostenido emocionalmente este hogar, en momentos complicados. O de inestabilidad. Ahora las cosas son más simples. Y la puedo amar como nunca porque nada me distrae. Ni siquiera la literatura. En verdad jamás la literatura me distrajo de mi familia. Hubo momentos, sí, es cierto, en que le robé tiempo a mi familia para escribir. Pero fueron ratos de distracción. Y de concentración. No viví mi familia como una carga. Dejaba a un lado los borradores y me iba jugar con mis hijos. O iba a la cama con Flora. Supe siempre cuáles eran mis prioridades. Pero ella ha sido una madre llena de amor. Y una esposa que no ha descuidado ningún detalle. Ha estado pendiente de que nada faltara para que pudiera disponer del tiempo y las condiciones necesarias para escribir.

-Muchas esposas hacen eso. Si son buenas esposas. Acompañan a sus maridos. Y a la inversa si son mujeres ocupadas. Y hacés bien en reconocerlo. En amarla por eso. Esa también es una forma del prestigio en una familia. La sostienen cuando flaquean. Les dan la valentía o el orgullo para que escriban a sus maridos, los estimulan, se sienten felices, como los hijos, de un trabajo que suele ser ingrato. Saben lo importantes que son para ellos y para el mundo. Valoran el arte. Pero ella hizo su camino también, por lo que leí. Se doctoró en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Si será un campo de trabajo difícil. Yo no podría. Juro que no podría. Te lo digo después de haber estudiado Letras durante añares y haberme doctorado. Pero, ahora que lo pienso mejor, la cuestión es que no consiste en mi vocación. Solo eso. Esa área de conocimiento me ha sido negada. No me resulta motivadora al punto de tener muchas ganas de sentarme a estudiarla. Lo que sí me sucede con la literatura argentina contemporánea. No sé por qué, pero creo recordar que  que bastante parecida a las ciencias exactas. Y se roza con la Historia. Con el modo como el tiempo atraviesa al lenguaje. Hay que ser tan preciso, tener mucha memoria, las raíces, las desinencias, los sufijos. La Historia de la lengua. De todas formas escribir una tesis doctoral sé lo que cuesta. Valoro mucho el trabajo de Flora, aunque no sea estrictamente lo mío. Sucede que cuando me pongo a hablar de estudios me apasiono. Me imagino a Flora como una mujer culta e inteligente. Con la que uno puede mantener conversaciones interesantes. Y buena gente.

-Sí, Adrián. Es así. Podría contarte muchas cosas acerca de ella. También tiene sentido del humor. Sabe cómo tratarme para que haga o deje de hacer algo. Conoce mis mañas. Pero te diría que es más fuerte que yo. Es una mujer muy fuerte. Te podrás imaginar que para sobrevivir a un exilio en España durante cinco años, hacer un doctorado allí, incorporarse a la vida de un diplomático de la democracia, de un escritor que se encierra en su estudio y mal que le pese se ausenta del mundo. Ser una investigadora. Criar hijos. Y hacer todo lo que hizo. Hace falta mucha fortaleza. Ser criteriosa. Y disponer de buena salud. Hemos hablado de tantas cosas. Nos hemos confesado tantos secretos. Hemos sido tan sinceros.  Tengo pensado dedicarle mi próximo libro a ella (estoy ya muy viejo, a veces pienso que estoy en el penumbra de mi vida, ya rengueo). Un libro que titulé Memorial de la Puna. Y que diga: A Flora, el amor de mi vida. Saldrá en noviembre.

-Sí lo leí. Y me conmovió mucho. Me puedo tomar estas libertades de hablar de libros que he leído que vos aún no has terminado de escribir e incluso no has publicado pese a que estén terminados. Porque este encuentro ha tenido lugar y jamás lo ha tenido. No se parece a nada que haya leído antes. Ni de vos ni de otros. Todo lo que me contás, es muy significativo. Me puedo dar este lujo de mezclar los tiempos. Jugar con las discronías. Desde el título del libro hasta la dedicatoria. Ese libro. No sé. Son frases fuertes. De mucha intensidad. Para quienes te conocemos digamos que son una forma de comprobar que seguís siendo fiel a vos mismo. Pero también un apasionado. Por tu familia. Por el amor indoblegable. Por la puna jujeña. También es indicio de que nunca te traicionaste. Eso parece al menos. Conjeturo que no debe de ser un libro como el resto.

-Sin embargo…Es idéntico y es otra clase de libro. Una paradoja. Es un libro personalísimo. Sin embargo, con Flora, esa dedicatoria, no sé…

-Dejemos esa frase en suspenso. ¿Te parece?  Pero te diría que parecés un hombre sin dobleces. De principios. He leído muchas anécdotas acerca de vos. No soy chismoso pero resulta inevitable que en los diarios te hagan entrevistas o leer tus ensayos en los que narrás anécdotas. Hay momentos conmovedores. Yo también he contado cosas sobre mi vida. No he tenido pudores ni cobardías. En particular una, seis, siete veces, he tomado el toro por las astas, decisiones definitivas. Una vez tomada la decisión crucial, apoyado o acompañado por la verdad, por tu verdad, la palabra irrumpe de modo impetuoso. Es el momento en el que la verdad cae como un fruto largamente madurado. Largamente acariciado, además. Porque uno anhela que tenga lugar. Pero que no nos atrevíamos a nombrar. Y ahora no hace falta esperar ya más. Sino pasar a los hechos. Decir o hacer. Uno siente que tiene el aval de la verdad. La certeza de que la verdad lo respalda. Entonces ya no retrocede. Dejé de frecuentar a ciertas personas traicioneras (cuando las descubrí) y a frecuentar a las leales. O simplemente a proseguir viéndome o vinculado a las personas íntegras. Tiene mucho que ver con la cultura familiar que uno tiene. En la que ha sido educado. Si ha visto a la mentira en su casa, de pequeño. La infancia es la edad de los primeros sentimientos, por supuesto. Pero también de los grandes aprendizajes.  Uno puede hacer dos cosas en la vida: eludir o afrontar. En ser un cobarde o en ser valiente. En escabullirse de la verdad o en ponerle el cuerpo a las cosas. Yo no sé muy bien de qué modo he sido educado exactamente. Eso no se puede asegurar porque tiene que ver más con un actuar que con un decir. Pero sí el haber sido educado de un cierto modo a un escritor lo pone en posición de un decir, del uso de una cierta clase de palabras. Sí sé cómo actuar cuando debo hacerlo. Desde mi bisabuelo por los relatos de mi abuela hasta la austeridad de mis abuelos y mis padres. En mi casa se aceptó a las personas tal como eran. Nos manteníamos, eso sí, lejos de los frívolos. Uno sabe que va a estar solo cuando diga verdades. Hasta va a ganar enemigos. Gente enojada que dejará de saludarlo. Hablará mal de uno. Se reirán a sus costillas los cínicos. No concebirán cómo uno ha sido capaz de hablar acerca de ciertos temas. Pero llega por fin ese día, ese día de en que todo encaja. Se cierra el círculo. Uno abre la puerta de calle, abre las ventanas de su casa, los postigos, con orgullo. Sabe que lo suyo es escribir. Usar palabras potentes pero con sigilo. Con cuidado. Se sienta frente a la computadora o sostiene la lapicera sobre el papel. La tinta discurre. La computadora tecletea.  Y la vida nuevamente da comienzo. Como en todo ciclo.

-A mí también me gusta decir la verdad. He callado pocas cosas. Buena parte de mi vida ha pasado por ahí. Por no callar. Con decir la verdad, en artículos o de un modo más profundo en mis ficciones. Crudamente en varias ocasiones. Eso no cae bien. La sociedad o buena parte de ella (casi toda te diría) quiere escuchar lo que ya sabe. Algunos por ignorancia. Otros por canallas. Otros por mala fe. Otros por hipocresía. Otros por no asumir lo que no se atreven a realizar. Pero no tengo buena prensa en lo que al silencio se refiere. No estoy con los ambiciosos o los que  aspiran al éxito (ni siquiera acepto los halagos de la democracia, prefiero que los lectores hablen, no los funcionarios). En este país existe Buenos Aires y luego el resto del país ¿qué decirte? Están también los bribones. Los que desconocen todo límite. No es la ética una forma de tener y poner límites. Pero ¿siguen sin entender que la ética forma parte de la Humanidad que somos?

-Me gusta esa palabra. Hacía mucho que no la escuchaba. “Bribones”. Linda palabra.

-Es que los escritores nos enamoramos de las palabras. De algunas de ellas en particular. O también de ciertas frases. Nos parecen perfectas. Redondas. A uno le hielan la respiración de solo leerlas. Es tan perfecto el modo como encajan con nuestro  pensamiento. A veces las copiamos a mano, clandestinamente, y las pegamos en un pizarrón o las guardamos en un libro como señaladores. O en el dormitorio. O las marcamos en los libros subrayándolas. Yo tengo muchos libros subrayados. También algunos poemas los copio a mano (si bien debo reconocer que no soy un gran lector de poesía, con la excepción de Gelman). Y entonces esos poemas perfectos, como transparentes, me dan la impresión de ser gemas.

-Uno de mis maestros de escritura nos decía: “No se enamoren de las palabras. Enamórense del lenguaje”. La literatura es como un viaje. Uno se sienta a escribir y puede estar en cualquier sitio. A cualquier hora. Pueden ocurrir muchas cosas. La gente puede estar y de pronto cambiar de identidad o de temperamento. Suceder lo inesperado. Cosas insólitas. Inverosímiles. Inauditas incluso. Hay cosas ocultas que de pronto irrumpen o no, o bien permanecen veladas. En estado de latencia. A mí me molestan los grandes teóricos. Se olvidan de escribir literatura de tanto teorizan sobre ella, tienen una limitación (miro a Tizón avergonzado, porque trabajo mucho con la teoría). En cambio hay escritores de raza. Hay novelistas como William Faulkner. Reconstruir los hechos narrativamente atomizados. Habitar mundos que jamás existieron. Cunde de pronto el desorden en la fábula, porque el discurso se ha dispersado, ha perdido su brújula con deliberación. A mí me gusta mucho Absalom, absalom!. Hay una cadena asociativa de frases o palabras en otros casos (pienso en Virginia Woolf). Se verbaliza lo pensado en silencio, la interioridad. La literatura es el lugar de los imposibles.

-Algo así. Algo así. No estoy tan de acuerdo con eso de que pase de todo. A mí me gusta la literatura que habla de ciertos temas. No de temas fabulosos o fantásticos. Precisamente cuando estuvo Italo Calvino en Yala, cierta tarde, con su mujer, era verano, él llegó con un sombrero. hablábamos de eso mismo. En mi literatura pasan ciertas cosas. No cualquier clase de cosa. Estoy con los  pies sobre la tierra. Me preocupa el conflicto social. La gente. Las cosas que le pasan a la gente común. Y si bien me manejo con mucha libertad, con técnicas que pueden ser renovadoras para algunos, siempre regreso a las pobres gente, esos destinos de soledad y crueldad. Lo habrás escuchado. Creo que cada escritor tiene un puñado de obsesiones, a las que regresa, de modo obstinado. Con variaciones, claro. Son solo un repertorio reducido. Pero a la vez significativo. Ideas enfáticas. Como el disparo de una pistola. Como salir de caza y regresar siempre con el mismo botín.

-Yo me manejo con más libertad aun todavía. Y si bien acuerdo con lo de las constantes o letimotivs, o incluso una trama singular más de fondo (eso está claro) creo que hay no diría que infinitas pero sí muchas variaciones posibles. Si uno pone a jugar a la imaginación, las constantes también estallan en un fulgor de luces que te muestran otros confines. De otro modo la gente estaría leyendo siempre el mismo libro. Se aburriría redondamente. También es útil cambiar de formatos. De escenografías. Por ejemplo los trabajos interdisciplinarios. Con fotógrafos profesionales o con pintores. Yo he trabajado con varios de ellos. Gente de talento. He aprendido mucho de ellos. Su arte es exquisito y en diálogo con la palabra generan estímulos que uno desconocía.

-¿Y quién te dice? De tanta obsesión, de tanta obsesión, a alguien le gustaría estar leyendo toda su vida el mismo libro. El libro de arena. Quién sabe. Por ahí le gusta.

(Reímos).

-Hay escritores sobrevalorados. Especialmente los de Buenos Aires. Que a su vez se leen entre sí mismos. Los porteños creen estar tan seguros de todo. Suelen ser bastante endógamos. Y en lo que llaman “canon”, no solemos ponernos de acuerdo. No en lo esencial al menos. Es cierto. A algunos los respeto. Yo me he dedicado en mi crítica literaria de la literatura infantil y juvenil de Argentina. He sido un gran lector tuyo. Un gran lector de Angélica Gorodischer. He sido un gran lector de autores que la crítica tiende a omitir o ignorar. A veces incluso belicosamente.

-Salgamos de los porteños ¿te parece? Porque además hay muy buena gente, macanuda, que no es así como vos lo planteás. Toda generalización es injusta, como decía una Profesora de Filosofía que tuve en el colegio secundario. Es cierto que en este país la literatura argentina es sinónimo de la escrita en Buenos Aires. O de la escrita en el extranjero en lengua española. O de la traducida a lengua española.

-Los que manejan el periodismo cultural, los operadores culturales y las editoriales, los críticos académicos, los Profesores más influyentes son los porteños. Es decir: lo que manejan el sistema literario del país son los porteños. Te lo digo por experiencia. Y ni hablar de los escritores porteños. Alabanzas mutuas y ghettos. Enemigos mortales. Declaraciones de guerra. Se baten a duelo. Polemizan sobre temas que en ocasiones encubren tremendos rencores o resentimientos. Yo trabajo con revistas culturales de México, de EE.UU., de Chile, de Argentina. En Revistas culturales independientes. Sí subo a mis redes algunos artículos. Algunos. Pero Argentina no es el lugar para que publique. Menos aún si habla de la ciudad de La Plata. He desistido por completo de hacerlo después de algunas anécdotas irreproducibles, capítulos olvidables que uno recuerda para no repetir. Hay un Semanario de la Provincia de Mendoza, otra Revista de Tucumán, otra Revista digital de La Plata que esa sí modera una colega junto con otras dos colegas, una de España,  y una publicación de la Provincia de Buenos Aires, de La Matanza, ideales para trabajar sobre literatura infantil y juvenil, las dos últimas. Toda esta es gente honrada. A veces incluso publican otra clase de cosas. Como cuentos infantiles míos o bien hasta algunos para adultos. Hace poco uno de Año Nuevo, encuentros imaginarios con escritores o escritoras (te recuerdo Héctor que hoy es 31 de diciembre de 2021, y yo lo celebro imaginando este encuentro que era una asignatura largamente pendiente,  que está teniendo lugar y jamás lo tuvo: el último día del año y yo que me doy un gusto). Respecto de la vida académica ¿Qué decirte? Colaboro con una revista que es de literatura, muy seria, con un editor muy apreciado por mí, una persona honesta por sobre todo. Colaboro con entrevistas a escritores o escritoras argentinos. Tengo recuerdos memorables de colaboraciones allí. He aprendido mucho entrevistando a escritores. Y conocido toda clase de personas. Recuerdo con sinceridad dos en particular: una que le hice a Liliana Bodoc y dos a Inés Fernández Moreno. Son autoras argentinas que me gustan. Son audaces. Me gusta Antonio Dal Masetto. Me dicen que lea a Guillermo Saccomano (antes no lo conocía). Propongo que el tema periferia y centro en la literatura argentina lo cerremos aquí para no caer en estereotipos ni en el cliché que tanto se te atribuye ¿te parece? Ya hablé y escribí mucho sobre este tema. Lamento, eso sí, que mi producción permanezca tan dispersa.

-Adrián. Tenés que publicar libros.

-Sí. Hay memorables anécdotas en tal sentido. Eso me dice mi maestra de escritura. Tengo varios inéditos. Otros para ser reeditados aumentados. Este enero no leeré. Fue una promesa que me hice porque si leo hago crítica entonces es probable que prepare un libro. Solo uno. Tengo uno de poesía terminado que me gusta. Cada día me propongo objetivos realizables. De otro modo causan frustración. Pero un libro. Solo uno. Tener uno o dos preparados. Listos para entregar. Llegará el momento. Eso es suficiente. ¿Vos cómo has hecho para no distraerte?

-Bueno. La respuesta se desprende de tu pregunta. Concentrándome en un solo objetivo. Trabajándolo a fondo. Hundiendo el escalpelo. Es una operación de riesgo. Pero también de relojero. De extrema precisión. No podés distraerte. De un enorme poder de determinación. También, cómo podría decirte, tienen que llegar ideas. Preguntas. A veces estudiar. No podés dejar que algo sea inexacto. Nada  librado al azar. Ser perfeccionista. Ir a los detalles. Porque uno sabe que es falible. Trabajar de modo sostenido. Preciso. Perseverar (sobre todo siendo novelista o parcialmente novelista, porque también escribo cuentos). Tener una disciplina de hierro pero a la vez ser flexible. Estar muy atento a la frase o palabra que escribís. Ser implacable y no dudar en sacrificar un párrafo aunque esté bien escrito si ves que hace ruido o bien es redundante o aporta un exceso de información para la trama. Si no resulta funcional a esa totalidad que te has propuesto como un arquetipo. Hay una zona de la experiencia literaria, de la poética, en la que la vida se entrega por completo, se concentra en el acto de crear. A ese punto hay que llegar. A ese punto hay que acudir cuando uno tiene una idea que lo ronda, de modo productivo pero que a la vez se apodera de vos. Cuando encuentra auténtica y original a un idea que comienza a rondarte.   

-En mi caso hay trabajos no diría que mediocres, porque es cierto que a cierta altura hay un oficio que permite echar mano de recursos. Pero hay momentos en que uno decae. Pierde vuelo. Sobre todo escribiendo mucho, como hago yo. El año que viene me propuse escribir menos. Y probablemente me concentre en libros. En libros realizables. Dejar descansar al periodismo cultural o dejar de publicar cuentos dispersos o crítica. El ensayo ¿Qué decirte? Es un género en el que me muevo con soltura. En 2021 publiqué varios cuentos. Pero en lugar de compilarlos en libro, los di a conocer  masivamente en una revista. De todas formas los derechos siguen siendo míos. Lo cierto es que ya no son inéditos. Supongo que debe de ser una primera pregunta de un editor. Somos muy distintos como escritores vos y yo.

-Es que en lo esencial hemos comulgado. No hacen falta largas parrafadas. Tal vez te haría falta hablar menos. O escribir menos. Ese es un consejo que te daría. Eso es todo. Aprender a callar.

-Gracias, Héctor. Hoy, en este encuentro, pensaba hablar de tus libros, de los paisajes de la puna jujeña, de contarte que cuando mi hija nació y mi ex mujer contaba las contracciones yo leía Luz de las crueles provincias. Una de tus novelas que ganó un Premio Internacional en Francia, el Prix de deux Oceans. Y esto sí es una historia primordial. Qué leía cuando nació mi hija. ¿Fue importante ese premio para vos? O quizás sí importe. Importa porque es un libro que fue destacado de entre el resto de tu producción.

     Y en ese momento callo. Y me retiro en silencio. Como la luna que hoy es roja, como la de Roberto Arlt. Y no hace ruido. Con este apretón de manos.  Mis cariños a Flora.

     Héctor queda en Yala, mirando la luna silenciosa. Lo veo a lo lejos, incorporarse. Se estira. Su espalda, arqueada hacia atrás, parece un junco esbelto aún, pese a sus años. Y se retira al interior de su casa. Yo ahora estoy de pronto en mi estudio, delante de mi computadora. Yala se ha marchado. La Plata, un paisaje pueblerino que algunos me dicen que es una ciudad (lo que me cuesta creer), me recibe. La Plata es una tierra de frontera, como Yala, pero en un sentido distinto. De estas tierras de frontera en que se habla con buena parte de mis conciudadanos, yo hablo una lengua extranjera. Menos aún es el lenguaje en el que escribo. Estas son tierras  hostiles. Y en estos encuentros imaginarios, que he tenido con Marguerite Yourcenar, Liliana Bodoc (ya por tres veces, porque acaba de haber una tercera más reciente que se publicó a comienzos de enero), Oscar Wilde, Federico García Lorca, Horacio Quiroga, Siri Hustvedt, Emily Dickison, entre otros, mi biografía los descubre a medida en que los voy creando. Hoy he conocido la estampa de Héctor Tizón, sin incurrir haber incurrido en confidencias. Más bien ha sido un encuentro a la inglesa. En el que dos hombres conversan sin hablar de intimidades profundas.

     Yo soy un hombre sencillo, como la historia de Leonardo Sciacia, que a veces florece ¿Una flor incandescente? ¿por qué no llamar a la creación que permite alumbrar para descubrir de esa manera las esencias primeras? La clave de crear es creer en imposibles. Uno de ellos es crear un lenguaje que nadie hable. Pero que a la vez todos entiendan.

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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Es Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 se editó su libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, Melancolía (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía Reloj de arena (variaciones sobre el silencio). Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Obtuvo premios y distinciones internacionales y nacionales.