Leopoldo Brizuela (Argentina, La Plata, 1963-Bs. As., 2019) irrumpió en el campo literario argentino de modo precoz, obteniendo el Primer Premio Fortabat de novela 1985 por su obra Tejiendo agua, editada en 1986. Esta circunstancia ya nos habla de una personalidad literaria que tempranamente se desplaza entre signos con la elegancia  grácil y con una sabiduría narrativa llamativas. Es el primer indicio de un talento dotado, a diferencia de otras poéticas, que se ven obligadas a recorrer un dilatado y hasta esforzado camino hasta encontrar una voz diestra. Conjeturo que Leopoldo Brizuela con esta “narración de comienzos” ya había sentado las bases de una poética que no se plegaría al mercado ni se dejaría cortejar por aquél sino que sería a la inversa. Esto es: tuvo una carrera exitosa pero su trayectoria fue siempre impecable. Su poética no trastabilla jamás con  fines comerciales, de lucro ni menos aún afanes efectistas.

Carece de especulaciones con la aspiración las ganancias de un público por el camino más sencillo. Más bien a la inversa, elige el camino más difícil. Brizuela no se manifiesta jamás oportunista. Sino que es de tal la excepcional calidad su poética, que no puede ser desconocida por la gran literatura del mundo, por los lectorados de todas las clases y naciones. De allí la enorme cantidad de traducción que existan de sus libros, particularmente de algunos. Este reconocimiento iría en aumento a lo largo de su toda su trayectoria, libro tras libro, adoptando una coherencia que lo dotará de una poética sin fisuras. Pero a decir verdad impresiona (y hasta connota éticamente de modo positivo), un comportamiento hacia el propio hacer, que tiende a respetarse a sí mismo, a mantener una dignidad de escritor en todo momento. Hay escritores que en la medida en que sus carreras se tornan ascendentes ponen el acento en producir cada vez más compulsivamente. O bien los habrá quienes aspirarán a la gloria de visitar pasillos de canales de televisión, ser difundidos por canales de Youtube o por programas de radio.  

Brizuela recibió una enorme cantidad de premios y menciones que para hacerle justicia no puedo dejar de mencionar: el Primer Premio Edelap de cuento (1996), Clarín de novela (1999), por su novela Inglaterra. Una fábula, el Premio Alfaguara de novela (España) en 2012 por Una misma noche. Con su novela Lisboa. Un melodrama, fue finalista del Premio Rómulo Gallegos. También obtuvo las siguientes distinciones: Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires (bienio 1999-2000), Beca de la Fundación Calouste Gulbekian de Lisboa (2001), Beca de la Fundación Antorchas (2002), Beca del Banff Center of the Arts (Canadá, 2002), Premio Konex (2004 Diploma al Mérito en la categoría Cuento, quinquenio 1999-2003) y Premio Konex (2014 Diploma al Mérito en la categoría novela, Período 2011-2013). Ya vemos, una carrera consagratoria por las instituciones dadoras de devoción cultural de naturaleza veloz pero fundada sobre bases sólidas, sostenidas, contundentes. Con formación, una infrecuente capacidad de trabajo, conocimiento de cuatro idiomas (de los cuales traduce) y destreza en el oficio que estaba en directa conjunción con su condición de especialista, experto y el gran productor cultural que fue.

     Sus comienzos también están vinculados a la música y a la musicología. En efecto, siendo muy joven se acerca a Leda Valladares y María Elena Walsh (en especial a la primera), forjando una estrecha relación, un vínculo indestructible, me atrevería a decir, a la vez que fundacional de su poética en otro sentido a mi juicio clave. Estas relaciones lo familiarizarán con la música folklórica naturalmente de índole popular y, me atrevería a decir, ancestral. Surge entonces en Leopoldo Brizuela esta inquietud por las cantoras, como Gerónima Sequeida, Mercedes Sosa y la citada Leda Valladares, a quienes entrevista en sendos libros. En efecto, da a conocer Cantoras (1987) y, más tarde, Cantar la vida (1992). Si bien la entrevista adopta la forma de un intercambio de voces, de turnos, de una oralidad transcripta, la mímica de un decir, también se proyecta de modo potente hacia la escritura. De la voz a la escritura, el camino de un cierto timbre se desanda hasta quedar plasmado.

Esta será la primera doble apuesta de Leopoldo Brizuela: a la categoría del género (sexual) y la cultura musical en estrecha relación con la escritura. Por supuesto,  habrá otra apuesta: a la escucha de voces acalladas. Prestará atención, en este sinuoso y productivo sendero que será su carrera, como veremos, la decisión de correr otros riesgos.      Publica una novela a mi juicio de genio, llamada a ser un clásico contemporáneo, Inglaterra. Una fábula (1995).  Procesa allí mediante operaciones complejas la tradición literaria de ese país mediante una pericia y una documentación de fuentes literarias (sobre todo) que incluyen a la mismísima Isak Dinesen con un cuento en el que se refiere a un episodio que dialoga con otro de la novela de Brizuela. Y, simultáneamente, de modo desafiante se planta frente a dos líneas. En primer lugar la vertiente estética, esto es, la tradición fuertemente canónica de las poéticas inglesas (una nación letrada gobernada por mausoleos y panteones, liderada por Shakespeare, el patriarca de los escritores y escritoras: su fantasma más temido, al igual que su mayor rival).

Mediante la traducción cultural, los intertextos implícitos y explícitos y toda una serie de intervenciones sobre ese corpus internacional que evidentemente él manejaba de modo magistral, se planta frente al poder de una nación hegemónica en el panorama occidental estableciendo una lectura específicamente latinoamericana y más concretamente argentina de la literatura inglesa. Su labor aquí resulta triunfal. Por otro lado, frente a una nación históricamente de naturaleza colonialista e imperialista, un latinoamericano o un argentino desembarcará en sus costas literarias y, de modo rebelde, disidente, disputará su poder a la sede del canon de un modo a todas luces resulta asombroso. No obstante, tal como lo adelanté, no se trata de una operación simplista, de un discurso ensayístico fuerte o de tesis. Sino a la tensión que un argentino establece con el legado de generaciones de grandes íconos letrados que son configuradores en buena medida de los géneros de la poética contemporánea así como de los contenidos acerca de los cuales debía tratar la literatura narrativa de Occidente. Pero más ampliamente poética, la operación de Brizuela opera sobre la poética.

Es una operación que asesta a la poética dominante una provocación, mediante una intervención que en términos generales podríamos afirmar que es de un alto nivel de politización literaria. Como para cerrar este capítulo, diría que si Borges había manifestado una especial sensibilidad, una inclinación particular en su poética cruzando lo argentino o, mejor, lo criollo con lo anglosajón con una recurrencia de orden ya proverbial, genealógico incluso, realizando también operaciones estratégicas con ella. Brizuela entonces, nuevamente desafía. También contiende con el clásico por excelencia de su país en lo que hace a un sistema de lecturas, que remiten al anglosajón. Ese que Borges pretende imponer en nuestro país como el de más poderosa instalación en su biblioteca oficial. Brizuela cifrará su lectura del canon inglés según sus propios términos. En este sentido, son muy diferentes de los de Borges. No permanecerá ajeno entonces a esta otra figura agigantada por el paso del tiempo, que también se convierte

en una sombra peligrosa para el trabajo de los escritores y escritoras que vienen por detrás. No dejaría de mencionar que si bien Brizuela es sobre todo novelista, siempre la tradición del teatro está citada o bien  presente en la novela mediante múltiples estrategias de autor. O bien mediante operaciones de transposición. O bien mediante una serie de contenidos que lo ponen en diálogo con la dramaturgia como la presencia de una compañía de teatro que la protagoniza. Hasta la presencia de, como adelanté, William Shakespeare. Como vemos, en Inglaterra. Una fábula, con la particular costumbre que adoptará de subtitular su novelística (como si aspirara a sugerir una cierta clave de lectura de esa obra), la citada fábula puede remitir tanto a una ficción ejemplar. Como a una ficción cuyo verosímil no es realista, sino que responde al orden de lo puramente ficcional, lo imaginario en un sentido según el cual el propio Shakespeare pasa a ser fantasmal, como el miksmísimo padre de Hamlet.

En su poemario Fado 1995) ya se inicia el segundo gran movimiento (como otra nueva pieza musical) hacia lo que sería el juego nuevamente tonal que asocia escritura con partitura. En efecto, Leopoldo Brizuela esboza aquí su poética pero mediante una notación que se aproxima fuertemente a una melodía, cuya coronación sería su siguiente novela, Lisboa. Un melodrama (2010), una experiencia magnífica que viene a confirmar este trabajo musical que articula de modo permanente, en una operación de una congruencia notable (pero también de contrapunto) entre lo literario con los géneros de la canción popular de distintos países (empezando por los de su patria, desplazándose luego a cierta tradición de los del mundo). En efecto, la escritura de Brizuela siempre es transparente, no tiene florituras ni adornos, no es una escritura barroca, pero por detrás de esa aparente simplicidad, de ese supuesto grado cero de la escritura (del que habla Roland Barthes respecto de El extranjero de Camus) se agazapa una meticulosa labor que está atenta, en primer lugar, a las armonías.

La novela a la que aludo fue el producto también de profundas investigaciones que Brizuela realizó en Portugal con motivo de haber obtenido la Beca de la Fundación Calouste Gulbekian de Lisboa (2001). Visitó ese país, se empapó de su cultura (en particular de su cultura literaria) y consolidó su idioma. También conoció escenarios, ámbitos, compases de la Historia de Portugal útiles para la escritura de Lisboa. Un melodrama. Allí mismo, probablemente, se le reveló el drama que tendría lugar. Su escenografía y sus personajes que como sombras chinescas deambulan por ese territorio. Diría que tanto El placer de la cautiva como Los que llegamos más lejos adoptan (incluida la primera nouvelle en el segundo libro de cuentos) plantea fuertes matices en lo relativo a plantearse como ficciones en torno de lo nacional, más fingiendo adoptar otros matices, presentándose como crónicas de sucesos referidos.

Si la primera es una nouvelle, que aborda la fundación de la literatura argentina con el intertexto de La cautiva de Esteban Echeverría, nuevamente adoptando operaciones de transposición, en las que una púber o adolescente mediante distintas astucias se deja perseguir, junto a otro hombre blanco, erotizados recíprocamente, seduciendo pero al mismo tiempo huyendo del aborigen, en un juego ambiguo pero peligroso, llegan hasta la elocuente escena final, en que amedrenta al aborigen de manera mortal untándose la frente con su sangre menstrual fingiendo una enfermedad mortal que provoca pánico en él. Lo persigue, con una faca en la mano. Todo conduce a pensar que está dispuesta a ultimarlo, hasta que cuando finalmente tiene lugar el encuentro, se besan arrobadamente. Se entregan ambos a la bebida, azuzados por un grupo de aborígenes que la perseguían. Ella, Rosario, será la reina del desierto por una noche.

Porque a continuación los aborígenes procederán a arrancarle “minuciosamente las plantas de los pies”. El volumen de cuentos Los que llegamos más lejos es un libro de relatos y nouvelles en el que la restitución de los pueblos originarios a su dignidad resulta incuestionable. Pero también la reconstrucción de un universo desconocido para el hombre blanco en su dimensión actual. Finalmente, agregaría que se ocupa de dejar en su lugar la relación de exterminio, de dominación de las primeras colonias blancas, especialmente en la Patagonia, en directa relación con los pueblos originarios. Cierro diciendo que Brizuela en este conjunto de narraciones realiza un ajuste de cuentas con la tradición nacional en un recorrido que, es cierto, acude a los pueblos originarios, pero también recorre otras coordenadas y compases históricos. La recuperación de un paisaje natural de conflictos resulta relevante. Y plantea la cuestión racial e intercultural como fundamental. Para cerrar, diría que desde lo geográfico y desde lo geopolítico la escritura hace epicentro en algunas preguntas importantes ¿qué es la Argentina? ¿quiénes son los argentinos? ¿los aborígenes son argentinos o fueron exterminados por ellos? ¿en qué consiste ser un argentino? Estas me parece que son algunas preguntas que sobrevuelan el libro, entre otras.

Una misma noche, ganadora del premio de novela Alfaguara, un premio fundamental porque tuvo una proyección internacional consagratoria, trabaja con la experiencia vivida, de naturaleza autobiográfica. La escritura bucea en el recuerdo, en la memoria a partir de una anécdota que efectivamente tuvo lugar en su vida. Se trata de una noche de 1976 en que un grupo de militares irrumpieron en su casa. Hay en esta novela un doble movimiento prospectivo/retrospectivo permanente. La narrativa de esta misma noche recupera esa anécdota en la que está sucediendo algo terrible y el niño hijo de la familia, Leonardo (alter ego de Brizuela), se pone a tocar el piano en ese momento. En diálogo con una acción cometida por su padre esa noche sobre la que él es testigo pero no confiesa queda sobre él la sombra de lo que siente como una culpa que no puede ni sabe cómo expiar. Por otro lado, está muy presente en esta novela la emoción permanente de la amenaza: la paranoia producto de la evocación de los militares de antaño, robos permanentes en el barrio, visitas de empresas de alarma que lo marcan por cómo se ha comportado o se comporta, perros de guardia.

También salen a la luz los juicios por la verdad en distintos momentos de la  historia. Junto con una referencia al caso papel prensa, célebre en Argentina. De modo que estamos aquí, a diferencia de otras novelas de Brizuela, frente a una con una fuerte carga referencial trabajado a partir de un relato en tiempo presente, con prolepsis y analepsis, como dije, circunstancia que introduce en el lector una permanente doble atención que se remonta a un pasado remoto y un presente de la enunciación que da cuenta de cómo está escribiendo una novela, de los documentos sobre la dictadura a los que tiene acceso, de los diálogos con testigos. Sumado a ello una relación paterno/filial que converge en varias ocasiones en la necesidad de defender a su madre de un padre violento o de defenderse él mismo de esa agresión física o simbólica. Y una escena tremenda, de naturaleza onírica, en la que sueña con su padre, en medio de una escenografía que literalmente parece de orden infernal.      

Y esta serie, digamos, de naturaleza nacional, podríamos decir que  cierra el ciclo, a modo de despedida triunfal, con su novela Ensenada. Una memoria (2018), donde aborda el derrocamiento de Perón en 1955, pero también se trata de una novela que está fuertemente complicada con su identidad, en una ciudad en la que existe tanto una sensación de arraigo como la presencia de la cizaña encarnada en la miseria humana. Diría que entre estos dominios se juega la novela, con matices, naturalmente.

Leopoldo Brizuela compiló notables antologías, El taller del escritor (1992, 2 volúmenes), Instrucciones secretas. Guía para empezar a escribir (1998), en los cuales ya nos encontramos frente a alguien preocupado por problematizar el instrumento con el que ejecuta o ejerce la invención: la escritura, sus procesos, su génesis, sus estímulos, a través de testimonios autorizados de figuras que son referentes o bien célebres o bien de naturaleza más velada y menos pública. La corrección como un punto esencial en la escritura. En esto me gustaría poner el acento porque él lo hacía. Y se concentra en la narrativa (pese a ser también poeta, vemos aquí la fortaleza de una vocación dominante por sobre la otra) y la narratología.

Poco se habla de poesía en Escribir. Instrucciones secretas. Si bien una reflexión sobre el oficio de la escritura sabemos que es, de un modo u otro, genérico, ampliamente transferible a todas las formas literarias y los géneros literarios. Se trata de esfuerzos dignos de destacar porque hay en ocasiones declaraciones de escritores y escritoras cuya selección corre por su cuenta, de un modo tan minucioso, que asombra. Ello importa una investigación creativa que indudablemente lo sumerge en un escrutinio en el marco de una profusa bibliografía para poder realizar las ya citadas compilaciones. De modo que entre la meditación y el pujante estilo la producción literaria se plantea como un tema a debatir. No a naturalizar. A debatir para el escritor o la escritora mismos a la hora de producir sus textos, a debatirse entre ellos mismos y las sucesivas versiones de sus textos. Pero para dispararlas con el objeto de no ser un ingenuo.     

De 2000 data una antología valiente a mi juicio, poco se había dado a conocer de modo sistemático sobre este tema, Historia de un deseo. El erotismo homosexual en 28 relatos argentinos contemporáneos, con su Selección y Prólogo. Esta cartografía de un mapa que había permanecido acallado, velado, siempre en una suerte de “estante escondido”, según sus palabras, irrumpe en la esfera pública seguramente sacudiendo los tabús, las  estructuras establecidas, los remezones de lo prohibido, la cristalización de las convenciones sociales en lo relativo al género y la socialización humana que de modo compulsivo establece la heteronormatividad como pauta de organización  cultural, no solo occidental. Al menos en la actualidad. Si bien sabemos que ello estuvo sometido a toda una evolución histórica llena de avatares que la Edad Media y el clericalismo, en particular, estigmatizaron.

Brizuela instala voces, poéticas, poniéndolo todo en cuestión y proponiendo en cambio “un murmullo, un rumor”, en sus palabras. Coteja esta compilación con la realizada por María Elena Walsh, A la madre, consagrada a poemas a esta eventual función femenina que puede ser leída, en Walsh, como una reivindicación de la mujer, en particular, estimo yo, pensándola en su dimensión ligada al sacrificio pero también a lo amoroso hacia sus hijos. Walsh viene al rescate de una dimensión de la mujer que ni la idealiza ni la denigra. Simplemente la pinta en sus claroscuros, pero queda en claro que se trata de figuras vicarias que se debaten entre un amor incondicional y una circularidad paralizante en virtud de la falta de realización en ocasiones con motivo de satisfacer las exigencias de este rol. Predomina, no obstante, el carácter incondicioanl del afecto materno/filial. Leopoldo Brizuela menciona en su Prólogo a la figura precursora de Oscar Wilde (quien, citado por Borges en un Prólogo a su obra crítica, habría querido conocer “el otro lado del jardín”, en una declaración que le hiciera al escritor francés André Gide). Y también esta antología consiste en una suerte “de secretos y presunciones, de susurros de espaldas al poder”.

Una vez más Leopoldo Brizuela, de modo desafiante frente al estado de cosas vigente hacía salir de ese silencio histórico a poéticas riquísimas que por discriminación, estigmatización o persecución implícitas o explícitas no reconocían una sistematización como la que él realiza y afronta sin rodeos sino más bien de modo frontal y escrupuloso (de hecho está organizado el libro, como un mapa original).  Pero me gustaría destacar un punto crucial en esta antología. Y es que la identidad de género de los autores y autoras no es en todos los casos homosexual. De modo que Leopoldo Brizuela postula esta distinción entre el sujeto autoral y voz del texto o sus narradores y sus contenidos. Ya no se trata de una ecuación simplista según la cual un homosexual escribe literatura de ese corte y un heterosexual no puede sino hacer lo contrario. La identidad de género no es destino, pareciera afirmar Brizuela. Es hora de desprenderse del lastre. Esta vez el texto y sus voces se independizan por completo de la identidad de género en el marco de una biografía. En otro sentido, postula cómo de modo deliberado un autor  o autora pueden manipular el deseo, la atracción, la seducción, desde una perspectiva voluntaria.

La inteligencia, desde la lucidez y una manera hábil en el arte de manejar lo textual, organiza las formas literarias, sean cuales sean las formas relativas a la identidad sexual. En definitiva: una antología pluralista. Una virtud que no solo hay que recalcar sino celebrar. También Leopoldo Brizuela fue traductor, por citar un caso de los Diarios de trabajo de Antón Chéjov, Natalika Ghinzburg, o bien de la narrativa de de Eudora Welty, entre otros. Y se desempeñó como  periodista cultural colaborando, entre muchos otros medios, con el diario El Día, La Nación, La Prensa y en revistas como Lateral (Barcelona) y Le Monde Alfaphétique (Québec). Coordinó talleres de escritura en la cárcel de mujeres de Olmos y en la Asociación de Madres de Plaza de Mayo, circunstancias todas que le valieron un reconocimiento unánime por ciertos organismos y por ciertos sectores de la sociedad tanto nacional como internacional, recibiendo por ello premios. 

Leopoldo Brizuela realizó potentes intervenciones editoriales de la literatura escrita por mujeres. Entre ellas, se pueden citar la narrativa breve de Sara Gallardo, valorizó los de Elvira Orpheé y los cuentos de Luisa Mercedes Levinson, de cuya hija, Luisa Valenzuela, fuera amigo entrañable. En las recopilaciones de la narrativa breve de Gallardo y Levinson escribió sendos Prólogos. También escribió una serie de artículos o notas sobre la literatura de mujeres, así como realizó declaraciones públicas en torno del tema de modo tanto elocuente como recurrente.  Tempranamente había difundido en los talleres de escritura que coordinó en La Plata a las poéticas de las cuentistas del Sur estadounidense.

Pero también a Clarice Lispector, Carmen Martín Gaite, Eudora Welty, Cristina Peri Rossi, Susan Sontag, Grace Paley y luego, entre muchas otras, a la canadiense Alice Munro, si bien esta autora, Premio Nobel, llegó de un modo más tardío a su vida. Una vez más detectamos a un Leopoldo Brizuela atento a los silencios de la tradición. Tanto en la Argentina como en el panorama mundial. En este caso de un canon nacional que había desatendido a una tradición fundada en poéticas de autoras de jerarquía superlativa. También Borges había acentuado su un canon patriarcal de naturaleza prácticamente exclusiva y excluyente, salvo la corte de mujeres con las que colaboró en distintos libros, pero no ponderó precisamente su escritura ensayística ni crítica.

Las mujeres cuyo amor no correspondido lamentó en sus poemas resultan un leitmotiv. Y una siempre desdibujada Silvina Ocampo, a quien calificó de la mejor poeta argentina de su generación, pero lleno de compromisos adquiridos, permiten dudar de la tal seguridad para formular esa afirmación, que hasta puede resultar frívola puesta en esos términos. De modo que nos encontramos con un Brizuela que nuevamente contiende con este patriarca en otro territorio: el que ha negado o denegado a la mujer su lugar en el campo literario, la ha alabado o lamentado su pérdida en sus poemas. Pero no la ha jerarquizado como productora cultural.     En su artículo “El derecho de leer a las mujeres”, Brizuela realiza una narrativa clara a partir de una retrospección acerca de un reproche que se le formulaba, de una “rareza” que se le atribuía, de algo que se salía de la norma: se le hacía notar como una “anomalía” que leyera a  mujeres.

Que leyera más de lo prudente a mujeres, para ser más exactos, se infería de esas anécdotas. Historia en ese artículo sus primeras respuestas, desde pálidos balbuceos, evasivas, excusas, subterfugios, como bien él señala, fugas. Ahora bien ¿cómo replicar a lo que uno sabe pero no puede formular aún porque carece de herramientas teóricas para fundamentarlas? ¿cómo replicar a deseos, a meras intuiciones que no manifiestan emergentes que sean verdaderas certezas especulativas? Brizuela solo contaba con los libros de todas estas autoras en las manos, pero que no eran una herramienta refinada para una afirmación nítida, categórica ¿qué sucedía entonces? Eran ficciones que algún día lo conducirían hacia la posibilidad de una respuesta pública que neutralizaba a esos sujetos o incluso mujeres que prácticamente lo ponían frente a la demanda exigente de leer a varones y no admitían que lo hiciera con mujeres. Acontecía algo evidente, pues.

El sexo masculino (en su caso) en tanto que lector de mujeres quedaba socialmente marcado y como varón denegado. Leer mujeres, escribir sobre mujeres, marca socialmente al varón como un extraño (¿como un traidor a su propio sexo quizás? ¿lo pone en un peligroso y denigrante off side? ¿como un anómalo?). Dato que reviste más gravedad aun a mi juicio cuando dicha inclinación es echa notar por las propias mujeres en algunos casos, desde la sanción. La mujer, en su naturaleza postergada en el seno del patriarcado, denegaría la posibilidad de ser escuchada, atendida, respetada. Los tiempos han cambiado mucho. Ahora estamos en el boom paradojal que funciona a la inversa, sobre quien si no lee mujeres, recae la sospechosa, velada acusación de ser machista. Es él quien, por exclusión, no admite como pares a mujeres que ganan sus mismos premios, participan de los mismos concursos, obtienen las mismas becas, escriben libros de una eximia calidad con enfoques novedosos.

Las mujeres se encuentran en un nivel de excelencia fuera de serie en lo relativo a sus posibilidades respecto del varón. Pero regresando a Brizuela, cierto día finalmente “toma el toro por las astas”, como afirma en una entrevista que leí en una revista académica de EE.UU., la revista Hispamérica. Revista de literatura, de la University of Maryland, razón que luego retoma en este artículo explicando, al acudir a teorías en las que largo sería detenernos aquí pero procuraré glosar. El varón es reconocido como tal por el resto cuando es expulsado al mundo lejos de la madre,  del colegio, a la calle para otro aprendizaje: hasta devenir varón o con el objeto de devenir varón. Un aprendizaje que consolidará su identidad para toda su vida (para su dicha o su desdicha). Así, entre machos se dirimen competencias, batallas, hasta alcanzar ciertas jerarquías más o menos estables que deben ser acatadas mediante un sistema de lealtades para ser el sujeto varón asimilado al grupo y ser de ese modo considerado un par. Ser legitimado.

Se trata, naturalmente, de un sistema verticalista. Se debe acatar, la palabra del jefe. Se debe adorar a esa figura. Por otro lado, la masculinidad se conquista mediante el hostigamiento al varón en desventaja, dice Brizuela citando a un experto, en inferioridad de condiciones: una víctima, digamos. Y sobre todo, se logra mediante un sistema de complicidades. Finalmente, agregaría a ello que, tal como cita Brizuela, el macho rechaza de plano todo lo que pueda feminizarlo. Puesto en estos términos, resulta natural el hecho de que ese varón que lee mujeres sea “raro” si lee muchas (¡o demasiadas!). Brizuela historiza la conceptualización del mote de “maricón” que abarca desde quien lee mucho (este punto es clave, como veremos más adelante) o adopta una determinada posición corporal o ciertos movimientos, una cierta mímica, o posee cierto tono de voz. Es repudiado por esa comunidad de machos. Hasta la fechación en que el maricón pasa a ser abiertamente el gay. Y se reconoce en esa tradición de exclusión, por dentro de la cual ¿cómo no iba a encontrar en las voces de las mujeres también el mismo inconformismo, la misma disidencia, la misma postergación, los mismos padecimientos, las mismas luchas no diría tanto yo en una militancia (en el sentido feminista para él, al menos no de adolescente o incluso joven necesariamente) sino el mismo destino.

Lo encuentra desde un orden simbólico insurreccional. El varón homosexual encuentra solidaridad en esta misma exclusión compartida con el género femenino, por motivos distintos a los de ellas, pero que sí son solidarios. Son tremendamente afines, frente a ese sistema que arrincona, arremete de modo brutal contra unos y otros al punto de llegar a todo tipo de violencia o, en el colmo del sufrimiento destructivo, al suicidio, como vemos en Sylvia Plath o los distintos intentos de cometerlos de Michel Foucault. Tanto a mujeres como varones excluidos de esa comunidad de machos, esa comunidad les hablaba bajo atronadores gritos y golpes violentos, en un mismo lenguaje, según una misma mímica, en un mismo teatro que ambos grupos compartían. Esto es lo esencial de la argumentación, él da ejemplos, cita a estudiosos, para luego repudiar a esa corte de machos que sobreactúan una masculinidad de modo estilizado imprescindible para ser sostenida frente a un oficio que suele connotar precisamente una escasa virilidad, como lo es el de consagrarse a la literatura o ser escritor (pero está relativamente bien visto, ahora sí, en las mujeres, no les está vedado en este momento como sí lo estuvo a lo largo de la Historia universal).

Ser y actuar de un modo no lo suficientemente vigoroso y elocuente como varón, lo feminizaría en un congreso de autores. Circunstancia inaceptable para él y para el resto de la comunidad. Y están las damas en cuestión, que les hacen el juego a este grupo de machos irredentos, con alentada decisión de plegarse a sus coartadas. Un juego que en verdad es una trampa en la que  ellas mismas caen o han caído de modo diría como mínimo poco digno. Volviéndose cómplices de una patota o equipo de fútbol (la metáfora es de Brizuela, quien acude al símil de las porristas o, más ampliamente, el del universo semántico de lo futbolero, también la metáfora es de este escritor). De modo que aquí encuentra una raíz operativamente teórica a las tramas del dolor que ha padecido, que han padecido otros varones, que están padeciendo y que él no está dispuesto a dejar pasar, para que otros sigan sufriendo ahora o en el futuro, sin desenmascarar. Sin impugnar. Sin poder desentrañar, antes que nada las tramas del poder social.

En este sentido, se propone poner en  evidencia, mediante un enfoque teórico taxativo las bases sociales normativas del  traumático funcionamiento cultural de la construcción de la masculinidad bajo esos términos tan crueles como destructivos. Y, en particular, de ese funcionamiento obligatorio en el marco de la cultura literaria, concretamente de las relaciones inter pares en el campo literario. Una faceta de Brizuela con la que no quisiera ser negligente ni dejar pasar, es la de docente. Fue Prof. en la cátedra de Guión cinematográfico en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata. Brizuela Había estudiado Letras, pero sin embargo su inserción  profesional en lo que atañe a su trayectoria como docente en el orden de lo académico tuvo lugar en un contexto que poco tenía que ver con su trabajo como narrador o poeta, como traductor o editor, al menos en su versión más ortodoxa. Después podremos discutir las premisas según las cuales un guión cinematográfico comporta un relato. Supone (o no) técnicas comunes a la literatura. Si no existen notables films basados en piezas literarias. Pero, como dije, el territorio natural para Brizuela hubiera sido la carrera de Letras de la Universidad Nacional de La Plata en un marco en el cual pudiera promover y reflexionar a fondo acerca de lo que sabía, de en lo que se había formado: la escritura creativa. Eso no sucedió.

Los seminarios de escritura creativa recién irrumpieron en el contexto académico en tiempos más recientes en la carrera de Letras (si bien creo que él ya estaba dictando clases en Cine). En la carrera de Letras se imparten allí clases de teoría literaria, lenguas clásicas, lingüística, filología, crítica genética en esa misma asignatura, las literaturas argentinas, hispanoamericanas y extranjeras, entre otras. Es cierto que existen seminarios extracurriculares en los cuales se profundiza acerca de distintos contenidos o problemáticas. Incluso interdisciplinarios. En ocasiones afines a estas asignaturas, en otros no, según los ejemplos. Hay casos en que se imparten contenidos más novedosos o renovadores. Los cierto es que para el caso, Brizuela no estuvo en la carrera en la que se había formado como estudiante y de la que siempre se sintió orgulloso. Tengo una hipótesis de todas formas al respecto. Por experiencia propia, en primer lugar.  La  institucionalización de la literatura en marcos educativos a los escritores y escritoras, salvo excepciones y con las salvedades que hice, termina expulsándonos. Es mi experiencia personal también.

En un punto los escritores y la academia pocas veces son compatibles como tales, si bien hay excepciones a este caso. Se los invita  a dictar conferencias, impartir seminarios o a participar en congresos como disertantes. Pero no como docentes universitarios estables. No suele ser esa la norma más ajustada. Es cierto que en Argentina desde hace pocos años en la Universidad de Tres de Febrero se dicta la Maestría en Escritura Creativa, coordinada por la escritora y Dra. en Letras María Negroni. En mi caso, una vez realizado el doctorado, una larga trayectoria académica y luego una participación relativa en ella desde la publicación y el campo editorial, el trabajo se ha estabilizado sobre todo en la escritura creativa y el periodismo cultural. La Universidad normaliza. Es escritor trabaja con la libertad subjetiva y acentúa la creatividad. El escritor está todo el tiempo realizando precisamente la función opuesta. La de poner en tensión a la institución literaria con las prácticas creativas del lenguaje. Habrá quienes lo logren. Mi experiencia como Dr. en Letras no ha sido apacible en ese sentido.

También Brizuela dictó clases, y muy exitosamente, como coordinador de talleres de escritura en forma particular, en su casa de Tolosa y luego Villa Elisa. Entre ellos, yo asistí durante aproximadamente algo menos de un año a ellos hacia los primeros años  noventa. Por otra parte, los saberes que les interesan a los escritores no suelen ser los que les interesan a los académicos ni tampoco son impartidos del mismo modo ni abordados siquiera de un modo siquiera afín, salvo excepciones, en que compartan ambas facetas. Leopoldo Brizuela trabajó los silencios de la tradición. Fue un inconformista a quien sin embargo, como vimos, cortejó la fama. Esta misma fama, de modo influyente, le permitió realizar operaciones e intervenciones en el mercado del libro y el campo literario sin precedentes. Leopoldo Brizuela constituye un hito de la literatura argentina de los siglos XX y XXI. A caballo entre dos momentos tan dispares de la Historia del mundo, atravesado por varias crisis tanto en Argentina (con el golpe sanguinario del 1976, el neoliberalismo menemista y luego la crisis institucional de 2002 que afortunadamente fue revertida), su poética fue de naturaleza deslumbrante, con destellos particularmente inspirados.

Para las personas que lo quisimos y lo valoramos en toda su excelencia,  estimo un orgullo que haya pertenecido a la ciudad de La Plata, nuestra comunidad, como lugar de residencia, además de parcialmente de trabajo. Es un orgullo estar escribiendo como crítico en este preciso momento sobre él. Sentó un precedente, hizo escuela, fue el hacedor de la invención de una tradición inexistente bajo esos términos tal como funcionaba el campo literario argentino. Fue un  precursor. No obstante, desde mi punto de vista no tuvo el reconocimiento local que una personalidad de su talla y su talento superlativo hubieran merecido.  Un sentimiento de arraigo marca también el contrapunto que me gustaría señalar entre lo cosmopolita de su formación y sus operaciones intelectuales y creativas, lo argentino y lo local que de modo indetenible e impetuoso, además de encomiable tuvieron lugar en su proyecto creador. De lo local a lo provincial, de allí conquistó Buenos Aires, el país entero, a continuación el gran salto al mundo. Mucho antes de fallecer, de una absurda muerte prematura, el legado sin embargo era perpetuo y de naturaleza inconmensurable.

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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Es Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 se editó su libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, Melancolía (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía Reloj de arena (variaciones sobre el silencio). Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Obtuvo premios y distinciones internacionales y nacionales.