Robert De Niro as Travis Bickle in Martin Scorsese’s 1976 film, Taxi Driver. Still from Taxi Driver, 1976

El taxista que conoce la verdad

Dice Todd Philips, director, productor y guionista de Joker, que esa película estuvo inspirada en El rey de la comedia y en Taxi driver, ambas del director Martin Scorsese, pero los paralelismos  de Joker con esta última cinta  –especialmente, en el contenido, y no solo por la similitud de alguna escena–  son tan numerosos que casi parece una reinterpretación del mismo guion, bajo otro punto de vista.

Travis Bickle  y Arthur Fleck son dos individuos de caracteres muy distintos que hace que ni las situaciones que viven ni la forma de resolverlas sean las mismas, aunque el destino les lleve al mismo lugar. Ambos son personas sencillas pero, con problemas mentales, según nos dicen, que viven su vida pacíficamente, sin hacer daño a nadie. No obstante, uno se percata del mal del mundo, viendo el mundo, y, el otro, lo conoce porque lo sufre en sus propias carnes.

Como comienzo de la tragedia, o como presentación de los personajes y del tema que se desarrollará, el mal del mundo, ni Travis, exmilitar, podría sufrir agresiones, ni Arthur, adoctrinado para traer la alegría al mundo, podría evitar ser víctima de los abusos de los buenos ciudadanos. La diferencia esencial entre las dos cintas es que, una, trata de la maldad del hombre, y, la otra, más profunda, de la maldad del hombre bueno, de la capacidad de hacer daño de quien tiene el poder social, al que se le suponía poseedor de una ética suprema. Si se tratara de dos interpretaciones de una misma novela, quedaría por realizar una tercera, en la que se mostraría el mal que se causa cuando se corrompen las instituciones y se generaliza la prevaricación, de políticos, jueces, fiscales, abogados, policías…  cosa que hoy en día la sociedad aguanta y solo se indigna cuando lo denuncia el cine.

Siguiendo con los paralelismos, ambos personajes han oído hablar de alguien importante, un político (Palantine) o un empresario (Bruce Wayne), que simbolizan la causa de la decadencia de la ciudad, y piensan que, si se cortara la causa, se acabaría el problema. En su sencillez, albergan el idealismo.

El ideal de mujer de Travis es la bella Betsy, mientras que Arthur sueña con la no menos bella Sophie. Pero la distancia ideológica que habría en esas parejas sería tan grande que la relación sería imposible: Las chicas viven en la realidad.

En su recorrido por la ciudad, Travis ve el mal causado  por el proxeneta de una joven prostituta, Iris. Arthur, en cambio, no necesita buscar una víctima de la sociedad muy lejos, y señala a los culpables entre los poderosos.

Travis consigue armas deliberadamente porque conoce ese  mundo y tiene una idea de cómo resolver los problemas, a saber, como lo ha hecho en la guerra, acabando con el enemigo; Arthur se hace con un arma de forma casual,  pero, en principio, no sabe qué hacer con ella. Serán las situaciones las que le obliguen a actuar de determinada manera.

En sendas situaciones inesperadas, los dos antihéroes disparan sus armas, uno, evitando un atraco; otro, impidiendo que le sigan golpeando, pero causando muertes.

Travis entabla contacto con las personas relacionadas con Iris, el proxeneta y el casero, y ya sabe dónde encontrarlos. Arthur se pone en contacto con Murray Franklin, presentador de un programa de TV en el que quiere participar y recibe la anhelada invitación para hacerlo –aunque es una invitación envenenada.

Travis y Arthur tienen una escena en la que, llenos de fuerza y emoción, viendo que tienen posibilidades de cumplir su destino, practican ante su imagen en el espejo lo que van a decir y hacer cuando encuentren al enemigo al que tienen que enfrentarse.

Ninguno de los protagonistas acabará con su símbolo del mal, el senador Palantine, y el aspirante a alcalde, Bruce Wayne, aunque a este último le matarán en las revueltas (por el disparo de un zurdo).

Travis mata al proxeneta, al casero y al cliente de Iris, y, luego, intenta suicidarse, creyendo que sus crímenes merecerían una condena de los tribunales, pero se había quedado sin balas, y vive. Y, lo mismo que le ocurre al Joker, después de matar a Murray, Travis tiene el apoyo popular y, en un momento dado, también se apunta a la cabeza con el dedo como si fuese una pistola.

Solucionadas las venganzas o cumplidos sus designios, las cosas regresan a su cauce habitual: Travis vuelve a su taxi en Nueva York, el senador Palantine es elegido para aspirar a la presidencia, las revueltas en Gotham se terminan y Arthur vuelve a quedar sometido al sistema de salud pública.

Las dos cintas terminan de la misma forma, los hombres idealistas cumplen con su cometido, pero nada altera la costumbre y todo en la vida sigue igual, porque los hombres pragmáticos viven mejor que los idealistas. Ya lo decía Goethe: Los hombres inteligentes saben que no vivimos en el mejor de los mundos posibles, pero saben que no pueden hacer nada para remediarlo.

Entonces, ¿Será mejor ser de los malos, es decir, de los hipócritamente buenos? ¿Será  la locura de Arthur y Travis una enfermedad o es solo el diagnostico, que hace una sociedad de emasculados, a quien intenta cambiar las cosas que ellos no se atreven a cambiar, porque, unos, conocen las consecuencias de enfrentase al poder y, otros, porque viven muy bien bajo el ala del poderoso?

Nota: Véase el artículo anterior Joker, alguien dice la verdad…

Imágenes: Fotogramas de la película Taxi Driver, de Martin Scorsese, 1976.