Fotograma de la película

“Ya he hecho mi jornada. Me voy de Europa. El aire marino quemará mis pulmones; me tostarán los perdidos climas.”

Una temporada en el Infierno.

Jean Nicolas Arthur Rimbaud fue, como es sabido, el célebre poeta simbolista francés de la segunda mitad del siglo XIX. Con su poesía transgresiva y disruptiva de temática surrealista logró romper los confines literarios de lo hasta entonces conocido, convirtiéndose en un gran influyente de las artes modernas.

Sobre la etapa que este personaje vivió en África, en concreto en Tadjoura, en el mar rojo, versa el artístico largometraje de Pedro Aguilera. Aunque, la película, en realidad fue rodada en Marruecos, en un lugar muy similar a Tadjoura, en el puerto de Larache.

Perdo Aguilera. Foto: Eduardo Aragón

El director menciona que Larache era un lugar muy similar “sino es que igual” a Tadjoura propicio para la grabación, razón por la cual lo escogieron. Además de que es imposible acceder actualmente a Tadjoura a grabar una película. Por cuestiones de presupuesto el rodaje duró tan sólo 8 días, 8 intensos días, en contraste con el trabajo de edición que fue de 2 años, tratando de encontrarle la forma —o quizás la amorfa— a las secuencias de tal manera que reflejaran el estado mental de Rimbaud —cuestión no menos que complicada, pero que podríamos decir que fue lograda—.

¡Mi triste corazón babea a popa,

mi corazón que colma el caporal

y me vierten en él chorros de sopa,

mi triste corazón babea a popa:

con las bromas sangrientas de la tropa

que brama un carcajeo general,

mi triste corazón babea a popa,

mi corazón que colma el caporal!

(El corazón de Rimbaud)

Para darnos una idea de lo que fue Rimbaud es preciso recurrir a lo escrito por su amante Paul Verlaine, otro poeta maldito en su libro titulado con el mismo nombre: “Los poetas malditos”.

Verlaine afirma que Rimbaud era “harto desdeñoso… frívolo…”, libre: “El hombre que Rimbaud lleva dentro es libre, bien claro está…” […] “Recorrió todos los continentes, todos los océanos, pobre y altivamente (rico, además, si hubiera querido, por su familia y su posición)…”.

“He visto fermentar las enormes lagunas

en cuyas espadañas se pudre un Leviathán

y he visto, con bonanza, desplomándose algunas cataratas remotas que a los abismos van…

Vi el sol de plata, el nácar del mar, el cielo ardiente, horrores encallados en las pardas bahías

y mucha retorcida y gigante serpiente

cayendo de los árboles, con fragancias sombrías. Quisiera yo enseñar a un niño esas doradas

de la onda azul. pescados cantores, rutilantes…”

Foto: Eduardo Aragón

Respecto a parte de su obra, Verlaine explica: “…el lector puede darse cuenta del poder de ironía, del terrible numen del poeta, cuyos dones más elevados aún no hemos considerado, dones supremos, magnífico testimonio de la Inteligencia, prueba arrogante y francesa, muy francesa –insistimos en ello en estos días de cobarde internacionalismo–, de superioridad natural y mística de raza y casta, incontestables afirmaciones del poderío inmortal del Espíritu, del Alma y del Corazón humanos; a saber: la Gracia, la Fuerza y la gran Retórica…”.

En este marco, es en el que Pedro Aguilera, con gran maestría, centra su película Splendid Hotel: Rimbaud en África, parte de la Sección Nuevas Olas del Festival de Sevilla. Un deleite disruptivo para la mente y los sentidos que rompió con la armonía en las pantallas del Festival de cine europeo de la capital andaluza, demostrando que la disrupción también puede tener estética, como Rimbaud lo hiciera hace más de 150 años.

Rimbaud llega a África con la intención de vender armas, en una etapa de traficante poco conocida del poeta. Con el paso del tiempo y al no ver concretados sus objetivos Rimbaud empieza a desesperarse y ser objeto de una serie de transiciones emocionales violentas en una espiral que parece no tener fin; que lo llevan a momentos de explosiones existenciales que cimbran las escenas de Aguilera y que perturban y contrastan con la bellísima fotografía desplegada a lo largo del film.

“Por las tripulaciones nunca tuve interés

y cuando terminó la cruel algarabía,

a mí, barco de trigo y de algodón inglés,

me dejaron los Ríos ir adonde quería.”

(Barco ebrio)

El manejo de los colores, los encuadres y la explotación con maestría de la belleza arquitectónica y natural de las locaciones, hacen de esta obra, eso, una obra de arte. La cuál se arma, no con la misma maestría en el montaje y edición final, sin querer decir que la edición y montaje sea mala, pero cae en reiteraciones innecesarias que demeritan en algún grado el resultado final.

Fotograma de la película

La película no es fácil de ver, ni todos los públicos la disfrutarán igual. Las reflexiones de gran calidad como: “carezco de todo sentido moral…”, pero, a veces, a medio venir o incompletas; las reacciones —necesarias, en determinada medida— que transgreden la belleza de los escenarios, propias de un Rimbaud que refleja su frustración y a veces desesperación; las incoherencias y exabruptos propios de los excesos —la verdadera maldición del ser humano—, la repetición —en ocasiones no tan necesaria— de diversos escenarios; y, la espontaneidad — pre-requisito de la libertad de interpretación y ejecución que meterse a la mente Rimbaud demandaba— que rigió la actuación, nos llevan a está conclusión (no es una película fácil de ver). Pero si se quería ser fiel a Rimbaud no podía ser de otra forma, el director logra meterse en la compleja y angustiada cabeza del poeta maldito y lo refleja tal cual nos imaginamos que pudo haber sido, con lo que el objetivo se cumple.   

“Mientras que una locura desenfrenada aplasta

y convierte en mantillo humeante a mil hombres;

¡pobres muertos! sumidos en estío, en la yerba,

en tu gozo, Natura, que santa los creaste,…”

(El mal)

La película se rodó sin guión, con total libertad para el actor que encarna con gran habilidad a Rimbaud, Damien Bonnard. La ausencia de guión tiene la virtud de dar libertad plena a los creativos a las hora de grabar y meterse a una mente tan dinámica y compleja como la de Rimbaud, por lo que la medida parece pertinente. Pero también eso hace que las ideas queden demasiado sueltas por momentos, llegando a la confusión y a una abstracción pretendida pero excesiva que se confunde con la divagación.

Damien Bonnard. Foto: Eduardo Aragón

El director Pedro Aguilera se documentó muchísimo, antes de iniciar la película, lo cual es un valor que se demuestra en su realización: “El 80% de lo que pasó en la película es real, le pasó a él [Rimbaud]”. Su principal fuente documental, para el periodo que narra, son las cartas que el poeta mandó a sus amigos y madre, durante su estancia en aquel bello rincón del mundo.

La cinta logra con creces su objetivo y desde una estructura muy artística —la música es otro elemento fundamental para el resultado final— logra mostrar la inestabilidad mental que acompañó al Rimbaud durante toda su vida, en parte, debido al consumo de drogas y alcohol que convirtieron al genio en demonio.

Cual cálida inmundicia que un palomar ha hollado, me abrasan dulcemente múltiples fantasías

y es mi corazón triste, árbol ensangrentado

por los jaldes resinas doradas y sombrías.

Cuando agoto mis sueños de bebedor asiduo

de cuarenta cuartillos, sin ningún sobresalto

me recojo y expulso el ácido residuo.

(Oración de tarde)

Spledid Hotel es una reconstrucción histórica sin reconstrucción histórica. “Spledid hotel es el poeta no una biografía… Spledid hotel es un poema…” Dice Aguilera a modo de descripción de su película, y estamos de acuerdo. Spledid Hotel: Rimbaud en África, es una producción de Francia, Marruecos y España, que cumple con las intenciones de, más que narrar una vida, convertirse en la vida, en un poema, de Arthur Rimbaud.

TRAILER

CARTEL

Splendid Hotel (2023) - IMDb