Hebe Uhart (Argentina). Nacida en Moreno, 2 de diciembre de 1936–Buenos Aires, 11 de octubre de 2018) fue una escritora y docente argentina. Desconocida su obra gran parte de su vida, las primeras publicaciones de Uhart se dieron en editoriales pequeñas, obteniendo su reconocimiento al publicarse sus Relatos reunidos en 2010, llegando inclusive a regalizarse traducciones de sus libros a otros idiomas tiempo después.45 Estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires, y colaboró además con el suplemento cultural del diario Uruguay El País. En 2017 ganó el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas. El gran escritor argentino Rodolfo Fogwill dijo de ella que era «la mejor escritora argentina».
La entrevista
Pensaba cómo en varios de sus libros, Hebe, en un determinado momento hay un personaje, por lo general incluido en una familia, accede a otro universo ideológico y logra distanciarse de ese universo ideológico al que pertenecía por origen, comienza a tomar distancia. Hay un personaje en su libro Señorita, que empieza a leer los libros de León Bloy y mira con mucha crítica el universo del que ella proviene. Me gustaría saber de dónde surge esto, de dónde viene. Si tiene que ver con algo autobiográfico o no.
Tiene que ver con algo autobiográfico pero tiene que ver con la iniciación en la lectura en la adolescencia, pero también a lo que estabas aludiendo con una familia o las rupturas con una familia tiene que ver con mi propia familia. Todos eran inmigrantes pobres y mi padre era de clase media. Entonces, lo que se plantea en otro de mis libros, Mudanzas, una novela corta, es un ascenso rápido. Un poco la idea de todo eso es que el ascenso rápido es muy costoso. Es problemático. Porque ese personaje de la loca, que no es una cosa real, queda totalmente descolocado. La ponen en un pueblo y no sabe mucho qué hacer. El ascenso rápido es costoso porque implica la adaptación a normas de todo tipo. Por ejemplo, el pasaje más duro de todos ellos es el pasaje de inmigrantes a clase media. Que es el pasaje típico de este país. Es el pasaje del inmigrante y en el que el hijo es el de clase media. Eso es doloroso.
Es doloroso porque implica ingresar a un mundo al que uno no pertenece con nuevas normas.
La adaptación es dolorosa. La gente debe ser como se le pide que sea. Entonces esa es la idea que yo tengo. Y también tengo la idea de que el ascenso lento es mejor. No el ascenso brusco. De un país inclusive. Sino que el ascenso lento y sostenido es mejor.
Es menos traumático.
Sí, para cualquier actividad. Los progresos lentos son los menos shockeantes y por otro lado los más seguros. Eso es un poco lo que plantee en Mudanzas. Refleja mi propia adolescencia. Yo era una adolescente bastante peculiar. Durante un año entero, cuando me mandaban invitaciones a las fiestas, me vestía de negro y me iba a llorar y mandaba ese feliz cumpleaños y no iba. Una adolescencia muy especial tuve, de mucha revuelta.
O sea Hebe que en su obra hay una relación bastante intensa entre la memoria y la escritura. No en un nivel testimonial sino en un nivel más bien autobiográfico.
Sí, Señorita sí, es totalmente autobiográfico. En otras no tanto, porque hay más distancia ficcional. Y en Mudanzas lo que yo recogí como cuentos es mi memoria. Memoria de mis abuelos. A mis abuelos los conocí viejos y tarde porque mi mamá era la menor. Pero tenía muy buena memoria. De la familia materna. No así de la paterna. De esa rama tengo algunas cosas pero menos. Entonces tomé eso y lo elaboré.
En general los escritores trabajan a partir de una idea que les ocurre, una idea para un cuento, por ejemplo. ¿cómo es cuando uno trabaja sobre un material vivido? No es una inspiración de tipo nuevo sino que es una inspiración que uno recupera del pasado. No es nueva pero uno está dispuesto a escribirlo
Pero para eso hay que tener alguna perspectiva. Evidentemente hay que tener alguna perspectiva. Hay en las historias familiares cosas que son de interés para la propia familia, pero no. Hay intereses que tienen que ver con uno y con las cosas intrafamiliares. Eso hay que verlo con una cierta distancia de una manera más objetiva. Puedo ver mi adolescencia porque ya no soy una adolescente hace mucho tiempo. Soy otra. La puedo ver como si fuera otra. Esa chica es absolutamente otra. Incluso muchos cuentos de juventud como uno de Guiando la hiedra lo escribí cuando ya no tenía más adolescencia en las expectativas amorosas. Por eso pude escribir eso. De repente uno está maduro para escribir ese material. Ese material como cualquier otro.
Y por otro lado en su obra el mundo de la docencia, cómo está satirizado.
Claro, porque tengo mucha experiencia.
Pensaba en el cuento “Una se va quedando”, por ejemplo.
Sí, yo tengo mucha familia de maestros. Muchas tías, muchos primos son profesores. Una tradición de docentes. Claro, y toda mi carrera. He sido docente entonces tengo experiencia yo. Anécdotas…Claro, que después las trabajo.
Hay un cuento suyo que el otro día lo leí en voz alta en una cena en mi casa, que se titula “Danielito y los filósofos”
Sí. Ese es de cuando yo estaba en el Nacional Buenos Aires. Me llamaron por una suplencia y yo tuve que sufrir el Nacional Buenos Aires. Estaban las profesoras de latín. Yo tuve que sufrir a las profesoras de latín. Que eran impresionantes.
¿Se encariña con los textos, con las cosas?
No, no me encariño con las cosas ni me encariño con los libros. Los libros los he perdido y los he vuelto a comprar. Me encariño cuando no los puedo conseguir. Hay libros que me gustan mucho y no los quiero perder. Si están en plaza no me importa. Y con los textos propios tampoco. Algunas cosas tengo para revisar ahora. No soy mucho ni de rehacer ni de volver sobre el texto. Para mí, otros no. Hay modalidades totalmente distintas. Porque a mí me parece que si una cosa no sale bien de entrada ya no sirve. Por lo general hago cuando ya está maduro. Cuando ya está maduro ya lo hago. Uno por experiencia sabe, que pasan dos, tres meses y después empieza de nuevo.
Y usted ha ido armando los libros al azar o eran un objetivo que usted se proponía como una unidad. ¿O usted escribe y después junta varias cosas y arma un libro?
Antes se pensaba el criterio de unidad. Ahora uno arma un libro con todo lo que tiene y lo lleva a la editorial. La gente lleva lo que tiene a las editoriales porque son tiempos muy urgidos. Para esperar a que tenga unidad para que se publique pasan cinco años. Si pasan dos o tres años tenés que llevarlo en ese tiempo tenga o no tenga unidad. Ahora no me preocupa mucho el problema de la unidad. Antes sí, que fueran unitarios. Trato de que no sean reiterativos, de que no haya nada muy reiterado o que sean muy similares los cuentos. Igualmente no escribo mucho yo. Escribo poco.
Y por otro lado, algo que me interesaba, no soy el primero en señalarlo, ya lo ha dicho mucha gente, entre ellos Angélica Gorodischer, en una ponencia que leyó en la Fundación Roberto Noble, cómo usted se apropia de la oralidad, de cierto fraseo de la oralidad. Esa oralidad tambipeb estpa¿¿¿. Y en esto se me ocurría vincularla a Manuel Puig. Las frases en torno de ciertos lugares comunes. Cómo usted se apropia literariamente, la toma como un discurso literario. Es muy mimético. Porque uno lee esos cuentos suyos y es como estar escuchando a su abuelita inmigrante.¿Cómo es eso? En usted surge como algo espontáneo, como algo dad, de una escucha en algúnn contexto. Y después usted lo aprovechó como un recurso.
Siempre se parte de algo que llama la atención. Llama la atención cierta forma de procesar algo de otro y después eso se usa literariamente. No es premeditado. Pero sí es una forma de escuchar las cosas que a una le interesan. Las formas de hablar, o de decir. Cómo hablan, o dichos, o cosas.
Usted siente que escucha a esa gente que está haciendo hablar en el texto ¿no? Que está reproduciendo ese lenguaj.
Sí, sí.
Pensaba que lo suyo en general es un tipo de texto bastante que se atiene a lo que convencionalmente se denomina “realidad”. Salvo Memorias de un pigmeo. Usted me da la impresión de trabajar sobre este mundo tal como funciona.
Lo del pigmeo surgió una vez que quería hacer una nota sobre los pigmeos. Y tenía material. Y después vi un documental y me conmovió un mito de origen que debe de ser posterior. El mito dice que ellos no saben sembrar. Pensemos que todos los mitos de origen son heroicos. Ellos dicen que no saben sembrar porque el primer pigmeo se equivocó y sembró las hojas. En vez de las semillas sembró las hojas. Terrible.
Un mito como de negligencia, de inoperancia.
De no saber. Me pareció terrible.
Además en el caso de su libro hay toda una circulación del pigmeo por el sistema escolar también.
Sí, lo mando a la escuela. Entonces ahí ve civilización en su aspecto más represivo también. Y el otro caso de literatura más bien fantástica, el de la naturalista norteamericana de Guiando la hiedra tiene que ver con los programas documentales que me fascinan. En otra vida me dedicaría a criar monos.
Se nota en ese cuento que hay un interés. Además usted maneja las técnicas que hay para enseñar a los animales.
Me interesa mucho la comunicación con los animales y creo que está en pañales. Al tener distintos lenguajes eso dificulta las cosas. Pero pienso que en el futuro se van a hacer más cosas. Va a haber más inteligencia en relación a cómo son, etcétera. Eso me despierta interés. Los animales más inteligentes.
Esta pregunta se la debe de haber hecho mucha gente. Pero me parece es ineludible. Esto de dedicarse a la filosofía pero escribir literatura.
Es una especie de esquizofrenia.
No, no me parece. Muchos escritores han escrito filosofía y se han dedicado a la literatura. ¿Hay una cosa vocacional con la filosofía o es un trabajo?
No, es un trabajo. A mí me gusta estudiar filosofía para enseñar. Para enseñar, tiene una aplicación. O tal vez a veces exponer sobre un filósofo. Pero yo soy una profesora de filosofía. Yo no soy filósofa. He leído bastante pero no soy filósofa. Pero son cosas distintas. Alguna vez he mezclado filosofía con literatura. Funcionan como dos compartimentos distintos, diferentes en mi vida. Yo terminé la carrera y no hice nada con la carrera. Yo terminé la carrera y di las materias pedagógicas por estímulo de mi madre. Como una forma de hacerse un oficio. Y después efectivamente trabajé y me gustó.
La literatura es más placentera. No tiene la sensación de que está haciendo deberes cuando escribe. Haciendo algo placentero.
Y a veces mezcla de todo. Porque a veces cuando un texto no sale y hay que buscarle la vuelta es un problema. Es una tarea. Pero la filosofía es un trabajo en el que me manejo después de muchos años de estudiar, en el que me manejo normalmente. Pero yo no me consideraría filósofa.
Le preguntaba esto porque en una gran mayoría de autores que han escrito filosofía y literatura la filosofía aparece, aparece como un sustrato teórico
En eso yo me distancio. Yo no tengo ninguna apoyatura filosófica.
Por lo menos consciente.
Claro. No hago literatura de ideas, para nada.
Diera la impresión de que su literatura abordara el costado social de la realidad. La relación entre las clases sociales, la forma de hablar peculiar de cada clase social, el ascenso y el descenso social.
Sí, en ese sentido sí. Pero lo que no hago es explicitar lo que los personajes piensan. Muy poco lo que piensan. Más bien pongo lo que hacen. Los defino más por lo que hacen que por lo que piensan. Pero no sé si llamarla social.
Digo social en el sentido de la dimensión social de la vida humana, no me refiero, por ejemplo, a la literatura que hacían los escritores de Boedo.
La distancia social se ve en Camilo asciende y en Mudanzas. Pero en Señorita tiene más que ver con la experiencia de la adolescencia. Cuando yo entré a la Facultad, yo entré chica a Filosofía y Letras, tenía 17 años, uno tenía que decir que los padres eran malísimos, unos burgueses de los cuales se renegaba. Toda esa generación, al menos de la gente que yo frecuentaba, tuvo una actitud de rechazo hacia los orígenes. Uno es un intelectual que ve a sus padres como gente de pocas miras, burgueses, que tiene esto, lo otro. Ahora ya no veo a mis padres de esa manera. Hace rato que ya no veo a mi padres de ese manera. Hace rato. Pero a esa edad sí, todos decían que los padres no los comprendían. Sentirse incomprendidos, que los padres hacían tareas chatas. Todos teníamos padres pequeñoburgueses y todos decíamos lo mismo. Era muy especial. Era la Facultad de Filosofía y eran los años sesenta. Era un medio muy especial que no era igual a las otras Facultades. Eso sí fue un choque. Venir de un pueblo, de Moreno, a la Facultad de Filosofía fue un choque. No entendía a la gente. Por más que yo había leído algo, la gente era absolutamente original y exótica. Y además buscaba la originalidad. Todo eso un poco me seducía, un poco me escandalizaba, otro poco no entendía. Todo eso hasta que después fui procesando de una manera muy distinta todas las cosas entre los veinte y los treinta. Pero tuve amigos de muchos años. Tuve entre los veinte los treinta dos o tres amigos. Después me abrí al mundo. Si no me hubiera pasado la vida entre gente que se pasa la vida pensando. Me abrí a todo tipo de gente. Pienso que un escritor tiene que conocer todo tipo de gente. De todas las clases sociales. Cuando más grande sea el espectro y la variedad de gente mejor. Si no uno está entre sus pares y decimos todos lo mismo… Yo tenía en mi casa una señora que trabajaba, Leonor, que con ese material hice un cuento y una novela y a mí me llamaba la atención el lenguaje. Era un buen mirador para ver cómo piensa gente de otros estratos sociales y que me daba parámetros también para ver cómo pensaba yo. En general un intelectual es una persona bastante confundida. Es decir que en la cabeza tiene un montón de pájaros revoloteando.
Y de ideas ajenas también.
Ideas ajenas, contradicciones, vacilaciones, vacilaciones en todos los aspectos. Es otra forma de procesar. Pero en algunas cosas es interesante. Porque finalmente, ¿qué prima? Prima el afecto. Y uno ve otra forma de procesar las cosas. Y como evidentemente debía de haber una afinidad más allá de las clases, de sensibilidad, o algo que ella decía, y el lenguaje, hay un encuentro en eso. Hay un encuentro. Es una perspectiva donde no está separado, por ejemplo, la muerte, de lo erótico ni de lo económico. Toman a la vida como es, como viene, sin tanta vuelta. Tendrán por supuesto sus restricciones pero a mí me parece que procesan la experiencia, como te decía, de otra manera. Y es cosa de tomar la vida como es, es interesante. Que tiene más el criollo acá. Sería algo así como no ver las cosas de un modo tan idealizado. El intelectual idealiza mucho y además se cree especial. Yo distingo mucho la gente concreta de aquello de que se nutre. Yo distingo bastante a la persona de aquello que lee, de aquello que hace. Pienso en la gente en función de actitudes, de valores. Incluso no creo a pie juntillas en las ideologías de la gente porque sé muy bien que lo que la gente dice no siempre es lo que la gente hace.
Usted dicta talleres de escritura ¿El trabajo en los talleres le sirvió para problematizar cuestiones de su propia escritura?
No, en mí las actividades funcionan como compartimentos estancos. En los talleres soy una, en la Facultad soy otra, escribiendo soy otra. El taller me sirvió para pensar en las distintas formas que tiene la gente para hacer las cosas. He tenido los más variados exponentes. Hay gente que corrige veinte veces. Hay gente que se desanima. Hay gente que llega hasta el final y le da trabajo terminar con un remate. Las miradas. Las miradas que van apareciendo. Hay personas que no escriben porque tienen miedo que reconozcan los personajes, en la pintura que ellos pueden hacer. Se autocensuran.
¿Qué autores lee con placer y siente que tienen vigencia?
Ahora estoy leyendo Los Buddenbroock de Thomas Mann. Chéjov. Erskine Caldwell. He perdido un libro muy lindo de él que se llama A la sombra del campanario, donde cuenta todas las tradiciones norteamericanas. Un escritor finísimo que no lo conoce nadie, que se llama Juan José Morosoli. Es un escritor campero que escribe sobre todos los personajes de Minas, argentinos, chilenos radicados ahí, gauchos. Que no hay acá mucho de eso. Ese autor lo he leído, lo he dado en los talleres. Felisberto Hernández. Qué lindo que es. Compré una biografía en Montevideo. ¿sabés que era anticomunista furioso? Me gusta Flannery O’Connor. Me gusta Alicia Steimberg, esos dos primeros libros. Heker, algunos cuentos. Amalia Jamilis me parece interesante. Reina Roffé leí La rompiente.
¿Y alguno que lo haya acompañado especialmente? ¿Los rusos?
Chejov. Mercé Rodoreda, la catalana. Katherine Mansfield. Virginia Woolf. No me pondría a leerla ahora. Faulkner sí. Homero me gusta. Safo. En el taller tal vez el año que viene empecemos con una tragedia.
¿Hay algún filósofo por el que se haya interesado particularmente?
Kierkegaard. Simone Weil. Una mística francesa. Me gustaba mucho. Era muy interesante. Niezstche. Hume es interesante porque se considera un hombre como todos los demás. Antes la de los filósofos era una vida de genio. Él en cambio presenta su vida, sus dificultades metafísicas. Si el conocimiento externo proviene del mundo externo o de la mente. Me gusta la personalidad, la forma de ser. Parece el primero de los modernos. Era tan heterodoxo que los contemporáneos lo rechazaban. Kierkegaard es un escritor. Platón me gusta siempre.
Gran parte de su producción tiene que ver con la crónica de viajes. Concretamente Viajera crónica (2011) y Visto y oído. Nuevas crónicas de viaje (2012). Este género que usted reúne tardíamente en volumen ¿surgía como notas de viajes espontáneas, deliberadas pero sin fines editoriales, o bien eran producto de encargos?
En parte como colaboración con medios como El país Cultural (Montevideo, Uruguay) y en parte fue el deseo mío de viajar. La necesidad de reunirlas fue una propuestas a la Editorial Adriana Hidalgo que fue aceptada para su publicación. Viajes hechos ex profeso.
¿Y por qué Hebe ha elegido los viajes como tema de sus crónicas y no otros posibles contenidos?
Porque el viaje me facilita la tarea de escribir en el sentido de que lo que se me aparece siempre es una suerte de novedad.
En sus libros de crónica de viajes usted está atenta a cuadros de costumbres, retratos de personajes, lugares olvidados, no a grandes celebridades o a grandes metrópolis.
¿Eso es fruto de una decisión, de una opción, de revalorizar lo que mucha gente considera temas “menores”.
No, las opciones nunca son tan deliberadas. Por lo tanto me inclino a rescatar aspectos de la vida cotidiana de un pueblo o de una ciudad. Me resulta más abarcable una ciudad pequeña.
¿Cómo trabaja usted las crónicas? ¿Tomas notas durante el viaje o bien al regresar escribe los textos sólo a partir de los recuerdos de las experiencias vividas?¿Tomo notas durante el viaje y generalmente tengo la crónica resuelta al llegar por escrito.
Escribo a mano y después lo paso a la computadora y ahí corrijo.
Entrevista originalmente publicada en Confluencia. Revista hispánica de Cultura y literatura. Volumen 30, Páginas 179-2015, University of Northern Colorado, EE.UU.