Con su mesa de trabajo en la que reinaban, invictos, los libros de Virginia Woolf, Oscar Wilde, Thomas Mann, Marcel Proust y, más tarde, Simone Weil, como los de cabecera, Susan Sontag fue ante todo una persona curiosa. Que, sin abandonar un meticuloso trabajo experimental con su poética, se constituyó en un baluarte de los Derechos Humanos, la libertad de expresión y el activismo político puesta de manifiesto en una conducta cívica sin precedentes en la cultura de los Estados Unidos. En particular en la escalada antiarmamentista de los EE.UU. También asestó duros golpes contra los grupos neoconservadores en lo relativo a la libertad de expresión y lo Derechos de las minorías sexuales.

     Retomo en esta nota algunos sugerentes conceptos que me inspira un artículo de Tobi Haslett, quien traza una completísima semblanza de etapas, conflictos y, diría yo, también dilemas de una mujer que parecía mostrarse ante todo como una figura de temperamento de convicciones firmes pero democráticas. Abominaba la intolerancia y eso puede advertirse en todas sus intervenciones públicas tanto como en la mayoría de sus libros, en los cuales se evidencia esa defensa de la libertad y la realización de las personas, viviendo en plenitud en todos los planos de la vida.

     Cito a Tobi Haslett (la traducción es mía): “La idea la poseía. Moverse entre la estética, la política, la belleza y la justicia, una sensata extravagancia y el compromiso de izquierda encontró a Sontag algunas veces en el rol de árbitro de la calidad del gusto. Para ser serios, hacía falta sostener creencias en estado de alerta, pero ¿en un mundo que demanda acción, la atención bastaba?”.

      Recordemos que la cultura de su país es ante todo elitista, racista, homófoba, anti intelectual, burguesa, imperialista y filistea, en su mayoría. Esto es: todo a lo que ella se oponía. El ideario contrario que ella profesaba. Agregaría yo, dados todos esos componentes, que es una sociedad en los hechos profundamente antidemocrática.

Recordemos, como ya lo he hecho en otras circunstancias, que en 1968 viajó a Vietnam como testigo de guerra, como intelectual disidente a ese ataque, lo que dio por resultado su libro testimonial Viaje a Hanoi y que, mucho más tarde, hacia 1993, lo hizo a Sarajevo, en medio de una ciudad hecha escombros, donde promovió la puesta en escena de la obra teatral de Samuel Beckett, Esperando a Godot (1952), cuya elección no cabe duda tuvo un fundamento nítido. En efecto, esa obra que no es estrictamente absurdista, sí se interroga profundamente, a la existencia humana, acerca de su sentido, de su destino, del poder y de la sensibilidad frente al dolor o bien la indiferencia frente al semejante. Todo ello se traduce mediante vínculos que no encuentran en directa comunicación o que, si lo hacen, producen sólo  malentendidos entre los personajes de la obra en cuestión. Beckett nos pone frente a un espejo y especularmente exhibe el desorden del mundo en los términos en los que está planteado sin vínculos de solidaridad ni un sentido claro de naturaleza colectiva.  

     Me remontaré ahora a un capítulo de la Historia norteamericana bastante anterior, entre 1950 y 1956. Un ilustre y macabro senador de los EE.UU., Joseph McCarthy, senador por Wisconsin más precisamente, nacido en 1908 y fallecido en 1957, promovió la constitución del Comité de Actividades Antinorteamericanas, a través del cual se elaboraron listas negras de intelectuales, creadores y artistas. También comunicadores sociales que trabajaban en los medios. Mediante interrogatorios, encarcelamientos sin recursos legales y producto de una radicalización de la remezón que producía la tensión de la Guerra Fría dado durante la cual la URSS estaba experimentando con armas nucleares dio inicio a una campaña espeluznante en el marco de la cultura de los EE.UU.

Senador Joseph McCarthy. Imagen obtenida de Muy interesante.

     Entre esas listas negras, indiscriminadamente desde guionistas de cine (como el perseguido Dalton Trumbo, que debió exiliarse en México y firmar con seudónimo sus colaboraciones para la industria del cine), actores y actrices, profesores, intelectuales fueron o bien echados de sus puestos o bien incapacitados para ejercerlos. Dado que esta guerra se produjo en el seno de los medios de comunicación, en los que periodistas y conductores progresistas resistieron y denunciaron estos agravios, se produjeron fricciones entre el poder y la difusión de ideas opositoras. Se introdujo una ideología de la sospecha y la persecución política. Arthur Miller, uno de los perseguidos, escribió una obra relativamente alegórica, Las brujas de Salem (1953) o, mejor, en la que metaforiza las circunstancias de esta campaña. En esta pieza, pinta esta etapa y lo hace con inobjetable acierto. Finalmente, McCarthy dejó de tener gravitación y fue expulsado del Senado bajo una serie de acusaciones (todas ellas legítimas, por cierto). Pero el daño ya era irreparable. Había cercenado un esplendor cultural que estaba brillando y se hubiera potenciado más aún en la cultura artística de su país. Había prohibido y censurado libros, los había retirado de bibliotecas, secuestrados films y elaborado también algo mucho peor: forzar la delación por parte de quienes sí militaban en el partido comunista hacia otros compañeros o colegas.

Destrozó vidas, acusó a personalidades como la dramaturga Lilian Hellman e instaló una cultura del miedo en una supuesta democracia que demostró que los EE.UU., cuando se lo proponen, pueden ser destructivos aún con sus propios ciudadanos más dotados, más formados, más dotas, más talentosos y que más pueden aportar a su patrimonio creativo.

     Pero volviendo a Susan Sontag, que es a quien quería referirme en esta nota, me parece que sus ensayos, esa zona más deslumbrante de su producción, iluminadora, esclarecida, informada, revulsiva, provocadora, no hace sino, precisamente, elevar la voz contra figuras siniestras como las de McCarthy o sus cómplices. “Estoy en la guerra porque quiero estar en el lugar más real”, afirmó Sontag aproximadamente con estas palabras, en ocasión de uno de sus viajes para registrar esos cruentos episodios. Permanecer indiferente frente a esa realidad que todos tenían de los ojos le resultaba inmoral. Estaba bien escribir buenos libros. Escribir novelas, cuentos, ensayos. Nadie podía destituir la condición a un creador. Pero desde su punto de vista un creador era mucho más que alguien que consolida una celebridad por obra de una poética, de ventas de sus obras, de consagración por premios o bien por una consideración académica favorable. Un creador era por sobre todo alguien que afrontaba las condiciones del mundo en los términos menos cómodos y más justos para quienes más lo necesitaban. De allí su urgencia. Su premura. Su necesidad de intervenir, de actuar. No obstante, curioso resulta su largo itinerario por las aulas académicas de EE.UU., en la Universidades con más prestigio. Y luego su pasaje a la Universidad de París donde se formó nada menos que en los seminarios de Roland Barthes.

     Sus dos novelas tardías, El amante del volcán (1992) y En América (2000), que son dos ficciones históricas notables, la situaron en la cúspide de su talento y demostraron que era capaz de dar hasta el final de su vida, cuando ya estaba afectada por un cáncer dramático, lo mejor de sí. Y de hacerlo con un virtuosismo fuera de serie. Con erudición. Con destreza. Con un enorme sentido de la estética. Y con capacidad de investigación creativa.

     Reclamó de los intelectuales y escritores un rol protagónico en el campo político que no se redujera a su práctica artística, sino a que defendiera las condiciones necesarias precisamente para que esa práctica pudiera ser ejercida con libertad e independencia por todos sus colegas. Lo hizo demostrándolo, recordando etapas negras de su país y del mundo, lo hizo creo que también con algo de rabia (como toda actitud que persigue la adhesión y sabe que deberá fundamentar esa solicitud no sólo con argumentos sino también con emociones persuasivas no siempre acompañadas con adhesión).

     Entre ese laboratorio sin fin que fue su escritura. Entre esa usina burbujeante que fue su mente que nunca cesó de experimentar nuevas formas ni nuevas ideas. Entre esa búsqueda por el sentido o, mejor sería decir, los sentidos en el orden de lo real, en el orden de lo estético, también la embargó la emoción del pesar por un mundo que veía derrumbarse. No podía permanecer ajena a esa realidad ominosa.

     La escritura la demandaba en muchos frentes y ella, infatigable, no cesó hasta haber conquistado sus objetivos. Una sexualidad que fue otro factor irritante para el establishment norteamericano (circunstancia seguramente explotada para desprestigiarla) pero que a ella la tenía verdaderamente sin cuidado (su hijo fue incondicional al respecto) creo que Susan Sontag viene a condensar inclaudicables principios. Los principios más esenciales del humanismo. Los del modernismo. Y algo que yo me atrevería a definir en términos de una verdadera hazaña. Rompió con todos los moldes asignados a una mujer en la sociedad norteamericana y en la sociedad contemporánea, no solo la norteamericana. No fue una investigadora “de gabinete”, como sus colegas universitarios. Le interesaron otros temas y fue una creadora. Desde su cine hasta sus libros, desde sus ensayos hasta sus cuentos, desde sus novelas hasta sus intervenciones públicas y discursos en ocasión de recibir premios, a todos ellos subyace una coherencia paradigmática y ejemplar.

     Frente a la figura abyecta del señor McCarthy, se yergue esta otra, que honra a los EE.UU., honra a la condición humana por sus valores éticos y estéticos: su perfecta contracara. Una contracara que es un orgullo para la república de las letras y, agregaría yo, honra a la condición humana por una conducta ética y una ética cívica excepcional. Recordemos a Susan Sontag. No la olvidemos. Es una personalidad, pero no porque sea una “diva” en el firmamento de los grandes escritores, en el sentido más triste y más banal del término, sino porque fue alguien ante todo preocupado por la justicia, por la dignidad de los seres humanos y por el semejante. Saliéndose de su condición de egoísmo, de la noción de “carrera literaria” opuso a ella la idea de que la de que un escritor era un persona más completa, más íntegra y más ética si pensaba en el semejante. Si cumplía con sus deberemos en lo relativo a velar por la seguridad y la libertad. Y por repudiar a los grupos o a las ideologías que atentaban contra la realización en plenitud tanto simbólica como material de los sujetos. No puedo concebir legado mayor.   

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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Se graduó como Profesor y Licenciado en Letras en 2005. Y se doctora en 2014 como Dr.en Letras, todos grados y posgrados en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP, Argentina). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 edita su libro “Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas”, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, “Melancolía” (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía “Reloj de arena (variaciones sobre el silencio)”. Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos obtenidos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Escribió un cortometrabaje que permanece inédito. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores y autoras de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Se vio beneficiado con premios y distinciones internacionales y nacionales. Se formó en los talleres de escritura creativa ejercida por María Negroni, Leopoldo Brizuela, Gabriel Báñez (de quien se siente discipulo sobresaliente) y, el más reciente, en Buenos Aires, con Susana Szuarc.