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El poder de la escritura se remonta a su origen mismo, y del alfabeto en particular, en el caso del mundo occidentalizado. En este texto, nos centraremos en la evolución que alcanzó la escritura y su injerencia sociocultural en los siglos XV y XVI, tras una maduración que, en el caso del alfabeto, llevaba más de un milenio recorrido.

En dicha época, los mecanismos para las labores de registro se habían vuelto más especializados. Esto iba en conjunto con la transformación intelectual y social, la cual se trató de una nueva manera de observar y aprehender el mundo: el Renacimiento.[1] En el aspecto político, “el siglo XV asiste a la retirada del régimen feudal atacado y vencido por las monarquías preocupadas en la unificación de los territorios nacionales y asiste a los últimos destellos de las dos grandes instituciones medievales: el papado y el imperio”.[2] En lo que toca a lo económico y social, en este periodo se dio una gradual consolidación de la vida urbana en detrimento del medio rural así como el auge de la moneda como unidad de cambio.[3]

La palabra renacimiento fue usada por primera vez en una novela de Balzac, El último Chuan (1829), pero el concepto tal como lo entendemos actualmente fue utilizado por Jules Michelet en la segunda serie de su Historia de Francia (1855-1867), y desarrollado plenamente por Jacob Burckhardt en su obra La civilización del Renacimiento en Italia (1860).[4]

Michelet consideró que el periodo que se extiende más o menos de 1400 a 1600 está señalado por el descubrimiento del mundo y el descubrimiento del hombre. Burckhardt observó el Renacimiento, en contraste con la Edad Media, como un redescubrimiento del hombre y del mundo emprendido por individuos que se encontraban en armonía con la realidad que los rodeaba. Se produce un renacimiento del individualismo en que el hombre se transforma en el constructor de su universo propio, convirtiendo su vida y al Estado en una obra de arte.[5]

Con el hombre del Renacimiento el individualismo comenzó a ser el artífice de la dinámica social. El mundo renacentista se vio envuelto en la efervescencia de la expansión económica, geográfica y astronómica. Esto influyó en que la cosmovisión del mundo permitiera nuevas perspectivas en todas las áreas del conocimiento, lo que, por ejemplo, mantuvo su relación con la reforma protestante y  con los inicios de la ciencia moderna. El renacimiento, asociado al humanismo, (corriente filosófica que encontró su ideal en el pensamiento grecolatino), estuvo muy emparentado al mundo artístico y a Italia[6] pero permeó en todos los campos y se extendió por el continente europeo durante los siglos XV y XVI.

A pesar de que las ideas humanistas buscaron un regreso a la tradición clásica, se trató de un movimiento innovador consciente de que lo era, “en el sentido de que se opuso a muchas formulaciones de la sabiduría convencional de los escolásticos, es decir, de los filósofos y teólogos que dominaron las universidades de la edad media. Los mismos términos escolásticos y edad media fueron creaciones de los humanistas de esta época”.[7] Los humanistas confiaban en que un regreso a los ideales clásicos terminarían con la “edad oscura” llena de superstición e ignorancia con que visualizaron a la edad media. Este quiebre intelectual, unido a los demás acontecimientos sociales que lo acompañaron, fue determinante dentro del curso de la historia del conocimiento. 

En lo que respecta a la cultura escrita, durante este periodo aumentó el uso de registros escritos en la impartición de justicia, concepto que también tuvo sus transformaciones, pues se atendió de manera privilegiada a la evidencia y la prueba, precisamente debido al aumento de documentos. A finales del siglo XIII una “cédula o “un acta” se trataban de documentos sellados y no ya de ceremonias orales.[8] Clanchy, al analizar este aumento en los registros escritos, los traduce como indicadores de una “mentalidad letrada”, dejando abierta la interrogante de si la escritura fue instrumental en los cambios en los aspectos de justicia o si simplemente fueron parte de un cambio en la concepción de la misma.[9] Al respecto McKitterick sostiene que la escritura fue un instrumento eficaz en el ejercicio real del poder, el cual era usado para controlar los mercados y las burocracias, recibir impuestos, así como promover el prestigio personal.[10]

La imprenta

Uno de los sucesos que estuvo emparentado a la transformación en la manera de utilizar y concebir los textos fue sin duda la imprenta, el célebre invento creado por el alemán Johannes Gutenberg (c. 1398-1468) a mediados del siglo XV.[11] Para algunos estudiosos como Marshall McLuhan, la imprenta significó una revolución que marcó una diferencia radical de actitudes frente a los textos y usos entre la edad media y el renacimiento, donde cada medio alteraría la percepción del contenido y así, “el testamento bajo juramento fue reemplazado por documentos escritos; el estudio privado reemplazó al desempeño público, la lectura silenciosa remplazó la lectura en voz alta; los iconos religiosos cedieron su lugar a las pinturas con representaciones religiosas; el estilo retórico persuasivo dio paso a un estilo moderno en prosa”.[12] Para otros, como David R. Olson, sí existió una transformación que estuvo acompañada por la imprenta pero no fue exclusivamente artífice de ella. Lo cierto es que el invento de Gutenberg propició una manera distinta de transmitir y difundir el conocimiento, pues en principio facilitó la difusión de material, lo que hizo posible el intercambio y ampliación de ideas que alimentaron la curiosidad individual y colectiva en que surgió y prosperó el renacimiento.

Ilustración de «Johannes Gutenberg imprimiendo la primera hoja de la Biblia»STEFANO BIANCHETTI / GETTY. Imagen obtenida de El País.

La reproductibilidad de los textos contribuyó a un mayor acceso del material escrito, y aunque siguió siendo parte de una élite de intelectuales, existió un intercambio de ideas y perspectivas que a su vez desarrollaron una tradición de investigación acumulativa.[13] Esto tuvo su impacto, tanto en las tradiciones religiosas, donde la reforma hizo posible que el texto sagrado dejara de estar sólo en manos de los sacerdotes, como en el quehacer científico.

En ambos escenarios, se gestó «una evaluación cambiante de lo que estaba “dado”, tanto en un texto como en la naturaleza, y de lo que se tenía por aumento, interpolación e interpretación personal de esos “textos”. Las actitudes cambiantes frente a los textos, es decir, los nuevos modos de lectura, permitieron un notable contraste entre lo que el texto significaba y lo que los lectores tradicionalmente habían pensado que significaba. La escritura creó un “texto” original, fijo y objetivo con un significado literal supuesto –un significado que se consideraba determinable mediante métodos sistemáticos y eruditos–, respecto del cual las interpretaciones más imaginativas y desviadas podían ser reconocidas y excluidas».[14]

La imprenta generó nuevos modelos de lectura y de difusión de la cultura escrita que  comenzaron a privilegiar la práctica individual sobre la colectiva. Con la proliferación de textos, la lectura en silencio comenzó su auge, lo que significó una comunicación particular alejada de las prácticas de lectura oral y colectiva comunes en los siglos anteriores. La interpretación personal comenzó a interrogar el papel exclusivo a las autoridades, sobre todo religiosas.

Martín Lutero

El cuestionamiento esencial de la Reforma era a quién se le permitía leer e interpretar la Biblia. La Iglesia católica sostenía que sólo sacerdotes podían hacerlo; mientras que los protestantes, encabezados por Martín Lutero, argumentaban que el individuo debía mantener una comunicación directa y sin intermediarios con Dios. Los protestantes concluyeron que para llevar a cabo tal comunicación se debía impedir que la élite sacerdotal tuviera el acceso exclusivo a las sagradas escrituras.  Para lograrlo eran necesarias tres condiciones: la traducción del texto sagrado a las lenguas vernáculas, la disponibilidad de ejemplares a un precio accesible y la puesta en marcha de la alfabetización de la población. La imprenta fue la que proveyó de la posibilidad de crear tales condiciones, al menos en teoría.[15]

Lo anterior, ejemplifica el escenario en que la imprenta apareció y en donde ejerció gran influencia. El renacimiento fue una transformación sociocultural donde las sociedades europeas entraron en un proceso vertiginoso de conflicto y transformación, distintos agentes se vieron involucrados y la cultura escrita en su relación con la imprenta, tuvieron un papel crucial. Quizá la imprenta no fue, como sostienen algunos autores, el elemento determinante, pues los cambios conceptuales comunes a la reforma y a la ciencia moderna se produjeron justo antes de su surgimiento,[16] sin embargo, una vez que apareció fue una herramienta que estableció parámetros distintos en la producción del conocimiento, sobre todo en su difusión.

En la península ibérica, la efervescencia renacentista fue bien recibida por los Reyes Católicos. Tanto Fernando como Isabel se mostraron benefactores en la esfera cultural. “Fernando se había educado rodeado de humanistas como Francisco Vidal de Noya, traductor de Salustio, e Isabel tenía en su camarilla a Beatriz Galindo, alias la Latina, quien le enseñaba latín”.[17] Respecto a la imprenta, implementaron medidas que beneficiaron a los impresores “otorgándoles el privilegio de exención tributaria, en tanto que decretaron que la importación de libros fuese libre de todo impuesto. Más tarde, el mismo privilegio fue aplicado a los libros exportados rumbo a América”.[18] Cabe señalar que Antonio de Nebrija fue uno de los impulsores de la imprenta en España.


Notas y bibliografía

[1] “El término renacimiento significa volver a nacer o instaurar de nuevo, y la idea de semejante renacimiento comenzó a ganar terreno en Italia desde la época de Giotto […]  Giotto fue exaltado, en este sentido, como un maestro que condujo el arte a su verdadero renacer; con lo que quiso significar que su arte fue tan bueno como el de los famosos maestros cuyos elogio hallaron los renacentistas en los escritores clásicos de Grecia y roma. No es de extrañar que esta idea se hiciera popular en la Italia. Los italianos se daban perfecta cuenta del hecho de que, en un remoto pasado, Italia, con Roma como su capital, había sido el centro del mundo civilizado, y que su poder y su gloria decayeron desde el momento en que las tribus germánicas de godos y vándalos invadieron su territorio y abatieron el Imperio romano. La idea de un renacer se hallaba íntimamente ligada en el espíritu de los italianos a la de una recuperación de la “grandeza de Roma”. Vid. Gombrich, Historia, 1997, p. 223.

[2] Fartos, Historia, 1992, p. 199.

[3] Ídem.

[4] Jaguaribe, Estudio, 2002, p. 431.

[5] Ídem.

[6] Gombrich, Historia, 1997, p. 223.            

[7] Burke, Historia, 2002, p. 55.

[8] Olson, Mundo, 1998, p.77.

[9] Ídem.

[10] Ibídem., p. 78.

[11] “Los chinos y los coreanos llevaban utilizando un sistema parecido desde hacía siglos, pero los impresores orientales tuvieron que enfrentarse con la complejidad de imprimir la escritura ideográfica. Gutenberg tan sólo necesitaba veintiséis cajas, cada una con una multitud de reproducciones de la misma letra del alfabeto. Podía formar una línea de tipos en cuestión de segundo, tras lo cual podía imprimir páginas y páginas de papel cubierto de texto lineal. En la imprenta china se utilizaban bloques de madera. La innovación de Gutenberg fue la creación de los tipos móviles metálicos”. Vid., Shlain, Alfabeto, 2002, p. 403.

[12] Olson, Mundo, 1998, p. 76.

[13] Ibídem., p. 78.

[14] Ibídem., p. 80.

[15] Shlain, Alfabeto, 2000, p. 420.

[16] Olson, Mundo, 1998, p. 81.

[17] Kobayashi, Educación, 1985, p. 130.

[18] Ídem.

[19] Burke, Historia, 2002, p. 53.

[20] Ibídem., pp. 36-37.

[21] Ibídem.. p.54.

[22] Burke, Historia, 2002, p. 156.

[23] Ídem.

[24] Ibídem., pp.156-157.

[25] Castillo, “Introducción”,1999, p.26.

[26] Ruiz, Crisis, 2008, pp. 221-222.