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Podemos revisar cualquier compilación histórica y encontraremos cantidad de situaciones en que la palabra ha tenido una relación directa con el ejercicio del poder y ha determinado el destino de algún individuo, comunidad o nación. Nada difícil es encontrar momentos donde una orden por parte de cierto rey decidió respecto a cancelar o no, la ejecución de un rehén. Donde la redacción y difusión de un texto que obtuvo el estatuto de sagrado derivara en que se decidieran ya conciliaciones, ya matanzas entre pueblos; donde la posibilidad de escribir tuviese la función de un indicador de casta.

Los ejemplos anteriores dan prueba del poder profundo subyacente en la palabra, tanto oral como escrita. No obstante pareciera que en la palabra escrita existe una trascendencia mayor pues la trascendencia, independientemente de si se logra o no, es uno de los fines fundamentales de la palabra escrita. A ello responde que la pronunciación contra un jerarca de cualquier régimen sea, desde tiempos antiguos, otorgadora de muerte a quien la expresa.

El caso de Mandelstam y su poema sobre Stalin

Un caso que se inscribe dentro de la descripción anterior. Lo refiere George Steiner en su obra Extraterritorial (2009). Se trata del poeta ruso Ósip Emílievich Mandelstam (n. 1891-m. 1938) y del poema que realiza sobre Stalin. Aquí se encuentran dos aspectos claves acerca del ejercicio del poder y la relación que mantiene con la palabra.

Una está presente en el propio poema donde, parafraseando a Steiner, el poeta expresa la potencia criminal existente en la manifestación de la palabra. Refiere cómo la potencia criminal de la palabra se debe a que es un hombre con la potestad de gobernante quien la pronuncia. Es por lo tanto, dicha posición de superioridad la que otorga a la palabra del gobernante la posibilidad de dar muerte a otro hombre con tan sólo una orden.

Este poder de la palabra del gobernante sobre la vida de un hombre es el que hace constar el poema de Mandelstam. La siguiente presentación del poema es la que se encuentra en la obra de Steiner:

 

Vivimos. No estamos seguros de la tierra que pisamos.

A diez metros de distancia nadie nos oye.

Pero en cualquier lugar donde se hable en voz baja

recordamos al montañés del Kremlin.

Sus dedos son gordos como gusanos,

sus palabras pesan diez kilos.

Las puntas de sus botas destellan,

su mostacho de cucaracha se ríe.

Alrededor de él, del Grande, están los flacos delatores de cuello fino.

Juega con ellos, feliz de rodearse de semihombres.

Ellos emiten conmovedores y graciosos sonidos animales.

Sólo él habla ruso.

Una tras otra, sus sentencias resuenan como cascos de caballo:

los pronuncia rítmicamente, y siempre da en el clavo.

Cada muerte es para él, como buen georgiano,

Una frambuesa que se mete en la boca.

 

En el poema, Stalin (El Grande) es la figura del que gobierna, de quien dicta y da la muerte, si así lo decide, sin ninguna conmiseración. La razón de ello es que se considera a sí mismo como soberano.Y todo aquel que se percibe como soberano acaba por concebirse con la potestad de disponer sobre la vida y la muerte de los demás hombres. Pues el poder soberano del hombre que gobierna, y de una nación misma como ente soberano, reside en su posibilidad de decidir cuándo la vida de un ser humano deja de ser digna de ser vivible.

Giorgio Agamben argumenta que la razón de que una vida pierda su carácter de ser vivible es consecuencia de la politización misma de la vida. Por ello, si para un gobernante la vida de un individuo –o sectores completos de individuos– interfiere o deja de ser útil a sus objetivos políticos, éste se autoriza a sí mismo sobre la decisión de su muerte. El genocidio de los judíos en la Alemania nazi es el máximo ejemplo de tal politización de la vida, refiere el autor. En el poema, esta politización está referida respecto de un solo individuo pero la operación es la misma en uno que en cientos de personas.

En el poema de Mandelstam la razón por la que El Grande decide sobre la vida o muerte de otros hombres, obedece al mismo poder soberano que politiza toda la valoración de la vida. De manera que para el montañés del Kremlin, la muerte de tales indiviuos significa únicamente frambuesas que se mete a la boca. Ordenar y ejecutar su muerte pierde, incluso, el carácter de homicidio.

Las impliaciones de tal consideración por parte de un madatario sobre sí mismo –o de una nación sobre sí misma–­­ trascienden los ámbitos morales y éticos. Tienen que ver con la conformación del poder y más concretamente con lo que se denomina actualmente como biopoder y como biopolítica, lo cual se ha convertido en la concepción actual de la vida humana desde la perspectiva de quienes poseen el poder.

Por otra parte, la relación que expone el poema entre la palabra y los actos realizados por el montañés del Kremlin es la relación existente entre la potestad del poder y la manera de llevar a cabo tal potestad. Quien rige cualquier sistema social, ya sea a la fuerza o determinado democrácticamente, lleva a cabo su mandato a través del lenguaje.

La palabra es la que hace posible la gobernabilidad. Puesto que es la palabra la que comunica, legitima y reproduce la posición de mandato y poder de un hombre respecto a otros. De allí que en la palabra esté dada la posibilidad de decidir, ya la vida, ya la muerte de cualquier hombre, según lo decida quien gobierna. Porque, recordemos, el que gobierna se ve a sí mismo como legislador de la vida y el poseedor de la palabra y el orden.

Toda esta reflexión sobre el poder que “legitima” a un gobierno o gobernante a decidir sobre la vida de otros nos lleva a la otra clave del poema, y es que en el texto se representa tanto al poder contestatario de aquel a quien el dictador quiere someter, como la consecuencia final de tal acto contestatario.

Steiner nos dice que aunque no es seguro si fue la lectura privada de un poema de catorce versos sobre Stalin la causa de la detención de Osip Mandelstam el 30 de mayo de 1934 y su posterior deportación y ejecución. Lo que sí es absolutamente seguro es el terrror concentrado que inspira el poema [el cual habla] de la dictadura absoluta [donde] sólo un hombre puede usar el lenguaje. Lo hace para castrar y asesinar, y cada palabra suya pesa diez kilos.[i]

Incluso ante la imposibilidad de comprobar si fue la lectura concreta del poema por parte de Stalin la causa que llevaría a Mandelstam a su muerte, las razones de su detención y posterior ejecución, sin lugar a dudas, sí responden a su quehacer literario, donde el poeta expresa su punto de vista y oposición al régimen stalinista. Así, queda clara la trascendencia de la palabra y sus relaciones con el poder, tanto si la palabra es formulada desde quien ostenta el poder como si proviene de quien se pronuncia contra éste.

 

Bibliografía

Agamben, G., Homo sacer, Valencia, Pre-Textos, 1995.

Steiner, G., Extraterritorial. Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 1971.

 

[i] Steiner, Extraterritorial, pp. 205-206