Virginia Woolf. Fuente: La izquierda diario.

Publiqué en esta Revista el 9 de noviembre de 2022 un “Tríptico de Virginia Woolf”, que tuvo de inmediato una inusitada repercusión entre el público lector. Esa noticia me tomó completamente por sorpresa. Con toda seguridad, Virginia jamás pensó que cierto día de noviembre, durante el mes de noviembre de 2022, más precisamente, un sudamericano, escritor y crítico, de una ciudad de provincias de Argentina iba a evocarla en sus momentos de más intolerable sufrimiento. Y que sería leída su historia (o, más precisamente, tres grandes momentos de ella en todo caso) sintetizada en sendos poemas. Pero tampoco dejaría de señalar el modo en que ella había dado la batalla. Y había alcanzado sus numerosas conquistas en el territorio de arte literario. Virginia Woolf escribió obras que sacudieron la cultura literaria del siglo XX en el universo anglosajón. Fue una figura destacada del modernismo europeo.

     Hay varios factores que cerraron el capítulo de su vida, como es sabido. No era tan solo la patología mental el único de los peligros y obstáculos que acechaban al matrimonio Leonard Woolf/Virginia por ese entonces. Leonard era judío. Era natural que ese peligro estuviera pendiendo de su cabeza como una espada de Damocles. Y hasta pensaron que el suicidio juntos sería una posible salida al embate del nazismo. De modo que del tema suicidio se conversó siempre por temas ligados a la patología de Virginia, que tendía a exasperarse más y ella a tener menos tolerancia al dolor. Pero la enfermedad no era la  única amenaza sobre los Woolf. Había habido además un par de intentos de suicidio preliminares hasta el que definitivamente terminaría con su vida.

     Luego de la irrupción de la enfermedad (o su primera manifestación en todo caso) a los 13 años, tampoco podemos olvidar otros datos dramáticas que la dejarían marcada. Una infancia en la que padeció abuso sexual por parte de uno de sus hermanastros. Pérdidas familiares a edad temprana. Luego una adolescencia y una juventud lectora, cuando eligió formarse en la profusa biblioteca de su padre, alpinista, ensayista, historiador, estudioso y editor del Oxford Dictionnary of National Biography (1885), Leslie Stephen. La escritura entiendo que surgió como una prolongación natural de esa sed por el conocimiento que suele nacer como una inquietud durante los años formativos y terminar en alguna clase de vocación que tienen a los libros como importantes aliados. En este caso, su sensibilidad la abrió a la creación literaria. Pero aquí hay un punto (que desarrollaré en lo que sigue) que me gustaría dejar en claro. Zanjar de una vez por todas con toda una serie de confusiones o errores de apreciación a mi juicio graves respecto de enfermedad mental y escritura. Reducir novelas como Al faro (1927), Las olas (1931, que Marguerite Yourcenar tradujo al francés), Mrs. Dalloway (1925), o bien el Orlando (1928) a los meros delirios de una mente trastornada por brotes, además de no ser cierto, poca justicia le hace a sus excepcionales talentos como escritora, a sus dotes como la gran creadora que fue y a la entrega a su profesión a la cual se consagró con un alto nivel de compromiso.

     En efecto, a Virginia Woolf (Inglaterra, 1882-1941), si bien le pagaban poco dinero por ellas (de lo que se quejó siempre) se ganó la vida con colaboraciones para diarios, revistas y periódicos sobre literatura o crítica literaria. Fue una gran ensayista y ello queda plasmado en toda una serie de obras paradigmáticas que la hacen un referente a la hora de abordar ese género a nivel internacional o, más específicamente anglosajón, durante el siglo XX.

     Contrariada con motivo de que no le fuera posible el ingreso en la Universidad por aquel entonces, creo que de todos modos el destino terminó beneficiándola en ese aspecto, en lo perdurable de su trabajo literario, además de en lo sobresaliente. Los scholars, los académicos, a menos que sepan escribir buena literatura, que estén excepcionalmente dotados de una sensibilidad para la producción literaria, o incluso, en los mejores casos, escriban buenos o muy buenos ensayos, luego son devorados por el olvido inmisericorde o son fagocitados por el sistema propiamente universitario, que, paradójicamente, en lugar de dejarlos en libertad, los abruma de exigencias, institucionalizándolos. Dejan un recuerdo bastante difuso algunos de ellos en el campo de los estudios literarios, no en el de la ficción, la poesía, la dramaturgia u otras formas literarias. Son poco los que logran escapar al modo de funcionamiento de la academia y sortear sus exigencias. Pero la autora de estas novelas y ensayos, como Tres Guineas(1938)o Un cuarto propio,(1929),  entre otros ensayos, pone en evidencia a una mente brillante, a la avanzada de su época, dispuesta a afianzar su oficio, llamada a perdurar en la Historia literaria del mundo, como la creadora insoslayable que fue. Y ese talento que se suele convertir erróneamente producto de una “escritura terapéutica”, le quita toda magia y virtuosismo al esplendor de su arte. Me refiero a  esa esa fórmula alquímica que solo su frondosa imaginación acompañada de su inteligencia y su poder de observación pudieron lograr.

     Virginia Woolf no escribía para “curarse”. Para de modo catártico dejar por escrito una serie de visiones que emanaban de la patología completamente desordenadas o caóticas. No. Eso no es cierto. Lo hacía porque era lo que más ardientemente amaba en la vida. Aquello que había abrazado con intensidad como vocación. Con valentía, por otra parte, hace a un lado la cuestión meramente literaria, toma partido contra la guerra (en favor del pacifismo y  el feminismo, escribe un libro precisamente sobre el tema y más explícito, contra la opresión de la mujer (en Un cuarto propio), y sistematiza el legado, sobre todo, de las escritoras de su tiempo histórico, en particular de antes aún. Funda a su vez una tradición y con infinita coherencia, la defiende hasta el final apoyándose en esas “hermanas” que han sido sus predecesoras en el campo literario en diálogo con la sociedad. Y reflexiona sobre Judith, la hipotética hermana de Shakespeare que pese a tener su misma edad no habría alcanzado jamás sus mismos logros ni accedido a las mismas instituciones. Le hubiera tocado un destino mediocre o incomprendido para la época.

Fuente de imagen: Meer

     Virginia Woolf trabajó. Y trabajó intensamente. De modo que aquí también puede corroborarse su coherencia en lo referido a qué destino esperaba ella para su género: una profesionalización en una disciplina o un arte y obtener un salario digno proporcional a su esfuerzo y su trayectoria.

     En el caso de Virginia, el reivindicado por ella cuarto propio no tuvo dificultades en ser conseguido porque vivió siempre en casas dotadas de comodidades. Quiero decir: una mujer sin hijos, que no queda atrapada por la circularidad paralizante de la maternidad o las obligaciones de las tareas domésticas, no solo tiene un cuarto propio sino que también tiene tiempo disponible para crear.

     Cuando uno lee a Virginia Woolf no tiene en modo alguno la sensación de estarlo haciendo con una persona desequilibrada. Sino con alguien brillante, lúcido, que tiene dominio, artífice de belleza, con ideas claras y control totales sobre el lenguaje relativo a la poética que pone en ejecución. También Virginia Woolf fue una estudiosa. De modo que todo conduce a pensar que estaba totalmente en sus cabales cuando producía sus novelas, cuentos y ensayos. Sobre las estrategias constructivas de ese texto literario renovador que escribió o estba escribiendo. Es alguien que experimenta con nuevos paradigmas literarios, nuevas técnicas, nuevos recursos, nuevas retóricas, al punto de que cambió el modo de concebir la narrativa moderna europea, con aportes naturalmente que se proyectan a una historia cultural, lo que la convierte en un clásico contemporáneo indiscutido.

     Decir que Virginia Woolf escribía de este modo producto de una enfermedad me parece una forma simplista de mezclar enfermedad mental con jerarquía estética. También es una forma de degradar, descalificar (además de estigmatizar) denegarle su condición de artista, legítima, dueña de una obra frondosa. Sus uso de los narradores, el fluir de consciencia, entre otros tantos logros con los que enriqueció el patrimonio de la literatura contemporánea no son el producto de las “voces que escuchaba” en sus crisis. Resulta obvio que alguien que ha perdido el juicio no puede escribir obras de tan lozana precursión ni tampoco investigar. La consciencia aguda de los momentos en que tendría y tenía tales trastornos psiquiátricos, no se debe confundir con escribir con virtuosismo. Más bien la escritura sería el resultado de ideas propias, de una génesis de escritura de una radical originalidad, que la creación sensible y su brillantez que las convertían en obras maestras. Si su vida cotidiana estuvo signada por la desdicha y la inestabilidad emocional, sus libros curiosamente dan cuenta de una mente lúcida, capaz de manejar con destreza idónea, de comprender como nadie el acto de leer y el acto de escribir, en idénticas dosis: de modo logrado. Virginia Woolf era una autora exigente. El lector ideal al cual ella se dirigía era uno desprejuiciado y ávido por conocer experimentaciones creativas. No es una escritora que tengan estructura convencional sino que más bien hace estallar las formas literarias tradicionales. Fue ella quien estuvo llamada a alumbrar los nuevos senderos del arte literario en esa Inglaterra pacata que se caracterizaba por reprimir más que abrir camino a las mujeres. Muy por el contrario, desalentaba su producción creativa.

     No estoy con estas hipótesis que manejo en torno de la relación entre enfermedad y escritura negando su patología, que era aguda por cierto. Sino que al punto al que sí quiero llegar es a romper con el lugar común o el mito (y la voz  simplista del sentido común) que afirman la obra de Virginia Woolf estuvo muy ligada a sus problemas mentales. Es más, yo agregaría: ser un enfermo mental no es destino. De alguien que es enfermo mental pueden perfectamente esperarse creaciones ordenadas, coherente, cohesivas y, para el presente caso, innovadoras. No va de suyo, no es sinónimo padecer un trastorno mental un obstáculo para escribir obras maestras. Puede que hayan existido pausas entre la escritura de uno y otro libro. O aún dentro de uno mismo. Resulta absurdo pensar que por padecer una enfermedad ella estuviera confinada por propiedad transitiva a producir obras sin ninguna clase de mesura, sin pies ni cabeza, o una escritura irreflexiva, compulsiva en la cual la razón no interviniera, acerca de lo que producía, adoptando la formas de la catarsis. También Virginia Woolf fue una muy buena lectora en el sentido de que leía mucho pero también sabía lo que leía y sabía muy bien qué hacer a continuación con lo que había leído. Otro punto de vista que me resulta profundamente reduccionista además de desmerecer su talento o una forma de subestimar su enorme capacidad y calidad de trabajo.

     Sus libros no son un sinsentido sino sistemas de relojería exquisita. Fue, efectivamente, una mujer de extraordinariamente dotada que la enfermedad mental desfavoreció. Pero sólo parcialmente. El hecho era que por entonces, en la Inglaterra victoriana, era (como ahora mismo) sancionada la condición de enferma mental con la discriminación y el tabú, pese a habitar las permisivas calles del barrio de Bloomsbury. La carta que Virginia Woolf le deja a su marido Leonard momentos antes de iniciar la marcha hacia el río Ouse, donde tendrá lugar su suicidio, es muy clara en sus emociones, conceptos e ideas ordenadas respecto de sí misma y su registro de la enfermedad que le había tocado padecer. Tanto del pasado como de ese momento. Ella vislumbró en el momento de su suicidio que se abatiría sobre otra crisis. Virginia ve sobrevenir otra avanzada de la patología y le explica a Leonard que no podrá tolerar este nuevo embate de la enfermedad. Al mismo tiempo, subraya la felicidad de la que han sido protagonistas, si no fuera por la enfermedad. Esto es señalar un notable registro sobre sí misma y de lo que le estaba sucediendo.

     Sus novelas, cuentos y ensayos nos pintan a una escritora de una enorme lucidez y originalidad, por momentos intimistas con una gran capacidad para sentir, con obras llenas de imágenes, percepciones y tocada para, a la hora de la escritura, experimentar la emoción. Alguien con el suficiente poder de determinación de afrontar empresas difíciles y hasta desafíos inauditos frente a los cuales otros, incluso sin padecer problema mental alguno, retrocederían o bien directamente jamás serían capaces de incursionar o concebir. Sería inconcebible para muchas personas que aparentemente están en sus cabales que produjeran textos de tan renovador talante.

     Su escritura es de una invariable vigencia. Y allí están, en mi biblioteca, en la de mi familia, como en la de tantas personas que la admiramos, espléndidos, sus novelas, ensayos y cuentos. Aguardándonos para atravesar por la experiencia de estar frente al manejo a voluntad de los matices del uso lenguaje magistralmente. De un modo en extremo sutil.

    Virginia Woolf fue una mujer extraordinaria por lo que primero vivió, por lo que pensó y leyó y lo que escribió. Era una tarea importante la reflexión madura siendo una autora lectora, también muy laboriosa. Pero no solo producto de refugiarse en la escritura para huir o como bajo un conjuro contra la enfermedad mental. A lo sumo su diario sería como un laboratorio en el que conjugara un conjunto de experiencias personales junto con sus proyectos de escritura, discutiendo consigo misma cómo y qué escribiría.

     Los tratamientos no resultaban exitosos o sí lo eran transitoriamente. Aplacaban con drogas ineficaces una patología que para esta época que debidamente medicada más algunas indicaciones de los profesionales que la atendían, bajo tratamiento, seguramente sería exitoso. Le permitirían llevar una vida más entera. Menos dolorosa. Pero su fortaleza fue titánica. Se sobrepuso a la enfermedad en numerosas ocasiones, tanto en su hogar como en casas de retiro para personas con problemas de salud mental.

     Victoria Ocampo (V.O.) fue una profundísima admiradora de Virginia Woolf. De hecho escribió un libro: Virginia Woolf en su diario (1954). Virginia no se podía tomar en serio a esta sudamericana segura, temperamental, extravagante, que la adulaba, le hablaba en su idioma, una mujer con mucho dinero que le llenaba la casa de flores. En un intento por halagar o, en todo caso, premiar desde su lugar de lectora agradecida encandilada por su don, por esa prosa de fuego y fluidez de las aguas. Una mujer frente a la cual se manifestaba tan encendidamente cautivada.

     Virginia Woolf impuso una dura batalla contra su enfermedad sin contar con el respaldo de una ciencia médica que acompañara sus síntomas frente a una nueva arremetida de la enfermedad. La formidable resistencia que opuso a su patología deja el testimonio (diría V.O.) de una mujer que contra todo pronóstico, afronta, se hace cargo de lo que le sucede y en la medida en que le es posible enfrenta los distintos embates de su enfermedad. Dejó obras magníficas, que sorprendieron al mundo,  aún lo hacen porque han devenido clásicos contemporáneos. Y que seguramente quedarán preservados en un estante de lujo en la memoria de una biblioteca tan sofisticada como renovadora.

Fuente de imagen: Hoy día Córdoba
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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Es Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 se editó su libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, Melancolía (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía Reloj de arena (variaciones sobre el silencio). Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Obtuvo premios y distinciones internacionales y nacionales.