¿Te gusta el rojo mi chino? Obra de Jorge Rodríguez Diez

¿Te gusta el rojo? Color que enturbia los sentidos y marca en mis labios el fuego ¿Te gusta el fuego? ¿Te gusta ver arder cualquier lugar? Pongámosle patria o territorio; pongámosle cuerpos. Dime, ¿te gusta mi cuello esbelto, mis uñas finas? ¿Es suficientemente enigmático mi cabello oscuro? ¿Qué te sugieren mis ojos? ¿Acaso te dicen que he conocido el sabor de ciertas promesas, aquellas sabor a estiércol endulzadas con miel, y que me las he tragado una a una?

Luché por derrocar, por filtrar información, por protegerla, comiéndome pedazos del interior de mi boca de tanto apretar la quijada, ahuyentando el dolor al pensar en lo que entregaría a mis hijos y a los hijos de tantos otros hijos. Sabes muy bien lo que me he encontrado apenas unas décadas después. No solo mi cara hermosa se ha agrietado, también tengo un escozor irreparable en toda mi memoria y una fe oxidada.

Las dictaduras han existido a lo largo de América Latina, pero no sólo aquí, nómbrame cualquier sitio y te ofreceré las huellas gigantescas de sus depredadores. Sí, la historia humana tiene el tufo de lo podrido desde hace milenios. Observa estas calles donde la revolución cuelga de los balcones. Están los que trafican con armas y aquellos que lo hacen con ideas; ambas son excitantes, puedes aniquilar de distintas maneras. Traficar con ellas es una vieja práctica humana. Yo he sido víctima y victimaria de las dos.

Cuando la Gran Revuelta,  disparé un puño de veces. Maté, defendí, volteé la página de alguna mirada que ahora no sé si era clara o turbia. Pero en aquellos días no había dudas, llegaron poco a poco y se instalaron aquí, como el salitre o la humedad de estas viejas paredes. Acuérdate mi chino, ¿qué tanto nos prometieron abolir, transformar, erigir? Erigieron férreas estatuas tan parecidas a las que echaron por tierra. Han creado otras rutas de la seda y nos arrebatan el tiempo maquinalmente. Hoy, en todo el mundo reciclan palabras, agregan nuevas y ya está, la vuelta a empezar de las protestas, las batallas, las victorias insignificantes, los muertos y desaparecidos engrosando tumbas y listas llenas de nombres.

No sé cómo maten los hombres, pero yo maté con mis labios de mujer encendidos de rojo. Maté seduciendo hasta el último momento. Maté viendo en aquel que mataba al enemigo de un destino distinto, donde seríamos dueños de nosotros mismos, de la tierra que cultivábamos y de los espacios que nos permitían vivir bajo su cobijo. Mira en lo que se han convertido mis manos, en despojos de tanto trabajar lo que nunca consiguió ser nuestro, de todos. Conoces el viejo cuento: la propiedad se crea pero no se destruye y sólo cambia de dueños.

Pero vuélveme a decir, ¿verdad que sigo siendo hermosa? ¿Qué el sabor de mi mar o mis montañas sigue animando el rumbo de algunos sueños? ¿Y estas ruinas, chinito, cuánto venden hoy, cuánto valdrán mañana? Por ahora a mí me alcanzan para sobrevivir a jirones en esta casa dividida en diez. Les cuento mis hazañas a esos chispeantes ojos oscuros o claros. Veo su ingenuidad. Ellos solo ven mis avejentados pero aún seductores labios rojos.