Imagen obtenida de Tierra adentro

A Saúl Sosnowski, que me ayudó a pensar todas estas cosas

Cuando titulo este artículo como “después de Borges”, me refiero también a poéticas que le fueron contemporáneas. Incluso algunas que se interrumpieron antes de que él falleciera. Pero fueron valoradas en todo su alcance en forma ulterior. Me refiero al caso Manuel Puig, por ejemplo. Se trató de un autor conflictivo desde el punto de vista de su recepción crítica y de público en algunas partes del mundo, en particular las más conservadoras. U operaciones en torno de Macedonio Fernández (Argentina, 1874-1952), por parte de escritores que intervinieron su corpus con fines creativos o bien de personalísimo trabajo poético en sus respectivas obras (Ricardo Piglia, Liliana Heer). De modo que, como se podrá apreciar a continuación, como digo, Borges siguió viviendo en tanto estos escritores seguían escribiendo de un modo distinto. No ampliando sus corpus (en general, salvo excepciones de escritos póstumos como es el Silvina Ocampo), sino según particulares modos de lectura que se fueron modificando a la luz incluso de los avatares que iba siguiendo la poética del propio Borges. De su recepción en el país y en el extranjero (que fue y sigue siendo muy distinta). Borges señalaba, zanjaba un modo de cómo ser leído a sí mismo, cómo leer a sus contemporáneos, cómo leer a los que habían fallecido y cómo se seguirían leyendo en adelante una vez él fallecido tanto al resto de los vivos o muertos. Y a sí mismo, nuevamente. También me gustaría aclarar de entrada dos cosas. Haré especial hincapié en una visión “de catalejo”, panorámica, no de microscopio de las poéticas fundamentales de la literatura argentina. Eso por un lado. Por el otro, me concentraré más en unas poéticas que en otras por diversos motivos (que tienen fundamento) pero que largo sería en este momento exponer y la misma argumentación del artículo irá permitiendo vislumbrar. Pero vamos a las cosas.

     Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1986), irrumpió en el campo literario argentino cuando éste estaba en un estadio con algunas cabezas visibles dominantes cuyas líneas estéticas él proseguiría (naturalmente como Leopoldo Lugones -Argentina, 1874/1938-, al que experimentó naturalmente como su adversario principal que había que derrocar, si bien haría un mea culpe tardíamente), pero también su talento era superlativo, su proyecto creador se irradiaría hacia otras zonas de la experiencia literaria y, por otro lado, sería de vida más longeva.

     Muchos de los colegas que seguirían las líneas estéticas de Borges, algunos amigos muy íntimos como Adolfo Bioy Casares (Argentina, 1914-1999), Silvina Ocampo (Argentina, 1903-1993) o Manuel Peyrou (Argentina, 1902-1974), gozaron de una amistad en la que siempre fue él quien reinó. De entre cada proyecto que el “trío infernal” (como los denominó Victoria Ocampo) a Borges, Bioy y Silvina Ocampo, sería Borges el que timoneara las iniciativas. Se ha pretendido adjudicar al resto un lugar que en lugar no tuvieron jamás, si bien considero que la que realmente demostró poseer una poética, una ideología literaria y una singularidad desafiante más poderosa que Bioy fue Silvina. Entre este trío ha de haber habido tanto concordias como discordias, aunque fueran solapadas Tanto acuerdos como disensos. Seguramente sería Borges el que terminaría por dar un desenlace a esos conflictos literarios, competencias o bien discrepancias. Gozaba de una personalidad literaria tan poderosa que no conozco poética alguna argentina por lo menos que siquiera pueda rozar su hegemonía cultural, si bien sí se le pueden formular objeciones políticas, pero ello no forma parte del territorio de la poética, sino de su relación con el campo del poder. Tal circunstancia pude generar tanto antipatía como simpatía, según los casos, esto es totalmente comprensible. Pero sí convendría, desde mi punto de vista, ser capaces de apreciar su talento por fuera de sus opiniones partidarias.  
     No obstante, también es el objeto de este artículo procurar desentrañar qué sucedió “después de Borges” en el campo literario argentino. Me referiré al caso de dos mujeres. En un caso dominante, poderosa, indiscutiblemente de una alta exposición pública. Y, en cambio, a la que considero una pluma a  mi juicio infravalorada por (erróneamente) ser  contemplada, a ojos de la intelligentzia, los círculos más snobs, más selectos, más chics y más exclusivos de intelectuales y escritores, quienes la han subestimado como una  figura naive: Liliana Bodoc. Por supuesto gravitan en torno de ambas que también resultan alternativas a  la poética de Borges. Pienso en Tununa Mercado, como un paradigma claro, nítido, tanto en sus temas como en sus modos. Se trata de alguien que funda una nuevo tipo de escritura en Argentina, de discursividad, un nuevo modo de escritura, probablemente heredera de Macedonio, de Santiago Dabove (Argentina, 1889-1951), de algunos otros raros que tienden a disipar la fábula y a acentuar los discursos, según aquella vieja disyuntiva entre fábula (la historia narrada) y discurso (el modo de hacerlo) de los formalistas rusos. En tal sentido, Tununa Mercado introduce un foco potente, en un tono menor, intimista pero fuertemente renovador en el seno del campo literario argentino.

     Julio Cortázar (Bélgica, 1914-Francia,1984), prosiguió esa estela dejada por Borges, jugando con el fantástico, por momentos lo siniestro y hasta el gótico rioplatense. Pero no omitió el humor, los  neologismos, no descuidó libros inclasificables, ni tampoco se desentendió de la política de su tiempo histórico. De modo que nos encontramos con un productor cultural con la fuerte marca de Borges en lo que atañe a la irradiación de su poética (en particular sus verosímiles y tramas), pero a la vez una oralidad en sus relatos (lo mejor que escribió a mi juicio, lo más redondo) que nos regala un corpus originalísimo de narrativa, poesía, miscelánea, microrrelatos, libros/objeto, un drama sobre asunto de mitología griega, una novela como Rayuela (1963) que, esta vez sí, lo desmarcó de Borges en muchos sentidos: Borges no escribió novelas y Borges hablaba de temas completamente distintos de los que a esta novela se le pueden adjudicar, además de una experimentación que no sería la que Borges pondría en juego en su poética bajo estas inflexiones. Pero sobre todo marcó a toda una generación. Se esparció por América Latina como pólvora. Y sus ensayos póstumos, recogidos en tres volúmenes, cuya edición estuvo a cargo de Jaime Alasraki, Saúl Sosnowski y Saúl Yurkievich (Argentina, 1931-Francia, 2005) indudablemente marcan su filiación, sobre todo, europeísta. Gran defensor de Leopoldo Marechal, (Argentina, 1900-1970), un destacado autor de una generación anterior, prosista, poeta grandioso, con una potente marca de la vanguardia porteña como Borges y esa novela grandiosa que es Adán Buenosayres (1948), que Cortázar defendió con un encendido artículo apologético. Puede que haya tomado de Marechal muchas más cosas (y pistas) de las que podríamos llegar a sospechar.

     De Liliana Bodoc (Argentina, 1958-2018) diré que construyó una poética de contundencia incuestionable, una solidez y un nivel de lirismo en la prosa, dotándola de un alto valor altamente connotativo, que es verdaderamente radical. No menos cierto es que es también radical su capacidad para dirigirse desde la interlocución, tanto formal como semántica, a lectorados muy dispares sin subestimar a ninguno de ambos pero sin embargo que son capaces de entenderla y gozar de su poética de modo mayúsculo. Trae cosas nuevas para decir, según un lenguaje nuevo, una poética que transpone el sustrato americano a una épica fantástica (pero no solo este género) que, en el siglo XXI, al menos, se desconocía. Ignoro si los precursores de la ciencia ficción gozan de algún antecedente. Cabría interrogar a expertos más competentes que yo en ese campo de la producción argentina. Es una pena que no se haya sabido escuchar bien a Liliana Bodoc. Y cuando digo “escuchado”, digo que se la leyó (y se la sigue leyendo) mal. Hay un malentendido allí que he procurado despejar de modo obstinado en muchos artículos críticos y considero no ha sido escuchado o lo ha sido en muy escasa medida. Liliana Bodoc no es la escritora de alquimistas, guerreros, hechiceras, magos a la que se la ha querido reducir porque (en una ignorancia que resulta obvia se habla de ella sin conocimiento, sin haberla leído, sino desde un prejuicio que denotan sus argumentos pasando por alto el modo en que afronta a las tramas del poder de modo potente). Liliana Bodoc desde la fantasía, la épica fantástica (que Ursula K. Le Guin estuvo a punto de traducir al inglés de no haber sido tan mayor, con mucha afinidad entre ambas pero mayor reconocimientos la Le Guin), la novela histórica, el realismo y la literatura infantil y juvenil, potencia la poética con una sutileza, una realización de la poética en toda su complejidad. Su poética bien leída es muy compleja y plantea hipótesis de lectura que lo son en grado sumo. Siempre se manifestó coherente y no trastabilló ni especuló. Se mantuvo firme en sus principios estético/ideológicos. Liliana Bodoc no es J.R. R. Tolkien argentino. Afirmar eso sería un flagrante error. El de un ignorante que no ha leído sus ficciones. Esto debe ser entendido de una vez por todas. Politiza a la épica fantástica, a Tolkien desde un ideal americano desde el género, desde la estigmatización por variables de raza, clase, la xenofobia. No es simplista ni ingenua. Toma un partido fuerte respecto de la conquista americana, pero hace de ella otra cosa y traza con ella un desvío principal. Desacata lo que podría haber sido un determinismo. No hace falta más que leer El señor de los anillos o El Hobbit La trilogía de los confines integrada por Los días del venado (2000), Los días de la sombra (2002) y Los días del fuego (2004), para corroborar de inmediato operaciones subversivas acerca de la relación entre poética y política en todas las acepciones que esta palabras admite en la poética. Le pronostico, si todo sigue como hasta ahora, un futuro fuertemente reivindicativo al que contribuiré como hasta ahora vengo haciéndolo. Además de un futuro reparatorio que su inmensa cantidad de lectores viene ampliamente a saldar.  

     ¿Y Negroni (Rosario, Argentina, 1951)? Pienso que se trata de un proyecto creador ambicioso, que conserva de Borges ese respeto por la “alta cultura”,  (o la idea de “ser culto y erudito, ser un estudioso de la poética) si bien se concentra (sobre todo) en la lírica y en una suerte de trabajo con el ensayo particular difícilmente traducible a conceptos si uno no es un especialista en poética, teoría y crítica. Pero sí podría afirmar que disipa las formas más tradicionales y convencionales de concebir el ensayo (en particular a partir de Pequeño mundo ilustrado, no tanto Museo negro ni en Galería fantástica, reunidos luego en un volumen, adoptando la forma de una trilogía: en La noche tiene mil ojos, de 2015, que contiene Museo negro, Galería fantástica y Film Noir, este último un trabajo sobre cine negro francés y norteamericano, de estudio de casos, donde investiga la figura, entre otras, de la femme fatale y el lado más oculto, que se sustrae de la mirada al día, a la luz meridiana en los policiales negros) y que luego sí explora en la lírica en y la traducción por territorios que el universo poético de Borges así como su ideología literaria le habían impedido por sus limitaciones o por su deseo. Me refiero concretamente a las reivindicaciones de género de Negroni (por lo general reducidas al tema feminista más que de las minorías sexuales, de las cuales se sustrae o suele mencionar algunos casos cuando, a su vez, aborda libros de traducciones de poetas norteamericanas o de otros países) y a su concentración en las poéticas argentinas que Borges no había atendido o había directamente ignorado sin mencionarlas siquiera al pasar. Borges corona a Silvina Ocampo, afirmando en un Prólogo a su poesía que ella es la poeta argentina más importante de su generación (apartando a Pizarnik, a Olga Orozco, entre otras) y reina en cambio con su propia lírica citando, eso sí, nombres de mujeres con las que fue desdichado, lo han abandonado o bien realizado dudosos homenajes que a mi juicio que son de un doble filo irónico. Cabría leerlos en todo el alcance de la poética de cada una de ellas y de la poética del propio Borges relacionalmente.

     Simultáneamente, desde la Antología de la literatura fantástica, de 1940 (recuérdese, con Silvina Ocampo, pero también con Bioy, autor que a su vez extrañamente la prologa) Borges ya tiene sobre sus espaldas un largo inventario de figuras femeninas “menores” en lo relativo a su poética (comparadas en su alcance definitivo y vigente, pero también por entonces). Habrá un abultado elenco de escritoras “menores” con las que escribirá una Historia de la literatura inglesa, una Historia de la literatura norteamericana y una sobre las antiguas literatura anglosajonas (las tres clave para comprender las operaciones teórico/críticas de Negroni con posterioridad, esto es, para procurar detectar qué hacer con Borges). Y luego no conviene olvidar que existen otras colaboraciones en torno de nuevos núcleos semánticos. Uno sobre el compadrito, con Silvina Bullrich (Argentina, 1915-1990, Ginebra, Suiza), El compadrito, su destino, su barrio, su música (1945), historias de la poesía argentina (con Silvina Ocampo, figura con la que Negroni también se medirá, si bien Ocampo llegará primero a temas que Negroni seguramente por razones generacionalmente no pudo alcanzar al mismo tiempo). No obstante, Silvina Ocampo será siempre una figura incómoda para Negroni. No siempre sabrá qué hacer con ella. En particular por su radical originalidad que la vuelve completamente inclasificable. No tanto como poeta y narradora (si bien esto está), pero también como autora de un drama histórico con Juan Rodolfo Wilcock (Argentina, 1919-Italia, 1978), en coautoría. O bien su autobiografía en verso o “autobiografía prenatal”, de la que no existen prácticamente antecedentes en el mundo, según lo ha afirmado Ernesto Montequin, si bien da un nombre en inglés, completamente insular. Finalmente, entre otro de los póstumos (al igual que la autobiografía en verso) está libro Ejércitos de la oscuridad, dedicado a Alejandra Pizarnik, que contempla una miscelánea de argumentos de sueños, de argumentos de cuentos sin escribir, de epigramas, de versos o poemas, entre otros apuntes que, este libro sí, no tildaría más que como único en su género. Al menos en Argentina en el siglo XX. Se verá luego.

     María Negroni tiene una herencia compleja. Por un lado, la poética inmensa de Borges, devastadora. Por el otro, una voz más secreta, pero igualmente un obstáculo para su afán por conquistas ambiciosas, un espacio propio en el campo literario argentino que sea verdaderamente auténtico, se debe medir con una Silvina Ocampo cuyas aristas más visibles serán: la escritura de una lírica más culta, menos sensible, menos perceptible, menos experimental (para nuestro presente histórico). Y la lírica de Negroni será más erudita, más rupturista.  Una reivindicación de personalidades como Pizarnik (Argentina, 1936-1972) y Susana Thénon (1935-1991). Y luego su propia producción que pretende ramificarse hacia otras zonas de la experiencia literaria. Desde una ópera basada en una de sus novelas, de cuyo guión ella misma es la autora, otra novela (si bien Silvina Ocampo tiene una “dudosa” de naturaleza póstuma), el territorio de la traducción en zonas en las que se intersecta deliberadamente con Ocampo (como Emily Dickinson, de quien Silvina Ocampo había traducido una antología de una considerable cantidad de poemas) hasta una serie de núcleos sémicos a partir de Dickinson. Un libro de poesía o narrativa poética de artista, en la cual se poetiza un sujeto mujer autora, esto es, un sujeto autor que, desde el género, resulta ser problemático para el patriarcado. Y, para ser francos, toda Dickinson ofrece esa resistencia al patriarcado. Tal vez por ese mismo motivo interese tanto a Negroni, tan afecta a figuras que lo cuestionen, en particular en EE.UU. su territorio extranjero por excelencia, junto con algunas zonas europeas. Ahora bien ¿por qué no se inmiscuye más con Silvina Ocampo? Es me parece una buena pregunta y me parece que no tengo una respuesta concluyente. Sé que la encuentra interesante y en otras no. Pero recordemos que también Silvina Ocampo fue sobre todo cuentista y autora de relatos. Y muy transgresora. Para adultos y niños. De modo que es una productora cultural muy completa, muy anterior que ella más que ver una aliada evidentemente contempla como una rival. Esta es mi hipótesis. Ignoro si es tan certera. Digamos que es la provisoria.

     Bioy no fue jamás rival para Borges. Tal vez por ese mismo motivo se pegó tanto a su figura. Para ver si podía aprender las lecciones de un maestro que él no encontraba en otros autores. Tampoco en una afinidad ni de clase ni de carácter que Borges sí valoró en él. Y que él traicionó hacia el final de sus días con de deslealtad. Publicó, por otra parte, hacia el final de sus días, toda una serie de libros prescindibles que bien pudo haber cajoneado sin que  la Historia de la literatura hubiera sufrido mella. Había habido muchísimos libros suyos tanto mejores y de otros autores ya no digamos. Silvina con Borges no fue la amiga que sí fue de Bioy. No escribieron juntos. Era sensible a la música y, como bien se recordará, a las artes plásticas. Fue durante una etapa de su vida ávida pintora, estudiando con maestros como Legér o Giorgio de Chirico, en París, de quien supo afirmar no era demasiado afable. De hecho buena parte de la producción poética y narrativa de Silvina Ocampo dialoga con las artes plásticas de un nodo muy sutil y hasta existen ediciones con portadas de sus libros que son pinturas de su firma. En cambio Borges y Bioy lo fueron también al cine. Borges como es sabido escribió crítica cinematográfica, si bien no fue su especialidad. Y, finalmente, están los conocidos guiones de cine escritos en coautoría, Los orilleros y El paraíso de los creyentes (ambos de 1955), que no llegaron a filmarse. Sí Invasión (1969), dirigida por Hugo Santiago, con guión de Borges y en la que lateralmente intervino Bioy en la idea original. La trama consiste en una combinación que articula el policial, la ciencia ficción y una particular forma del fantástico, lo que resulta no extraño en Borges. Tampoco en Bioy. Silvina Ocampo se mantenía distante de estas aventuras. Se puede constatar su afinidad por lo las artes visuales, plásticas, fotográficas, el universo sensible, percepctivo. Uno de sus libros, Árboles de Buenos Aires con fotografías de Aldo Sessa y Prólogo de Manuel Mujica Láinez es una gema para la literatura de nuestro país (1967). Silvina Ocampo recorría otros itinerarios. La poesía la mantuvo siempre muy ocupada. Al igual que su profusa producción de cuentos para adultos, para niños, al igual que su novela infantil, La torre sin fin, publicada en España en 1986, que recibió escasa repercusión tanto allí como nula distribución en Argentina. Triste destino para una pieza de portento e innovadora en su género, afortunadamente reeditada hacia los 2000. Porque se trata de una precursora para el género infantil o juvenil (sería más preciso afirmar) en nuestro país que ofrece aristas renovadoras, además de que hubiera dado un impulso a la novela infantil en Argentina que solo conocían, sobre todo, los cuentos trabajos de María Granata, algunos de Sara Gallardo (Argentina, 1931-1988), tímidos intentos que se asomaban a ese universo de Manuel Mujica Láinez, entre otros de menor relevancia, pero que no la dejaban sola. Por supuesto no debe ni puede ser olvidada y merece una reivindicación durante el siglo XIX la figura de Eduarda Mansilla (Argentina, 1834-1892). Hermana de Lucio V. Mansilla (Argentina, 1831-Francia, 1913), autora señera de cuentos infantiles, los primeros sistemáticos en nuestro país.

     Manuel Mujica Láinez, autor de prosapia con una fortuna venida a menos, precisamente narró esa decadencia con novelas y cuentos que todos dicen han envejecido, pero también cuentos fantásticos, novelas históricas de notables, cuentos inéditos que luego fueron recopilados e volumen, o bien su gran novela Bomarzo (1962). Y, al igual que Silvina Ocampo, con el fotógrafo Aldo Sessa, en 1977, Letra e imagen de Buenos Aires, con sus textos y Prólogo de José María Peña. En 1978, Más letras de Buenos Aires, con textos de Manuel Mujica Láinez, Prólogo de Guillermo Whitelow. Ambos libros editados en Argentina.

     Victoria Ocampo (Argentina, 1890-1979), no fue jamás competencia ni para Negroni ni para Liliana Bodoc ni de menos aún para su hermana. No gozó ni del virtuosismo ni de la imaginación portentosa ni de la erudición de ambas. Sí fue una mujer culta pero vivió demasiado enredada en sus viajes, sus amoríos, su carácter innecesariamente temperamental, además de, a mi juicio, una cierta frivolidad que advierto en esas ansiedad con tanta prisa por frecuentar y codearse como mujer de mundo con las grandes personalidades intelectuales de la época. Y no siempre las más interesantes, por otra parte. Su egocentrismo, por otra parte, era tal, que solo era capaz de escribir testimonios, autobiografías, o hablar Virginia Woolf en su diario (1954), otra pista de su obsesión por el yo, el self. Detrás quedan algunas tímidas iniciativas en otros senderos literarios, pero ni siquiera fue una traductora que en todo su alcance destacara. José Bianco era capaz de darle lecciones de traducción. Patricia Wilson ha estudiado en La constelación del Sur.  Traductores y traducciones en la literatura argentina del siglo XX (Buenos Aires, Ed. Siglo XXI, 2004), la traductología en una parte del Grupo, tomando como punto de referencia a Borges, José Bianco y Victoria Ocampo. Naturalmente que los más interesantes son los dos primeros, además de los más entrenados en la sutileza del idioma por la sutileza de la inflexión de sus poéticas. No digamos la de Bianco (Argentina, 1908-1986), de una complejidad que por momentos asombra. De modo que Victoria Ocampo, víctima de nadie más que de sí misma y su carácter, dejó de ser un escritor para devenir gestora cultural. Una operadora meritoria, de eso no caben dudas, que fundó una revista y una editorial de jerarquía, que permitió leer en las mejores traducciones a los grandes autores norteamericanos y europeos, por lo general, de ese entonces. También editó a varios argentinos, lo que es sinónimo de porteños. Muchos hoy justa o injustamente olvidados, según los casos.

     Borges y Bioy, su cuñado, experimentaban una particular antipatía (con toda la razón del mundo) por esta mujer de temperamento dominante que pretendía dirigir la vida cultural como una gran dama de sociedad de modo arbitrario (pero bienintencionado y no diría que exactamente frívolo, tuvo ideales nobles que la sitúan en un lugar distinto de otras de sus contemporáneas que sí lo fueron sin su protagonismo pero que aspiraron a ser buenas escritoras). Ninguna conquistó el lugar de centralidad que sí logró Victoria. Fue una mujer que destacó tanto en el mundillo literario como en la sociedad argentina. Su territorio no fue el acotado de la vida letrada, como el de Borges hasta antes de devenir celebridad. Fue, eso sí, una mecenas de personas que sí valieron la pena y Borges fue un niño mimado de Victoria así como su hermana quedó desdibujada junto a ella, siendo alguien de mayor estatura literaria.

     Pero regreso a Negroni. Con una obra poética notable, con una obra novelística corrosiva, que asalta al patriarcado, con antologías bilingües de poetas norteamericanos que ella seleccionó, con otras tentativas europeas interesantes, como la de Louise Labé, primero escribió en La pasión del exilio. Diez potas norteamericanas contemporáneas (2007) y luego en su reedición ampliada, Una especie de fe. Diez poetas norteamericanas contemporáneas. Semblanzas y traducción, (2020) Negroni asaltaba el patriarcado anglosajón de Borges de raíz. Hacía oír voces disidentes por su voz disidentes (en una ventriloquia notablemente eficaz para el campo literario argentino, que casi no las conocía -recordemos que Negroni vivió largos años en NY  impartiendo clases en el Sarah Lawrence College y obteniendo su doctorado en literatura latinoamericana en Columbia University, también de NY). Negroni tiene en claro que en lo relativo a la tradición inglesa la partida la tienen ganada los varones. Y que en lo relativo a Argentina esa partida la ganó el canon patriarcal instalado por Borges. Sin embargo, no se termina de rendir, ofrece batalla esgrimiendo (no sin razón y por motivos más que atendibles) argumentos de Virginia Woolf. En cambio, una patria joven, como los EE.UU., en la que el feminismo fue radical y muy potente, tanto en la militancia como en los estudios académicos o sobre la mujer en términos amplios, de modo temprano (de hecho muchas de estas poetas son feministas, lo fueron o bien admiten como primera hipótesis de lectura una clave feminista, como H.D. o bien de militancia en los grupos LGTB como claramente Adrienne Rich) le ofrece más posibilidades que Inglaterra, una patria de varones donde la partida está perdida. Ella apuesta a EE.UU., tiene más leída esa tradición y seguramente se identifica más con esas imágenes de autora que las que le ofrecen las argentinas o acaso de otros países, aunque pueda valorar casos más bien insulares (en términos generales; hay también excepciones). De todos  modos, Negroni está arrinconada. Es la hermana de Shakespeare lo acepte o no. A disgusto seguramente. Con rabia aunque exista realización personal y profesional. Sabemos que Borges es un titán todopoderoso que no tiene rivales. Quien acepte contender contra él deberá pasar por muchas pruebas y gozar de un talento tan superlativo como el propio. Y hasta hará el ridículo según qué personalidad se atreva a afrontarlo, si tiene o no trayectoria, un caudaloso capital simbólico que lo habilite para semejante empresa, que son pocos. Por otra parte, nació en 1899, en los albores del siglo XX. Ya corre con la ventaja de ser un precursor. Lo que para cualquiera es de entrada una derrota. Excepto que inicie un proceso de tal radicalidad con una poética y un proyecto creador que dé vuelta la literatura. Pero ello resulta altamente improbable. Es algo así como que nazca un nuevo Joyce. Además de, a esta altura de la evolución y de la serie literaria en directa relación con la serie social, afirmaría Yuri Tinianov (Letonia, 1894-Rusia, 1943) una utopía sin salida. Resueltamente, desde mi modesto punto de vista que una pluma de semejante hegemonía y consenso social (porque ese es un tema importante y que  a mi juicio no se ha discutido lo suficiente: qué se ha hecho con Borges o de  Borges en el mundo, esa idealización o canonización inamovible, además de pensarlo prácticamente ubicándolo en el Panteón de los inmortales, como su cuento que lleva precisamente un título en singular con ese nombre y qué se ha hecho de él, que se ha podido hacer con él en su país).

     Negroni se radicó en NY siendo ya adulta. Borges viajó por Europa siendo niño, hizo su bachillerato en Ginebra y luego de un pasaje fugaz por España llegar triunfante con la novedad del ultraísmo a las vanguardias argentinas, que apenas se estaban desperezando y estaban bastante dormidas. Asimismo, comparar las vanguardias históricas europeas con las argentinas no resulta una empresa en la que nuestro país goce de un papel precisamente lucido.

     Lo intentaron. Entre Prisma, Proa y Martín Fierro. La tertulias patricias de los hijos de los ricos que volvían de París, de Londres o Madrid (en ese orden) con alguna que otra idea joven, Argentina seguía durmiendo. Solo en Borges había germinado un polilingüismo, una política del lenguaje que le permitía forzarlo  (ya desde pequeño, con la mítica traducción de “El príncipe feliz” de Oscar Wilde (Irlanda, 1854-Francia, 1900), que todos atribuyeron a su padre cuando apareció en un diario por su alto grado de perfección).

     Buenos Aires caía rendida a los pies de Borges porque en la medida en que progresaba su carrera impetuosamente lo devoraba todo: dirigía colecciones, realizaba antologías de todo y de todos los temas literarios o autores, traducía de más de un idioma (La metamorfosis de Kafka, Orlando de Virginia Woolf, Las palmeras salvajes de William Faulkner, entre otros). Dictó clases en la Universidad de Buenos Aires (UBA), en las asignaturas de Literatura Inglesa y Literatura Norteamericano teniendo como Profesor Adjunto nada menos que a Jaime Rest (Argentina, 1927-1979), un verdadero scholar, quien escribiría, años más tarde, El laberinto del universo. Borges y el pensamiento nominalista (1976), uno de los clásicos libros para comprender cabalmente la poética de Borges. Mucho más siendo un libro de alguien que provenía de su entorno. También Borges dirigió equipos de estudios de anglosajón antiguo a los que asistieron importantes escritores y seguramente algún diletante. Lo cierto es que Borges donde estuviera era el líder que alumbraba como un candil la oscuridad del conocimiento bajo la forma de una creatividad letrada que resulta completamente infrecuente y hasta sin precedentes en Buenos Aires. Borges irradió desde un barrio de Buenos Aires una poética y una obra francamente colosales que tuvieron pocos rivales tanto en su país como  en el extranjero. Tan solo hace falta evocar que compartió el premio Formentor con Samuel Beckett. Sabemos que Ricardo Piglia (Argentina, 1941-2017) puso lo mejor de sí para conquistar una empresa ambiciosa que lo superara en jerarquía. También sabemos que esa empresa, en todo su proyecto ambicioso fracasó. Se concentró en líneas que Borges había iniciado (caso Macedonio, caso Joyce) y sí se concentró en otras zonas de la experiencia literaria que Borges desdeñó como Ernest Heminway (EE.UU.,1899-1961), Cesare Pavese (Italia, 1908-1950), mencionados ambos junto con Kafka y Macedonio como insoslayables en una lista primordial para un escritor, de lectura obligatoria que le realicé, pero acordaron en Kafka (Chequia, Praga, 1883-1924, Austria) y probablemente en muchos otros. Toda la teoría literaria y la crítica literaria que Piglia devoró seguramente para superar, entender o distanciarse del maestro Borges, comprender su poética, su particular crítica y sus teorías en torno de tantos temas, Borges la leyó más lateralmente pero diría sobre todo que Borges la pensó desde su sistema de lecturas literarias o acaso de crítica más moderna. Dudo mucho de que Borges haya sido un lector sistemático de teoría literaria de la que Negroni sí lo es. En este punto, además de que tanto Piglia como Negroni aceptaron refugiarse en la academia Borges no lo hizo, aunque diera clases en la UBA. Diera la impresión de que fue “llevado a ella”. Borges no escribió más que libros, una biografía muy discutible, más de un barrio que una persona, de una época que de un autor o de un corpus. Eso es Evaristo Carriego (1930). No constituye un conjunto de acontecimientos que procuran reconstruir una época sino, sobre todo, un estilo barrial, una vida barrial, el tiempo histórico en que tuvo lugar, en fin, la anti biografía.

     Su poesía naturalmente admite el reconocimiento del corpus de alguien dotado. Pero no alcanza  el rigor formal de sus cuentos de Ficciones (1944) y El Aleph (1949), ni tampoco es pareja. Hay siluetas de escritores o escritoras (figura muy desdibujada la de la mujer en Borges, hace bien Negroni en reivindicar este punto, me parece atinado y arbitrario, injusto, se trata de una ideología literaria patriarcal, tal punto resulta inobjetable si Negroni así lo concibe, lo que es mi hipótesis, además de pensar del mismo modo). ¿Qué significa ponderar a Emily Dickinson (EE.UU. 1830-1886) en el Prólogo a un volumen de sus traducciones realizadas por Silvina Ocampo, a Silvina Ocampo o rodearse de mujeres literariamente satelitales en sus proyectos literarios sino defender por completo una posición patriarcal? Tampoco de las minorías sexuales. Reconocer en Wilde que quiso “conocer el otro lado del jardín” (citándolo en un Prólogo cuando se dirige a un permisivo Gide), incluir a André Gide (Francia, 1869-1951) en una colección Biblioteca Personal al final de su vida, con Los monederos falsos (1925), gozar de la compañía de algunos escritores homosexuales, por lo general varones o que así lo parece ¿es sinónimo acaso de una tolerancia o defensa de derechos de igualdad tanto de las mujeres (en el primer caso) como de las minorías (en el segundo)? Lo dudo mucho. Ponderar a José Bianco alegando que lo honra su amistad ¿es sinónimo de reivindicación o de mera afinidad puntual de caracteres, en todo caso de tolerancia? En su poética no se reconocen antecedentes de una reivindicación de derechos de las mujeres ni de las minorías. Se habla de la figura del compadrito, el machismo por excelencia encarnado en figura algo estilizada por parte de la literatura en un universo social en el que ya no existe.

     Los poemarios de Borges le cantan a su antepasados (letrados, guerreros, se lamenta de no haber proseguido ese destino de “hombre acción” que se hubiera esperado de tales ancestros belicosos, pero sí se es digno de una abuela  -y una madre-culta). Borges entonces está jugando, ensayando en su poética con varios frentes. Las amistades y afinidades literarias, las mujeres con las que fue desdichado, las que considera escritoras y pondera pero no necesariamente ese elogio ha de ser entendido como genuino, puede ser no digo que lleno de sarcasmo, pero al menos de dudosa veracidad. Le canta a Buenos Aires al comienzo, en su llegada encandilada a su país. Un localismo del que no digo renegara pero sí le resultara deslucido junto a otras de sus creaciones. Le canta a toda una serie de asuntos metafísicos, o con inflexiones con las que así logra que se vean, cuando las predica del mar o de una rosa. En fin, el panorama es heterogéneo, reducir la poesía de Borges a un párrafo  no me resulta serio, pero sí agregaría que le canta a capítulo de la Historia argentina, sobre todo, a autores, a libros, a animales que aparecen en libros o en ciertos poemas alude a arquetipos que, siguiendo, la corriente de pensamiento del nominalismo, suena completamente coherente.

     Los universitarios no son competencia para Borges. Tampoco los escritores universitarios, académicos. Están demasiado institucionalizados. A menos que con mucha mesura hayan regulado ambas prácticas o de modo completamente excepcional hayan conquista de algún modo un corrimiento hacia el orden de lo creativo excepcional. Están demasiado aferrados a rituales, a protocolos circulares que se ahogan como una espiral dentro de sí mismos. Borges pasa, aplasta a la academia. No deja nada en pie. Es arrasador. La UBA debió ajustarse a sus propios términos (fue blanda con él, no le exigió el rigor que sí le exige en cambio a un Profesor Titular o uno Adjunto, a las cátedras según su funcionamiento institucional, tampoco los mismos saberes, la UBA cayó, rendida, a sus pies, como el resto de los círculos liberales y patricios cultos Buenos Aires y varios lugares del interior de Argentina adonde iba a dictar conferencias). Borges ya era a esa altura la figura mítica que enseñaba todo el tiempo cada vez que abría la boca. A todos les hablaba de literatura, como afirma Piglia, como si a todo el mundo le interesara o todo el mundo supiera de ella. Esta será, lo veremos, una de sus claves. Porque el modo en que él se dirija a los lectores especularmente le devolverá una transposición de ese mismo gesto de no subestimación y sobreestimación. El lector se sentirá una figura tan respetada como para que Borges le hable, por ejemplo, de Joyce (Irlanda, 1882-Suiza, 1941), pero lo hará bajo ciertas condiciones, no las costumbres académicas.

     Piglia, a mi juicio, si bien no desmiento sus aportes, sobreestima a Roberto Arlt, planteando una dicotomía que a él le sirve para conformar una cartografía de las poéticas argentinas más dominantes. Pero también puestos en esos términos, tan antagónicos, esa dicotomía resulta ser más simplista. Es cierto que menciona a unos cuantos otros nombres. Pero su gran apuesta son Arlt (Argentina, 1900-1942), en primer lugar. Macedonio, también, en gran medida, particularmente en su novela La ciudad ausente (1992), no sin razón por supuesto, pero sobre un autor que Borges ya había llamado la atención. Es más, el  mismo Macedonio, en una boutade que no lo era tanto, decía que era un invento de Borges.

     Interesante resulta (y sugestivo) pensar el paisaje que se le abre a Negroni en la academia. En NY se adapta. Escribe su tesis sobre Alejandra Pizarnik, un punto importante este (si bien sigue escribiendo poesía), aprende seguramente crítica y teoría literaria, entre otros saberes propios de toda academia. Luego, ya en docencia, en NY dudo que fueran demasiado permisivos con ella los norteamericanos por más que fuera una personalidad. Se le exigiría un mínimo de respeto a las pautas académicas y se respetaría su investidura de artista pero ella seguía siendo una Profesora, una scholar. Lo que indudablemente ha de haber podido hacer es enseñar otro canon. Un canon anti patriarcal y hasta donde la fuera admitido (ignoro cuánto). Su asignatura, por otra parte, como suele suceder con los argentinos que emigran o se expatrian a EE.UU. tienen por destino enseñar sistemáticamente literatura latinoamericana, un paisaje tan vasto que va de la Patagona a México y no todos los países resultan igual de interesantes ni tampoco las mismas regiones. Tampoco todas las épocas. Sí es cierto que es posible hacer un recorte, a su medida, lo que le permita pensar en su propio laboratorio. O seguir investigando y escribiendo por su cuenta, porque Negroni ganó muchas y muy importantes becas. Circuló de modo itinerante (aún lo hace), por varias Universidades norteamericanas que son todas distintas en el canon que enseñan pero que sí la han aceptado como una experta en poética. Tal consenso resulta ser unánime y me parece que discutir a esta altura de las circunstancias que para María Negroni la poesía ofrece secretos demasiado escondidos sería incurrir o bien en ingenuidad o bien en ignorancia. Maneja y ha traducido a autoras (muchas) de otros idiomas y también ha escrito sobre muchas (no solo en sus libros). Sabe que además de la figura de a las poetas norteamericanas, a Pizarnik y a Thénon (sobre todo)  habrá un señalamiento al que yo mismo asistí en uno de los seminarios que seguí con ella: Copi (Argentina, 1939-Francia, 1987). También leí una  conferencia que ella escribió sobre Copi. De modo que incorpora en una tradición reivindicativa o, al menos, se ocupa, para no ir tan lejos, a un autor gay (a diferencia de muchos otros que no toma en cuenta) para trabajarlo. Y recordemos que sobre todo Copi fue dramaturgo, narrador e historietista. También actor y director de teatro. Una imagen de autor de una infinita riqueza que no solo desde el género ofrece aristas en las cuales focalizarse. El trabajo de Copi se juega en torno de varios frentes. Y bueno sería que alguien investigara este diálogo entre Negroni/Copi para deslindar sus aportes a una poética que poco parece mantener en común con ella más que la corrosión de los signos, un asalto al patriarcado pero desde la perspectiva de las  minorías sexuales, no desde el feminismo. Sí hay, indudablemente en Copi una radicalidad que en Negroni puede también detectarse en un sentido muy distinto, que no es precisamente la libresca. O no lo es en sentido estricto. No es erudita. Subvierte, eso sí, de un modo descomunal, usando el lenguaje, como él dice, de “las locas”. Es una poética de la transgresión, de la contravención. Negroni es una productora cultural demasiado compuesta para los escándalos de Copi. Existe en este punto una discrepancia capital. Pero es un autor del que sí me interesaba tomar nota. Por otro lado, su participación de la vida parisina lo vuelve otra contrafigura de Borges. Su antagonista más potente en su francofilia frente a la anglofilia de Borges. Negroni sí valora las novedades de París..

     Por otra parte, en lo relativo a academia y creación, Negroni resuelve ese obstáculo que se le podría presentar con una celada: propone a la Universidad Nacional de Tres de Febrero en Argentina, dirigir una Maestría en Escritura Creativa. Con lo que sale ganando ella, la Universidad en perfecto estado de prestigio tras ese  nombre, un cupo de alumnado seguramente que no encontraba esa clase de formación e producción literaria de la UBA. Pues aquí habrá teoría literaria, habría crítica y ha escritura de invención en los distintos géneros con escritores que dictarán su propia especialidad, según a qué se dediquen en sus respectivos corpus y en sus proyectos creadores, inquietudes, bibliotecas dispares en cada caso y formaciones que no serán las mismas. Los habrá más académicos, otros inclinados a los distintos géneros literarios, otros a las ciencias del leguaje o al estudio del discurso. Otros vendrán del psicoanálisis. Negroni habrá hecho una jugada de un póker de ases.

      Pero Negroni ¿Puede con sus antologías sobre poetas norteamericanas o sus traducciones, sus reflexiones, sus trabajos en docencia universitarias y seminarios, neutralizar el canon de Borges, con Walt Whitman (EE.UU., 1819-1892), al que parcialmente tradujo, a la cabeza. Con todo ese inventario de varones sin embargo, como no podía ser de otro modo, selectivo ¿puede Negroni combatir? Las aliadas de Negroni no están en su país salvo, a mi juicio, Tununa Mercado y más lateralmente Liliana Heer, en una línea muy distinta, de experimentación creativa que cruza el psicoanálisis, la teoría del cine, la teoría en un sentido amplio, un faro como Joyce y figuras que se pueden adscribir a otra clase de tradiciones incluso muy distintas de las de Negroni. No se percibe el feminismo de Negroni en Heer, por más que sí en los hechos lo ejerza. Heer también tiene sus libros en coautoría con Guillermo Saavedra, una superficie textual ideal para indagar desde una perspectiva exploratoria, que en toda su producción se revela como intensa.

     Ahora bien: ¿qué le sucede Negroni con la teoría? Suele ser, salvo Julia Kristeva, una intelectual faro, la feminista Judith Butler, otro faro, Spivak, un territorio gobernado por el patriarcado. Eso es sabido. Y no me refiero exactamente a los estudios feministas, donde sí reinan ellas, sino a la teoría literaria y a la teoría sobre la crítica o la metacrítica. De modo que ha caído en la trampa ella misma. En un territorio patriarcal y androcéntrico por excelencia (no hace falta más que pensar en Jacques Derrida (Argelia, 1930-Francia, 2004), Félix Guattari (Francia, 1930-1992), Gilles Deleuze (Francia, 1925-1995)o George Steiner (Francia, 1929-Reino Unido, 2020) como ensayista -Foucault (Francia, 1926-1984) y Roland Barthes (Francia, 1915-1980), con matices, en menor medida, porque también las minorías y los malditos los ocuparon, además de a Foucault toda forma de que se opusiera a los discursos y las prácticas represivas e institucionalizadas, conceptos tan vinculados; de todos modos Foucault también tiene un intenso recorrido por los estudios sobre el discurso), son coto de varones. Deberá  ofrecer resistencia a ese territorio que aspira a pasar por sobre su corpus y su lucidez (de las que no carece). Con las feministas creo que pocas dudas pueden caber, salvo que la encuentro  más cerca de Simone de Beauvoir (Francia, 1908-1986) (aunque suene anticuada y anacrónica en pleno siglo XXI) que de Cixous, aunque tome algunos de sus matices interesantes. Pero sí diría que ha tentado suerte con personajes inquietantes. Ya mencioné a Dickinson. Ahora menciono a Erik Satie (Francia, 1866-1925), un músico, un misántropo que también escribió en menor medida. Pero lo cierto es el magma de las vanguardias históricas por dentro del cual se movió, al igual que otros autores o autoras. Artistas plásticos o bien figuras que no fueron menores precisamente en poética pero que dudo mucho a Negroni le interesen en la actualidad de este presente histórico o le resulten atractivos como los dadaístas o los surrealistas más que como experiencia estética de un pasado ya superado hace rato. Como formación que se ha incorporado. Incluso de adolescencia.

     Y luego está Joseph Cornell (EE.UU.,1903-1972). ¿Un freak? Un hombre que armaba cajas artísticas con piezas que reunía de sus incursiones noctámbulas por las calles neoyorkinas. Pegaba fragmentos de films  por lo general familiares y hacía películas que, naturalmente, adoptaban la forma de una ficción con un montaje tan ridículo como neovanguardista. Y estas cajas, que comienzan por fascinar a Negroni, luego se da cuenta de que le permitirán armar su propia caja poética. Una que no se ajuste a géneros. Como libro Pequeño mundo ilustrado (2011). Un libro inclasificable. Infalible. Letal. De viñetas, anécdotas, narraciones de artistas, imágenes de autores, narraciones del sujeto, descripciones, retratos, dibujos que funcionan como paratextos en el seno de una poética que ya lo ha disuelto todo. Al igual que, en un sentido radicalmente opuesto y distinto, lo había disuelto Tununa Mercado. Más inclinada a fragmentos, jirones de juegos entre memoria y poética, política y experiencia biográfica, transponiendo un diario de viaje a otro diario literario esta vez que ella convierte en novela complejísima y para escribir la cual obtiene la Beca Guggenheim. No otra cosa es Yo nunca te prometí la eternidad (2005). Yo no la definiría como a una novela a una experiencia que cruza los trazos de un diario de viajes de guerra, la Historia de la Segunda Guerra Mundial, los destinos de una familia, en particular un madre y su hijo y una misteriosa inicial que vagamente se asocia con Walter Benjamin (Alemania,1892-España, 1940) Este ajedrez sí que resulta ser inquietante.

     Habrá en Tununa Mercado ensayos o suerte de indagaciones en él, diría yo. Preguntas en torno de en qué consiste un ensayo. Esa me parece una inquisición más ajustada a ese corpus intrigante. Una poética que autorreflexivamente no admite argumentar hipótesis como  harían un escritor de los convencionales o un académico) y luego buscar respuestas más o menos conclusivas. Tununa Mercado con cada uno de esos textos está preguntando y se está preguntando “¿Esto es un ensayo?”. Algo parecido (pero distinto a la vez, porque si bien ambas son una pregunta por las representación, la de Mercado es una reflexión sobre la forma de un así llamado género) de “Esto es una pipa” del pintor belga René Magritte.

     Desconcertante resulta el trabajo de rescate de una parte de la poesía de H.A. Murena. ¿Qué busca Negroni en este gesto que parece desmentir cada uno de todos los pasos que había dado antes? ¿es un mero capricho de poeta enamoradiza? ¿o acaso el de una intervención de una poeta que con su edición se apodera de una voz masculina, la domina, la lee (en el título que elige, en su selección, en el Prólogo que escribe) para luego dejarlo a un costado a uno de los más conspicuos (por aquel entonces) miembros del Grupo Sur y ahora uno de los más olvidados? ¿otra jugarreta contra Borges? ¿otra búsqueda para encontrarle un opositor, un enemigo (virtual más, hipotético más que real), por lo tanto un aliado para ella? ¿otra discrepancia que lo resucita a este poeta según sus propios términos? Porque en este punto resulta evidente que Negroni ni sostiene la vigencia de un Murena como podría sostener la de un Borges. Es una figura completamente insustancial jerárquicamente hablando al lado de Borges. Segundona, digamos. Tal vez Negroni esté todo el tiempo tras aliados para sus  operaciones poéticas y críticas contra Borges. Procurando encontrar una vara que le permita de una vez por todas dar a la talla.

     Tal vez no elija a José Bianco porque no es partidaria de una reivindicación de minorías sexuales  (como tampoco  lo ha sido de Perlongher-Argentina, 1949-Brasil, 1992). Ella se concentra en figuras o extravagantes, o disparatadas, o grandes solterones o bien grandes malditos o rarezas, feministas, claros está. Mujeres que se han abierto a empellones un lugar en la poética para poder ocupar un lugar que les impide no digamos formar parte de un canon, pero al menos no ser olvidadas. No hace falta más que evocar el nombre de Louis Labé (fecha de nacimiento no precisada, Lyon, Francia-Francia, 1566)

     ¿Es la ambición de Negroni superar a Borges, pasar por encima de él? Conjeturo que sí. Es una personalidad literariamente demasiado dominante como para no pretenderlo. Sería inevitable que ello no ocurriera. Diría que es imprescindible lograrlo. Pero seguramente no es la única a semejante aspiración. Ahora bien: semejante temeridad ¿será premiada con un resultado exitoso? Hasta el momento en el país no le conozco rivales. Tununa Mercado se mantiene con un pudor modesto por fuera de carreras apuradas. Si bien es tanto o más eficaz que Negroni en su originalidad y su singularidad (ambas son amigas, por añadidura).

     No obstante, a una escritora en la que sí encuentro una poética verdaderamente superadora respecto de Borges es la académica y escritora argentina que cursó su doctorado en París y se radicó luego en EE.UU. Sylvia Molloy. Allí impartió sus clases, fue una figura académicamente impecable e incursionó por territorios novedosos pero, creo que lo verdaderamente singular (e insular) es su voz para escribir ficción que tanto contamina la voz crítica (y a la inversa, o ambas a la vez, no lo sabemos, nunca queda del todo claro).  Ella ha confesado en uno de sus últimos libros que “Borges le enseñó a leer”. Molloy es una de las escritoras que más se han consagrado a los estudios sobre la poética de Borges, con un libro temprano y definitivo (luego reeditado), Las letras de Borges (1979),  Sylvia Molloy, ya tempranamente se reveló como una académica con una voz literaria (y académica) personalísima. Inimitable. Inigualable en erudición acerca, en particular de literatura argentina y de América Latina (tema sobre el que tempranamente impartió clases en NY University. Con una enorme capacidad interpretante de poética en general, pero en particular tuvo en la mira la de Borges. Sylvia Molloy aborda temas como la homosexualidad, concretamente el lesbianismo en su primera novela, En breve cárcel (1981), una verdadera precursora en Argentina en lo que a ese tema se refiere. Me refiero al dominio de la poética bajo la inflexión de la variable de género asociada a lo homorerótico. En este punto diverge de Borges, que sería incapaz de escribir un libro sobre homoerotismo, por más que existan pistas al respecto, muy subrepticias. Ha escrito muchos estudios sobre literatura latinoamericana, como uno sobre la literatura  autobiográfica en América Latina. Y otros sobre literatura y homosexualidad, sobre la mujer, en coedición. Una antología de escritos sobre Victoria Ocampo, otra figura que evidentemente a ella sí le resulta interesante (no a mí), si bien su antología de textos de Ocampo en ese libro sí es magnífica. Elige lo mejor.

     Sylvia Iparraguirre formó parte junto a Liliana Heker de revistas culturales, en algunos casos durante la dictadura militar, ofreciendo resistencia cultural evidente, junto con el liderazgo de Abelardo Castillo. Este último se ha revelado como un cuentista eximio, por lo general “de trama”, en los que la diégesis funciona como mecanismos dominante para regir el cuento, pero resulta irreprochable. Sus novelas a mi juicio no gozan de la misa perfección que su cuentística, si bien nadie podría descalificarlas. Y Sylvia Iparraguirre, con una poética más que atendible ha explorado el territorio de la Patagonia, su toponimia, los viajeros, ha realizado un trabajo muy serio de investigación. Y también ha cultivado el cuento y la novela con felicidad y hallazgo, con propuestas originalísimas al mismo tiempo que ha hecho investigación en la academia en el CONICET en torno de un trabajo de lectoescritura que involucra a los sectores más vulnerables en directa relación con el acceso  al capital simbólico. Su novela La orfandad (2010) presenta una propuesta que se sale de estos principios, sin descuidar a personajes que han sido estigmatizados pero encuentran salidas a su marginación. Y, finalmente, su novela sobre el pintor Munch ofrece aristas a las que conviene no descuidar. Por último, uno de sus libros de cuentos más recientes plantean un giro en la poética que venía liderando hacia otras vertientes, indagando en el campo, los malones, la conquista de América, entre otros temas, pero con inflexiones singulares y, creo yo, más transgresoras.

     Hebe Uhart, con un perfil tan ajeno a Borges como podría serlo el de Puig, trabaja un humor de una sutileza vinculada a un uso del lenguaje que no reconoce antecedentes. Hilarante y trágica a la vez. Humorística, con el universo escolar o de la docencia siempre presente, es un referente de los pueblos del Gran Buenos Aires y de la inmigración que allí se alojó. Plasmando una sociolecto que le es inherente de modo que ofrece una combinación de lenguaje oral con humor que la singulariza. Finalmente, agregaría que su trabajo en torno de la crónica de viajes resulta sobresaliente, renovándola. Y siendo puesta en acción en el seno de una geografía como la de América Latina, particularmente la de  Uruguay y Argentina. Con un gran interés por la comunicación con los animales, este es otro de los grandes polos que explota en sus ficciones magistrales. Sin llegar a la extravagancia, sí resulta jocosa por momentos en algunos cuadros que describe o narra. Mudanzas (1999) me parece un libro fundamental de la literatura argentina, una nouvelle riquísima. Por momentos desopilante, en otros dramática.

     Y Luisa Valenzuela, con un riquísimo recorrido por el mundo, con viajes una larga  estancia en EE.UU. dictando talleres de escritura creativa, desafía al patriarcado con total desenfreno y desparpajo. Se manifiesta como “el placer rebelde” en palabras del editor, periodista y poeta Guillermo Saavedra, quien realizó una antología magnífica sobre su corpus con ese título o subtítulo. Bajo esos términos definió una posición del sujeto mujer de naturaleza activa (y atractiva) que toma iniciativas y no espera, impasibles, que el macho se le acerque. Toma la iniciativa. Toma la delantera. Y no solo desafía sino que fagocita.

     Si me he referido sobre todo a escritoras en este artículo es por el motivo por el que mencioné más arriba. Borges fue refractario a poéticas femeninas. Y ellas tuvieron y tienen una voz para cuestionar en disidencia con esa figura aparentemente invencible que pareciera ser Borges. Es precisamente de las mujeres, en pleno siglo XXI de las que llega la solución final. La contestación principal a Borges llega (y a mi juicio es justo que así sea) por el lado de las mujeres. O de algunos varones heterodoxos. Como Leopoldo Brizuela, vibrando en una misma cuerda con ellas. Brizuela ha sido un aliado principal, de un trabajo persistente, incondicional contra el patriarcado de Borges. En primer lugar le disputa la potestad sobre el dominio (y el manejo diestro y hasta diría maestro, de la literatura inglesa (y la lengua inglesa) y su escritor paradigmático, su monarca, el mismísimo Shakespeare, haciendo de él un personaje de novela con el que juega según sus propios términos para ubicarlo en una nueva tradición que no es la patriarcal de Borges (recordemos el célebre cuento de Borges sobre Shakespeare, evidenciando su dimensión paradigmática y a la vez midiéndose con él). Eso por un lado. Por el otro, discute seriamente con Borges la importancia de la producción de las poéticas de autoras argentinas pero también extranjeras entre las poéticas legítimas, atendibles porque requieren atención editorial y crítica y generan tensión con el patriarcado. Es un callejón sin salida para Borges. Las conoce (seguramente las ha leído a algunas o a varias, pero dudo que las haya estudiado, las ha depreciado y, por lo visto, despreciado en un gesto de despectivo de borramiento, de invisibilización abierto de cierta tradición argentina). Rescata, eso sí, a Silvina Ocampo, con quien mantenía tantos compromisos de amistad como por razones de afinidad familiar que no la vuelven tampoco de una credibilidad demasiado convincente. Es una excepción. Se verá, como el tiempo sí lo ha confirmado, que se trata de una gran escritora, una poética que fue secreta, como la de Juan Rodolfo Wilcock, la poética del mismo José Bianco, siempre escondido por detrás del escritorio de la redacción de la Revista Sur, pero que tenían mucho para decir estéticamente hablando y en lo relativo a la producción literaria, además de que merece un estudio como traductor como pocos argentinos.

     También Silvina Ocampo tradujo del latín y del francés, de modo que todo ello la  vuelve una poeta interesante en lo relativo a los homenajes intertextuales explícitos o implícitos. Por el otro, su trabajo en colaboración con Bioy y con J. R. Wilcock en la originalísima novela policial y el drama la vuelven una personalidad temida que sin embargo no se vuelve pública. Pero un Wilcock, prometedor rival contra un Borges hegemónico, lo fue por varios motivos. Porque fue un traductor eximio de varias lenguas, fue un escritor de un profundo nivel corrosivo de los signos, de las emociones, de las relaciones sociales, de las instituciones. Sin embargo elige otro destino. Parte rumbo a Italia, donde cambiará de lengua para escribir y en donde será un productor cultural bastante silencioso para los argentinos más convencionales. Que pueden haber oído hablar de él pero no leído en demasía salvo los más exquisitos.

     Naturalmente hay dos vacancias aquí que por motivos personales y de jerarquía literaria no voy a hacer a un lado: Juan Gelman y Héctor Tizón. Se trata de figuras muy dispares pero para quienes en la política reconozco una misma pasión sin pedagogías. El uno desde una poética en la poesía y el ensayo de una naturaleza magistral, que dio vuelta literalmente la lengua española, me parece francamente inolvidable. Introdujo relaciones extremadamente renovadoras a nivel tanto lingüístico como propiamente poemático y estrófico, de niveles del español en el seno de un mismo libro, escribió en otro idioma y se auto tradujo y su poética es radical. Puso patas arriba a la poesía argentina. Lidió con tradiciones extremadamente potentes para que un argentino, que llegaba desde una Argentina del exilio, en donde se mantuvo hasta el final de sus días, en México, dio la muestra más cabal de que envejecer puede ser una forma sabia de seguir escribiendo con talento y dignidad (a diferencia de Bioy, que no lo hizo en ninguno de los sentidos de la palabra dignidad). En tanto Héctor Tizón, que pasó completamente desapercibido para el campo literario argentino, para buena parte de los lectorados, para la academia, tanto durante como después, jamás se lo jerarquizó como de veras lo merecía, debe recibir el tributo por haber sido un hombre justo, que apostó con principios claros a una poética coherente que jamás traicionó, que fue inteligente, que defendió una toponimia de la que era oriundo y en la que se instaló pero jamás incurrió en el localismo, el folklorismo ingenuo o el color local. Muy por el contrario, demostró que con todo ello podía hacerse algo distinto. Una poética que estuviera a la altura de la mejor poética del mundo. Ganó gran cantidad de Premios nacionales e incluso prestigiosos internacionales. Sin poder ser derrocado en sus valores estéticos y sí ser capaz de rivalizar desde el cuento, la novela y el ensayo  (el universo de la ideología o las ideas, digamos) con puntos de vista y construcciones poéticas de una notable capacidad creativa que lo desmarcaban del ideal de poética más habitual. La naturaleza agreste, el paisaje del noroeste, la vida en los pueblos más pobres, la vida de los indigentes o los marginales. Pero también su dignidad, sus festividades, el amor, el deseo y cierta noción de aventura se presenta en su poética, entre otros tema. La inmigración no le fue tema ajeno como no lo fue la literatura histórica. Él fue un experimental en un sentido de la palabra claramente distinto del que lo son sus colegas. Su toponimia, el modo en que concibe al semejante en el seno de su poética, su preocupación social atenta también a la política en su vertiente de mayor acercamiento a un ideal de justicia social, el pasaje hacia la ficción histórica, la presencia del exilio (como en Gelman) son dos pasiones insoslayables en Argentina si uno aspira a trazar el mapa de un país en lo relativo a su cultura literaria que sea integra y, en estos dos casos, agregaría yo que con Tununa Mercado sobre todo íntegro desde un punto de vista político/social, de una ética a partir de ese binomio que no hacen concesiones ni al capitalismo ni, en el caso de Mercado, al machismo.

     Por dentro de todo este paisaje de poéticas de “letra mayor”, nos encontramos con una narradora magnífica, autora de punta, en un “tono menor”, muy en la línea de Silvina Ocampo, si bien sus premios la ubicaron en lugar de visibilidad pública inmediata. Me refiero a Alicia Steimberg. Con su novela erótica, Amatista (1989), fue distinguida en España por el Concurso de la colección La Sonrisa Vertical de Tusquets editora. Otros de sus libros magníficos son Músicos y relojeros (1971), que narra el crecimiento de una niña de familia judía sometida a distantes clases de experiencias, no todas precisamente gratas. Y Cuando digo Magdalena (1994), Premio Planeta de novela. Otra de sus novelas, desafiantes, como toda Steimberg, es La loca 101 (1973), donde lo onírico y lo surreal juegan papeles importantes. Tiene varios otros libros, la he estudiado muchos en una beca bianual que obtuve y realmente me resultó sumamente estimulante investigar sobre su poética. La entrevisté y esa entrevista figura en mi libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas (2017). Actualmente fallecida, ha dejado un corpus espléndido. También compiló con Ana María Shua una Antología del amor apasionado (1999), que incluye desde libretos de ópera, poemas, cartas de amor homosexuales, cuentos, entre otros géneros.  

     Manuel Puig, lo ha indicado Ricardo Piglia y todo el etcétera que le prosiguió, trabaja la vanguardia en diálogo con la literatura de masas o la popular. Pero la dimensión del género en la variante de la perspectiva gay está más presente en alguna que en otra de sus novelas, más o menos explícita. Su adoración por las grandes divas de Hollywood pude ser leída tanto como la veneración de la chica tonta pero bella que domina al macho con su belleza, le hace hacer lo que ella desea, o bien por el contrario, no le hace hacer más que tonterías porque es escasa de luces pero corporalmente atractiva.

     Luis Gusmán y Juan Martini ofrecen poéticas que llaman a la reflexión sobre la narración, la representación literaria, la economía de la representación (especialmente Martini), desde perspectivas muy dispares. Pero en ambos la política está presente de un modo u otro. En ocasiones el policial trabajado de un modo novedoso (Martini) y también me parece que han sido dos poéticas que, sin revelarse visibles, son alternativas claras a muchas lecturas que sí ofrecen nitidez. Ellos, de un modo discreto, conquistaron espacios que son indudablemente propios, traen aportes al campo literario argentino. Luis Gusmán también abordó el tema de la última dictadura militar argentina.

     En el orden de las poéticas asociadas a las emociones más elementales en el mejor sentido de palabra, que trabajan sin ser en lo absoluto primitivas o anticuadas sino autores y autoras que dejan un rastro que a mi juicio es imborrable, dejan una clase de huella que no es ni una simplista ni la de una ficción fácil (o al menos en mí ello sí ocurre, como con Tizón) y algunos siguen en actividad, no dejaría de nombrar a Ángela Pradelli, muy comprometida con causas sociales además de un trabajo en poética notable, en lectoescritura creativa, en DDHH. Y luego el fallecido Antonio Dal Masetto que, por motivos personales no puedo ignorar sino, muy por el contrario, enaltecer. Me refiero a su trabajo en el que, proviniendo de una lengua extranjera se apodera de ella para conquistar un lugar en el campo literario argentino con talento, no solo ligado a la experiencia de la inmigración sino de la dictadura y la identidad familiar. El otro es Antonio Saccomanno, cuya poética conozco menos y no me atrevería a opinar.

     Negroni prosiguió multitud de contenidos y formas que Borges trabajó de modo fundacional (con el previo auspicio de Lugones y la complicidad de Silvina Ocampo y Bioy). No hace falta más que pensar en Islandia, un poemario erudito que no quedan dudas resulta ser una contestación crítica (al tiempo que un tributo a ese maestro argentino al que se aspira a darle una lección de feminismo ilustrado). Otro tanto El sueño de Ursula, su novela épica feminista, en un tono mayor, para el caso, esta vez en una tonalidad no tan erudita en el sistema paratextual.

     El tiempo dirá (Negroni tiene todavía tiempo para escribir, hacer crítica, teoría, a editar, permanecer un tiempo -y en esto hay que tener cuidado- permaneció un tiempo demasiado precioso en la academia, lo que tiende a normalizar a las poéticas, no a exacerbarlas en su libertad creativa, como el caso de Borges, que jamás sintió sujeción alguna de la academia. Hizo lo que quiso en la UBA.

     La andadura del tiempo dirá si Negroni es capaz de escribir un corpus, de seguir, dadas las circunstancias, ocupando la centralidad que todos afirman ocupa. A mi juicio Liliana Bodoc ofrece aristas claramente alterantivas a Negroni que no desestimo, aunque su corpus esté cerrado. Deja un legado de un nivel de complejidad y politización que en Negroni debe ser buscado de modos diferentes. Las centralidades no solo se miden por traducciones, ediciones, libros publicados, seminarios dictados, entrevistas, lecturas públicas, visitas a festivales o bien otra clase de prácticas culturales vinculadas a la vida literaria. Lo que verdaderamente cuentan son los corpus. Los libros. Su capacidad influyente, si son poderosos, corrosivos, estéticamente bellos, revolucionarios o producen extrañamiento, incertidumbre en el receptor, como Tununa Mercado en su experiencia de lectura.

     Si las tertulias literarias de Borges, con el Grupo Sur, antes aún con la revista literaria Martín Fierro (prácticamente sus mismos protagonistas)  y los actuales festivales de poesía (que en modo alguno resultan ser frívolos, o se pretende que no lo sean), se dirimen muchas cosas. Entre ellas, la batalla por el poder decir públicamente. Y la palabra por escribir o ya escrita (que son las que verdaderamente cuenta, el resto se desvanece, es efímero salvo los corpus) que se elige para ser leída públicamente. Se tratan ambas de instancias de alianza, de legitimación (pero también de toma de distancia) entre poéticas más o menos dominantes según los casos. En este punto Negroni, al igual que en las conferencias y otros eventos, lleva la voz cantante. ¿La llevó Borges durante su tiempo histórico? Dictó toda una serie de conferencias de una excepcional calidad, de ello no caben dudas. Antes de la andanada de libros de diálogos, entrevistas, reportajes y esa dudosa autobiografía que escribió o dictó, su voz fue relativamente tímida en el campo literario argentino. Si bien todos sabían que había primero un joven, luego un hombre brillante en Buenos Aires, Argentina. Las giras por el mundo, sus conferencias y cursos, no hicieron sino ratificar ese poder de naturaleza potente. En sus idiomas originarios dictó conferencias sobre los más eruditos temas, con similar profundidad, competencia y conocimientos. También circulaban por el Grupo Sur o las revistas citadas el matrimonio Norah Lange, autora del canónico libro Cuadernos de infancia (muy en consonancia con una suerte de autobiografía novelada, problemática desde el punto de vista de una definición taxativa desde los géneros literarios, como La madriguera de Tununa Mercado), que tan bien analizó Sylvia Molloy en su estudio sobre la literatura autobiográfica en Latinoamérica y el célebre Oliverio Girondo, con sus poemas tan extravagantes y sus intervenciones en la esfera pública con capítulos francamente pintorescos pero jamás escandalosos. Más bien llamativos. 

     Entre las poéticas consolidadas, innovadoras en particular en el microrrelato, el nombre de Ana María Shua es inexcusable. También sus libros inclasificables, sus novelas para adultos, sus libros para niños y jóvenes, sus antologías, sus libros sobre retelling de la literatura popular. Tiene un sólido espacio ganado en el campo literario argentino. Por otra parte, con muchos premios y una Beca Guggenheim para la escritura de un libro personalísimo, El libro de los recuerdos (1994), antes había escrito la novela Soy paciente (1980, Premio Losada) y más tarde La muerte como efecto secundario (1997), El peso de la tentación (2007) e Hija (2016), son sus novelas. El libro de los recuerdos, en el que estoy particularmente interesado porque también fue el resultado del cruce de versiones múltiples de parientes que ella iba a entrevistar con su grabador. Y aúna por partes iguales referencialidad y ficción en una interlocución con el lector que le narra sucesos y nombres de existencia constatable con otros imaginarios o tomados de otros contextos. El humor sutil es una de las constantes en Shua. Se pondrá de manifiesto también en sus libros de microrrelatos, La sueñera (1984), Casa de geishas,(1992), Botánica del caos (2000), Fenómenos de circo (2011), Temporada de fantasmas (2004), Cazadores de letras (2009, minificción reunida) y La guerra (2019). Por lo general mantienen una unidad temática y, naturalmente, la forma brevísima, la condensación y la síntesis. En tal sentido proceden en lugar de modo arborescente, como suelen hacerlo las novelas, más bien de modo convergente, como “efecto embudo”, concentran en un epicentro la clave de una sustancia semántica. Un libro de Ana María Shua que en lo personal a mí me interesa mucho es Vidas perpendiculares. Veinte biografías de personajes célebres (2001). En él narra la biografía de personajes de la Historia transgresores o de avanzada que por algún motivo estuvieron a la vanguardia del pensamiento o de alguna clase de práctica social.

     Griselda Gambaro (Argentina, 1928), como para cerrar en torno de las “grandes plumas”, argentinas, al igual que Gelman y Tizón, politiza tanto como renueva. También un exilio parcial en Barcelona con motivo de la censura de una de sus novelas la conecta con las tramas del dolor propio y social. Y no cesará desde el territorio del ensayo, desde el territorio de la dramaturgia (en este género pongo el acento) y desde el territorio de la narrativa un proyecto creador de portento que, si tenemos en cuenta que nació en 1928, se trata de alguien que tiene una experiencia de escritura, una capacidad de trabajo, una trayectoria, un bagaje de lecturas y un corpus de infrecuente calidad, hasta el presente, siendo selectiva con lo que publica. Es una de las de más extraordinaria calidad. Y que la respaldan como a pocas figuras del campo literario argentino. Es una líder para muchas, sobre todo, en el seno de las poéticas de autoras argentinas me atrevería a decir que, con otras prioridades políticas, igual de intensas en lo relativo a talento literario. Dotada de una inmensa capacidad de innovación, de naturaleza que francamente ha dado vuelta la dramaturgia nacional. En lo relativo a dramaturgia otro tanto podría decirse del precoz Rafael Spregelburd. Pero pese a todo su abultado CV, su trayectoria impecable y sus muchos reconocimientos, traducciones por él realizadas de grandes creadores, de su trabajo actoral, autoral y como director, como teatrista, resulta también una revelación como lo ha sido en su trayectoria el fallecido Eduardo Pavlosvky (Argentina, 1933-2015) que a mi juicio merecería un reconocimiento y un homenaje tan merecido como el de otros creadores argentinos de tanto sobresaliente. Pavlosvsky, muy interpretado y leído por el estudioso experto en dramaturgia y teatro Jorge Dubatti, quien además realizó libros de diálogos con él, nuevamente como Gambaro y Gelman y Tizón o David Viñas, introducen un diálogo entre poética y política sin descuidar su especificidad, sin pedagogías y sin didactismos, que lo vuelven una personalidad que como psicoanalista, psicodramatista, psiquiatra, actor, director teatral, novelista, dramaturgo, en fin, una personalidad inolvidable y multifacética para una Argentina que suele tener la misma mala memoria que manifestó tener con Héctor Tizón. De un modo completamente injustificada. En tanto otros sin estar dotados de talento por estrategias de autor o bien por vínculos con el campo del poder logran alcanzar las cimas de la consagración. O teniendo talento de todas forman logran mayores.

     Quedan por fuera de estas grandes líneas estéticas figuras muy relevantes, como Angélica Gorodischer, César Aira Susana Szwarc, Reina Roffé, Osvaldo Lamboghini (Argentina, 1940-España, 1985), Fogwill (Argentina, 1941-2010), Inés Fernández Moreno, Martín Kohan, Allan Pauls Esther Cross y nombres silenciosos, como los de Dolores Etchecopar que ofrecen propuestas estéticas indudablemente con un conocimiento de la materia poética, con una trayectoria impecable y una coherencia invariables a lo largo del tiempo que no puede bajo ningún punto de vista ser pasada por alto. Con un perfil bajo, sin embargo, sin grandes gestos teatrales, en el caso de Etchecopar, quien es su lector y frecuenta con asiduidad su poética comprende de inmediato que está frete a algo distinto. Como lo estuvo junto a Mirta Rosenberg (Argentina, 1951-2019), también traductora o la más pública Diana Bellessi. Esta poeta reviste un caso relevante en la poesía porque desde la cultura rural e iletrada, atraviesa por la carrera de Filosofía en la Universidad Nacional de Rosario, es traductora de poetas norteamericanas y del portugués, ensayista, atraviesa por todas las y neovanguardias, se vincula con los grandes poetas de Argentina y conquista un espacio de enunciación a esta altura a mis ojos al menos indiscutible. La recientemente fallecida Tamara Kamenszain (Argentina, 1947-2021) debemos reconocer que fue una voz singular en su poesía, veloz de reflejos a la hora de pensar, con hipótesis de lectura propias que no se parecieron a nada de lo anterior. Investigó corpus que no lo habían sido (ni de ese modo). Se consagró a la docencia, a la gestión cultural y escribió libros que llegaron a la Argentina con el impactante shock que conmociona por la emoción tanto evocativa, como con la mirada puesta en el futuro por su proyección. Antes aún, los nombres de Edgar Bayley (1919-1990) se recortaban como poetas de pluma seguramente vagamente asociados al surrealismo pero que también reconocían poemas de una claridad meridiana, sin los compases difusos plagados de imágenes asociativas del discurso poética como en Argentina sí sucedió con Aldo Pellegrini (Argentina, 1903-1973). Hay muchos otros nombres, importantes. Luisa Futoransky (poeta y narradora en actividad), entre la experiencia de la expatriación por largos y sinuosos itinerarios del mundo hasta recalar en París, ha escrito sobre la inmigración judía en Argentina una novela espléndida, El Formosa (2010), además de poemarios (sobre todo) que trazan el registro de un español anclado en la década del ’60 en Buenos Aires. Arturo Carrera es otro poeta indudablemente importante entre las voces argentinas que han dejado un legado sin fisuras, en diálogo con la gran tradición culta del mundo, mutando de libro a libro. Y Arnaldo Calveyra (Argentina, 1929-Francia, 2015), radicado en París, apostó a un habla rural de sus comienzos tamizada por una lengua culta, lo que dio por resultado una producción de deslumbrante excelencia. También fue narrador, dramaturgo y ensayista. Por momentos en su producción de mezclan los registros y los códigos de los distintos géneros. Mencionaría el caso injustamente confinado a un ghetto sin compañías a Hugo Mujica, poeta, ensayista, autor de libros de metapoética, que trabajó la relación entre el pensamiento sensible y el inteligible, por un lado. La relación de fuentes con un nivel de profundidad muy erudita tanto orientales como occidentales de orden sincrético. En efecto, Mujica articula filosofías y un pensamiento especulativo que orientado siempre a la reflexión y a la poética dialoga con el silencio, el blanco de la página con la letra como dibujo, desde la perspectiva plástica y la esencia conceptual. A todos estos autores y a muchos otros, sería irresponsable de mi parte, si bien los he leído (o he leído buena parte de su corpus, los he entrevistado y publicado dichas entrevistas en EE.UU.), realizar un desarrollo crítico y teórico acerca de ellos sin un conocimiento y un fundamento tan cabales como lo merecen sus poéticas, en particular en los más recientes como Berti en su producción incesante (de quien he leído y trabajado únicamente en torno de sus primeras obras, vagamente su relación con el Oulipo, Taller de Literatura Potencial, en Francia, donde está radicado, en Burdeos, ensayando una poética que viene a traer novedades a la literatura argentina), entre otros grandes autores. La autora argentina Patricia Suárez, radicada en Buenos Aires, insoslayable para cualquiera que ensaye un estudio global de las poéticas nacionales tomadas como noción de conjunto, me parece un paradigma de escritora multifacética, de una colosal capacidad de trabajo, capaz de producir de escribir desde cuentos infantiles, juveniles, dramaturgia bajo todas las variables concebibles, novelas para adultos, cuentos para adultos, algunos ensayos sobre el arte de escribir, poesía, guiones de cine y TV, miniseries, entre otras iniciativas no menos relevantes. Con desparpajo, elegante, discreta, humorística, con seriedad, trágica, irreverente, autobiográfica, biográfica, violenta, agresiva, pacifista, implacable, tras los DDHH, la justicia social, es todo ella una autora que juega con las metamorfosis de la poética. Es capaz de atravesar todos los matices del alma transponiéndolos a textos de todos los géneros. Multipremiada, con una muy buena acogida en el extranjero, suele mencionar que el reconocimiento en el país no es igualmente parejo que el internacional. Patricia Suárez me parece que sí logra desmarcarse de Borges con un atrevimiento indetenible. Además de una capacidad de trabajo que sobrepasa todo límite concebible.

     Lo cierto es que a todos estos casos no lo he estudiado como corpus completo. Sí he estudiado piezas puntuales o bien etapas de su producción. Acaso los he leído. Leer no alcanza para escribir un artículo. Hacen falta años de frecuentación con una poética. Haber escrito sobre ella. Haberla pensado.  Haber realizado elaboraciones y reelaboraciones, tanto teóricas como críticas. Incluso en algunos casos haber hecho docencia o haberla dialogado con buenos maestros o Profesores acerca de esas poéticas. Ser investigador. En modo alguno es mi intención incurrir en superficialidad o en ser un comentarista sin conocimientos conceptuales sino más bien detenerme en lo que sé de cada poética en durante la etapa en que la frecuenté. O he leído sobre ella en mis estudios.  

     ¿Qué decir de Rodolfo Walsh salvo que de esta sudamericano poco podía esperarse menos la creación de un nuevo género literario o discursividad así denominada no ficción, luego presente también en Truman Capote. Del policial tradicional se desplaza hacia una politización de ese género y culmina con una tipo de obra en la cual la poética se ve atravesada por la política. Sus antologías sobre género policial o el cuento extraño también son renovadoras en otros sentidos. Y se reveló como un hombre valiente en su lucha contra la última dictadura militar, por la que fue  asesinado. También escribió dos obras de teatro, de 1965 ambas, que cruzan la renovación de los años ‘60 con la política y el antimilitarismo o la denuncia de la corrupción o el autoritarismo.

     Juan José Saer indudablemente queda como una figura faro cuya marca en las poéticas argentinas resulta naturalmente intachable, motivo por el cual lo dejé para el final sin demasiadas reflexiones. Pero desde fases experimentales hasta zonas narrativas del nouveau roman que, sin dejar de incorporar valiosos aportes a la cultura literaria argentina, es un autor que, desde Francia, produjo un corpus riquísimo de literatura de primer nivel, con fases claras en su producción, que van del experimentalismo a la ficción más clásica.

     En fin, procuraré en otros artículos consagrarles más detalladamente el lugar que así lo merecen, al igual que las poéticas de literatura infantil y juvenil argentina, que tienen por cierto mucho para decir, especialmente los nombres de varias firmas notables. En primer lugar, la de la figura hito de las poéticas de literatura para niños, María Elena Walsh, que también cultivó la música infantil. Adela Basch, Graciela Montes,  Ema Wolf, Laura Devetach, Gustavo Roldán, Guillermo Saavedra (también poeta, menos conocido por mí, pero sé de su excelencia) entre otros autores y autoras. Cierro entonces aquí con una serie de menciones que corre el riesgo de devenir un catálogo poco serio si estos creadores no son abordados con la suficiente profundidad o tramados según líneas estético/ideológicas. Incluso por afinidades, identificación de tradiciones, intermitencias en sus producciones, en fin, datos o ideas que los pongan en coloquio por lo que tienen de común o de divergente.

     Una figura femenina capital en el campo literario argentino es María Teresa Andruetto. Por su defensa de los Derechos de las Mujeres, por operaciones de rescate de esa tradición, por su trabajo en torno de la conflictividad social y política del orden de lo real, en particular lo nacional ligado a la última dictadura militar argentina. Pero también la literatura infantil y juvenil. Se ha visto beneficiada con infinidad de premios, uno de ellos capital, el “Hans Christian Andersen”, el máximo galardón a la producción infantil y juvenil del mundo entero. El “Nobel infantil”, lo han apodado algunos. También es traductora del portugués y mantiene una intensa relación con Italia, de donde son oriundos sus ancestros. De modo que está la línea genealógica de sangre que se une a la cultural.

     No dejaría de mencionar, eso sí, a Noé Jitrik, un productor cultural histórico en la cultura literaria, crítica, teórica y universitaria académica argentina, Prof. Honoris Causa por la UBA, en el campo de la investigación en Letras, volcado en los años más recientes al psicoanálisis en directa relación con la lingüística y la poética, que como una vertiente que trae saberes de la academia asusta con sus fantasmas del saber a muchas criaturas del campo literario e intelectual argentino por su envergadura creativa, de saberes y de potencia en caudal incluso informativo que no tiene parangón. También con una fuerte intervención en debates nacionales respecto de la realidad que juegan un rol fundamental como formador de opinión. ¿De qué modo podría pasarse por alto su nombre en la Historia cultural, en la Historia de la literatura argentina, en la Historia de la crítica, una de las cuales él mismo dirigió en una propuesta y un ensayo de lectura, en una recapitulación de un esfuerzo revelador de un conocimiento descollante? En fin, tomo nota de sus trabajos respecto de todos los campos de los estudios literarios y las humanidades en general. Ha sido y sigue siendo una personalidad de nota, de consulta en el campo intelectual argentino. Y su poética deja mucho para pensar respecto del modo en que diestramente digita tanto la arquitectura como los contenidos de sus diégesis.

     Liliana Bodoc tiene muchas cosas para objetarle a Borges. Y de hecho lo hace en los hechos, escribiendo, no confrontando ni polemizando ni traduciendo esa inquietud en ensayos. En su recoleto retiro a El Trapiche, Provincia de San Luis, escribirá la mejor épica fantástica de este país y probablemente de este continente. Esta objeción tiene que ver con decisiones estéticas pero, sobre todo, políticas. Toma distancia del fantástico puro para concentrarse en una épica, lo que es de una radical originalidad. Y también se desmarca de Borges en su sistema de referencias culturales que no serán los nombres importantes de los mausoleos ingleses y norteamericanos, anglosajones, digamos, sino los poetas latinoamericanos y argentinos. En la tradición de los más contestatarios. En tal sentido, se inscribe, pese a que su verosímil no es el realista, en otra tradición. Veremos a continuación qué tiene para decir otra mujer importante.

     En efecto, regresando a María Negroni, una figura tan colosal, sin desesperar, deberá pensar seriamente en cómo salir de una trampa probablemente en la que ella misma se ha metida a solas. En cómo eludir los pasos de los que ya no puede renegar. Ya no puede retroceder. Caería a un precipicio. La resistencia contra el maestro es abrumadora. En efecto: “¿Cómo salir de Borges?”, se preguntaba la crítica argentina Josefina Ludmer en 2000, en un artículo cuando trabajaba en la Universidad de Yale, en EE.UU., de la cual fue Profesora Emérita en su artículo homónimo, artículo incluido en el libro Jorge Luis Borges: intervenciones sobre pensamiento y literatura, una compilación de artículos colectivos. Es la misma pregunta que se vienen formulando los críticos de más alto vuelo tanto como los escritores de talla. En lo personal, que también soy escritor, además de crítico, sin tanto vuelo como todo este inventario de titanes, me encuentro también entre la espada y la pared. Nadie lo sabe. Sin embargo, todos sabemos que está y que no podemos dejar de leerlo o de haberlo hecho. Todos somos graves huérfanos, en permanente estado de precariedad, de una poética que se erige como una paternidad incontestable, como bien lo llamó el crítico y teórico literario argentino, lamentablemente ya fallecido, Nicolás Rosa, a este “Gran Padre Textual”. Si la pregunta es ¿cómo salir de Borges? Según los términos en que lo formuló la crítica argentina conjeturo que la pregunta entraña tanto riesgo como  peligros. Una pregunta que entraña demasiada incertidumbre, más angustia de la estética e identitariamente tolerable para un escritor. ¿Cómo salir de Borges para consolidar una poética auténtica? Tal vez la respuesta sea no haber entrado en él jamás. Pero, ¿acaso es eso posible, a esta altura del siglo XXI?

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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Es Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 se editó su libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, Melancolía (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía Reloj de arena (variaciones sobre el silencio). Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Obtuvo premios y distinciones internacionales y nacionales.