En El valiente ve la muerte sólo una vez (Ediciones Era, 2019), Diego Enrique Osorno camina en busca del rastro de don Alejo Garza Tamez, un hombre de setenta y siete años que tenía un rancho en Tamaulipas, a donde viajaba cada fin de semana desde Monterrey para cuidar su ganado, sus árboles, sus cosechas y sobre todo, para pulir el alma de sí mismo, reflejada en el rancho que por tantos años había trabajado para construir y mantener.
Al ser amenazado por un grupo criminal para que les entregara el Rancho San José, don Alejo despidió a sus empleados y se atrincheró en su casa, acompañado de todas sus armas y municiones. Esperó toda la noche hasta que en la madrugada llegaron a despojarlo y él los recibió a tiros. Mató a cuatro de ellos, pero al final fue herido de muerte. Entregó su vida para no entregar lo que más amaba de ella.
Para comprender el carácter de un hombre que dio la vida por defender a su rancho de la invasión de unos mafiosos se necesita mucho más que unas fotografías o el testimonio de algún familiar: hace falta buscar la huella de ese hombre en cada cosa, animal o persona que lo tuvo cerca.
Diego Enrique Osorno reconstruye con meticulosidad la vida de Don Alejo a través de una larga crónica en la que podemos atisbar tanto el ambiente violento de la región como el apego a la vida campestre de Alejo y su familia. El autor también realizó un documental sobre el caso, que compartimos al final del texto.
El resto del libro está conformado por otras cinco crónicas que también se centran en personajes polémicos, como Mauricio Fernández Garza, exalcalde de San Pedro Garza García, o José Inés Cantú, el inventor de la arrachera. Pero también se adentra en la crónica política en “Los fiscales están solos” y “Así se mata un diputado en Sonora”.
Mientras que la crónica final, llamada “Venga a comer el coctel de camarón más grande del mundo en la tierra de las masacres más terribles de México”, Osorno se interna en el absurdo mexicano que se superpone al horror en el municipio de San Fernando, famoso porque allí se han registrado masacres de migrantes, pero ahora es un lugar al que pretenden lavar la cara de muerte con la salsa cátsup de un inmenso coctel de camarón.
En este libro, imprescindible para asomarnos a la realidad del norte de México en la última década, Diego Enrique Osorno es capaz de mostrar, una vez más, que con un estilo ecuánime y un interés genuino por los personajes de sus crónicas, puede lograrse un resultado conmovedor.