LUZ ROJA – LUZ VERDE
“Acá estamos… portándonos bien
para que nos siga yendo mal…”
Limpiavidrios del semáforo
Ellos buscan
con mecánica agitación
limpiarte los ojos
aclararte la mirada
para que veas lo real
separes verdad de mentira.
No están allí porque les gusta
nosotros tampoco detenemos
nuestras sillas de ruedas porque allí estén.
Luz verde: la cloaca de la limosna
con su ritual de aceleración.
Luz roja: su poder
el peligro que prende fuego
a la naturaleza humana.
El freno es su cómplice
todo por unas monedas
un billete perdido en la conciencia
un impuesto a la barbarie
un peaje al histórico despojo.
Ellos buscan
con mecánica agitación
limpiarte los ojos
aclararte la mirada
para que veas lo real
separes verdad de mentira.
De “Guardianes de cenizas” (2021).
Ediciones la yunta. Buenos Aires. Argentina.
PRINCIPIOS Y PRINCIPITOS
Emplazados
en el borde transparente de los días
entre fisuras que obsequia el progreso
y los derrumbes o abandonos
que decreta el mercado.
Estacionados
en la trama que nutre y conecta
desnudez y opulencia
en la cascarilla que el festín defeca
en la escoria
buscada como el mayor de los tesoros.
Aquí
donde primero llega el sol
y primero la noche
y la ventisca corporativa
estremece las chapas del alma.
Aquí
donde brillan los ojos y los colores
naturales de la piel
más que los objetos del consumo.
Amanece
y una multitud de principitos despierta
con un desayuno de preguntas.
Amanece
en el fecundo desierto que rodea a la ciudad y perfora
con sus canales de arena
la sed del alma humana
entre aviadores que no saben
a donde van ni de donde vienen.
Lo esencial es imperceptible a los ojos
y lo marginado tan invisible como real.
De “La sed de Heráclito” (2017).
Ediciones del Dock. Buenos Aires. Argentina.
ESTACIÓN DE PODA
Cuando vinimos a vivir a esta casa
plantamos los árboles de rigor y pusimos en los rincones todos los arbustos y enredaderas
que la tierra fue capaz de sostener. Fotos,
innumerables fotos, testimonian el paso por este arrecife: pasiones y tristezas se fundieron en una sola realidad. Con el pasar de los años la energía vegetal cobijó los techos y el patio
hasta que el sol cesó de honrar nuestras ventanas,
fue entonces que con hachas y machetes recuperamos, con dolor, el espacio perdido. Cortamos así casi todo para ver si detrás de las ramas
había quedado algo que valiera la pena.
Una vez concluida la tarea nos miramos a los ojos y percibimos en ese instante, que eso mismo tendríamos que hacer con nuestro amor.
De “Las florecillas del diablo” (2009).
Editorial Cartografía. Río Cuarto, Córdoba. Argentina.