La gran mayoría de los países latinoamericanos tienen marcadas diferencias socioeconómicas y en la educación esto se acentúa. Las clases altas crean una línea divisoria en cada resquicio de sus vidas y en materia de educación esto se ve subrayado. Parece que la premisa es: “dime a qué escuela vas y te diré quién eres”. Esto aplica en todos los niveles educativos, desde preescolar hasta la universidad.
“Mientras yo viva mi hija no irá a ninguna escuela pública”, sentencia melodramáticamente un padre de familia como si se tratara de una tragedia el acudir a una escuela de gobierno. Otra voz dice: “Ximena está desconsolada, dice que no le queda de otra más que sacar a su Pedrito del colegio, si ya tenían problemas para pagar la colegiatura de primaria está imposible cubrir la de secundaria. La pobre está tan preocupada. Yo estaría igual, imagínate a Lily o a Santiago entre puro vago”. Claro, es que dejar el colegio Dorado Azul para ir a la Pública 1006 es como ser expulsado del paraíso. Al menos es lo que muchos padres de familia y estudiantes creen o les han hecho creer.
“Mientras yo viva mi hija no irá a ninguna escuela pública”
Por su parte, la clase media o aspiracional se esfuerza por entrar en una dinámica que la separe, a su vez, de la clase baja. A la clase baja no le queda más que aceptar lo que hay, y muchas veces no hay nada para ella y los chicos de las clases bajas terminan por no cursar los niveles básicos. Que uno de los principales ingresos económicos del país lo generen las industrias maquiladoras no es casualidad; a menos escolaridad mayor mano de obra barata, con pésima calidad de vida y nulas prestaciones.
Tenemos pues una concepción clasista de la educación, encontrando en cada nivel educativo un microcosmos particular. Hay que señalar que la concepción social de las universidades públicas respecto a las privadas tiene características similares donde el clasismo se hace presente, pero también hay una parte importante de la sociedad que ve a las universidades públicas aceptables e incluso emblemáticas.
En materia de educación básica la diferencia es más pronunciada: las escuelas públicas son vistas como conflictivas, tanto a nivel de la relación entre alumnos como en el rendimiento educativo, lo que hace que los padres de familia clasemedieros se esfuercen por inscribir a sus hijos en colegios privados.
La educación privada ha sacado mucho partido de esta concepción social que se tiene, sobre todo, en los niveles básicos. La proliferación de kínderes, primarias, secundarias y bachilleratos privados ha aumentado considerablemente en los últimos años, principalmente en las grandes ciudades. Los ganadores con los problemas derivados de la relación gobierno-educación pública son los dueños de las escuelas privadas. La privatización de la educación es un modelo que no ha necesitado instaurarse desde el ejecutivo federal para ir ganando terreno sobre cada trozo que pierde la educación pública.
A partir de este gran escenario nacional, a escala pequeña, cada colegio hace de las suyas para obtener dinero a través de lo que debería tener una motivación más allá del rendimiento exclusivamente monetario.
La educación privada concibe la educación como un sinónimo de negocio porque ha logrado que así sea.
Esto genera que los dueños y dirigentes de las escuelas privadas consideren al padre de familia como el cliente al que hay que tener satisfecho a través del alumno. Por su parte, el profesor es concebido por ellos como un objeto para incrementar las ganancias de la institución, antes que como un verdadero agente que posibilite una educación de calidad y al que se le remunere debidamente por ello.
En el mundo del docente que trabaja en escuelas privadas, el régimen de empleado al que se le adscribe disminuye de a mucho o de a poco –según lo matizada que sea la “visión” de la escuela– los beneficios, hace crecer el trabajo y las obligaciones y escasamente se ven retribuidas las exigencias con un aumento de sueldo equiparado al alza en las mismas colegiaturas o los precios de la vida diaria.
En el caso de los padres de familia, la mayor parte de las escuelas privadas les mienten respecto a lo efectivo de los alcances en sus estándares de calidad o lo práctico de su enseñanza. Lo que buscan es sacar el mayor dinero posible por cada plus agregado en su oferta educativa. Algo que los padres de familia pasan por alto es que una mayor carga horaria es poco fructífera para el aprendizaje, de modo que tener más materias no significa adquirir mayores conocimientos o habilidades.
Las escuelas privadas sólo buscan ganar para sí. Para lograrlo lo primero que hacen es aumentar o reforzar su reputación, por ejemplo, por medio de estadísticas donde sus alumnos obtienen altos puntajes en diversos exámenes de ingreso a universidades, que si se revisan a fondo suelen ser cuestionables, como lo son la mayoría de los resultados estadísticos. Pero la principal estrategia que utilizan es sacar partido de la complicada situación socioeconómica de cada país, llevando a cabo propagandas sutiles de ideologías basadas en el clasismo. Finalmente lo que venden muchas de estas instituciones es “prestigio institucional” y con ello “status para el egresado”, es decir, diferencias sociales.
Se requiere que como ciudadanos, ya seamos padres de familia, docentes, profesionistas, alumnos, empleados o desempleados; veamos de manera crítica lo que como sociedad perdemos en manos de la cada vez más fortalecida educación privada a costa o en detrimento de la educación pública.
Es necesario que el slogan “dime a qué escuela vas y te diré quién eres” deje de ser tan efectivo
Un slogan solo provechoso para la educación privada y tantas veces devastador para la educación pública. Se debe luchar porque la calidad de la educación no se piense ni guarde relación directa respecto a su costo. Sólo de esta manera podremos generar rutas y modelos educativos realmente incluyentes y acordes a nuestra realidad y sus exigencias de transformación.