¿A qué llamo “lecturas arrobadas”? A esa clase de lecturas en las que nos sumimos de un modo tan intenso que terminan por comprometer nuestro propio presente, el de la lectura en directa relación con nuestro pasado y ese futuro que comenzaremos a construir en adelante. Mucho más en mi caso, en virtud de que ese futuro quedaría definitivamente unido a la lectura y a la escritura no solo como vocación sino como profesión.
La primera que recuerdo como una estremecida, fue Dailan Kifki, de María Elena Walsh. Una novela juvenil, que pese a su humor y su desparpajo, constituía el primer universo ficcional de extensión relativamente larga en el que un pre adolescente ingresaba. ¿qué vi en ese libro, por qué lo elegí de la biblioteca de mi padre? Las ilustraciones, probablemente puede que hayan ejercido su seducción. El nombre de su autora, conocido de lecturas y canciones de la infancia. Sin embargo, este libro ya me proponía desafíos distintos. Era mi primera novela. Ensayaba formas de interpretación y de comprensión del universo ficcional que no eran los mismos de antes.
Pego un largo salto brutal hacia el último año de la secundaria. Un inolvidable El extranjero de Albert Camus, que leo sentado en el banco en la vía pública, en unos jardines inmediatamente detrás del Palacio Municipal de La Plata. Un libro que me sacudió (supe que a mi hermano le había sucedido lo mismo) de un modo sin precedentes, devolviéndome especularmente una impresión de extrañamiento cuyos alcances no llegué a vislumbrar, pero que tenía una explicación. O eso creí, cuando estudié la obra de Camus en la carrera de Letras de la Universidad Nacional de La Plata, al año siguiente.
Hubo antes, en un viaje a Chile con mis padres, tirado sobre la cama, de hotel, la escena de lectura de Los jefes y Los cachorros de Mario Vargas Llosa que también me produjeron un impacto difícilmente olvidable. En un sentido muy distinto, claro está. No se trataba aquí de un planteo existencial, sino de uno, en todo caso, y si mal no recuerdo, de naturaleza social, de liderazgos, de grupos, del crecimiento viril.
No sigo un orden cronológico sino una asociación libre (mejor) y llego a Clarice Lispector alrededor de los años ‘90. Esa escritora marcaría mi escritura para siempre. Marcaría la idea de que la escritura debe llegar hasta sus últimas consecuencias, esa zona que ignoramos y hasta tememos llegar. Pero a la que como un mandato de excelencia si aspiramos a ser buenos escritores con una ética del oficio y de un compromiso honesto con las palabras, corresponde afrontar. Porque a la literatura de Clarice Lispector se le hace frente. Dos libros: Aguaviva y La pasión según G.H. Y dos escenas de lectura, que le robo al tiempo: un amor de juventud, con el que le leo a una mujer uno de sus cuentos. La otra, en un tren rumbo a Zapala, al Sur argentino, en laque una chica saca de su mochila un libro de Milan Kundera y yo, cambio, La araña. A partir de ese momento, otra clase de escena se desencadena y tiene lugar.
Los cuentos de Raymond Carver, por motivos muy distintos, como buen cuentista que he sido toda mi vida pero ahora en retracción me hicieron reflexionar a fondo sobre la forma, sobre los finales, sobre los contenidos, sobre qué representar en una obra literaria y qué dejar por fuera. Sobre la arquitectura y la dinámica del género. Argumentos conmovedores, como los contenidos en su libro Catedral. Un despojamiento engañosamente simple. Y el homenaje victorioso a su maestro Chéjov en su cuento “Tres rosas amarillas”. Cuentos de perdedores de la sociedad estadounidense, lo que otros no narran porque no los conocen o no encuentran la forma de hacerlo con arte.
Y si traigo a este catálogo de lecturas a Carver mucho antes no puedo dejar de citar a William Faulkner, un autor que me hizo revisar todas las formas narrativas que yo manejaba y conocer todas las excepcionales que él sí había introducido. De naturaleza experimental. Cada nuevo libro aportaba una nueva perspectiva. En cada libro se imponía, desafiante, nuevos retos, nuevas formas que evidentemente desde el interior de la creación lo ubicaban en un lugar de mirada privilegiada de la escritura en su envés.
Heminway no supuso un universo ficcional radical pero sí una reflexión sobre la categoría cuento, sus implícitos, lo que subyacía a sus profundidades. Lo que parecía una cosa pero era otra cuyo contenido hacía falta descubrir sin romper un encanto en cuya ambigüedad se cifraba la razón de su trabajo creativo original.
En el orden de lo poesía, Alejandra Pizarnik, hacia mis primeros años universitarios me heló la sangre. Uno ingresaba en un universo poético que embrujaba. Pero también por momentos era doloroso y en otros era temido. Pizarnik cautivaba. Recuerdo que leí estudios críticos, una biografía, recortes de diario. Su libro La condesa sangrienta, una relato bañado en sangre. Un castillo. Una estirpe que se vuelve afecta a torturar y asesinar vírgenes, mujeres jovencitas. Fue como una suerte de gran fascinación a la que no me podía sustraer de la que luego salí y a la que no estuve interesado en regresar. Comprendí por qué Silvina Ocampo le había dedicado su libro inédito de carácter póstumo “más personal”. Mi escena, la escena que recupero, es la visita a una Profesorado a regalarle uno de sus libros a una chica que me gustaba, el relato de alguna extravagancia de su vida. La mirada de ella, azorada. Pero también de cierto desdén. La vida con sus hijos a los pocos años.
Precisamente Silvina Ocampo fue otra figura que ya desde la escuela secundaria, con su libro Cornelia frente al espejo, de poética tan poco convencional, seguí leyendo indefinidamente, y sobre la cual escribí dos trabajos. Además de varias reseñas de sus póstumos. Fue una autora que ejerció una atracción por su escritura inquietante por momentos, cruel por otros, de fingida ingenuidad por otros, me interesó y me gustó mucho. La salida lenta de sus póstumos (que aún prosigue) o la re-edición de los publicados en vida, fue fuente de renovadas perplejidades. Y recupero una escena en una casa solariega en el balneario argentino de Cariló, apartado del grupo de los viajeros que compartían la casa conmigo, en tanto una y otra vez leía Las repeticiones y otros relatos inéditos. Un atardecer en silencio. Y las luciérnagas, ignoro si en el libro o en el parque. En ese mismo veraneo leí la Antología del cuento extraño, compilada, traducida y anotada por Rodolfo Walsh.
De confesar que Sartre y Simone de Beauvoir no me parecen virtuosos de la escritura, como ella misma lo confiesa. Pero aun así me provocan una adhesión a su proyecto, que apruebo, estudio, profundizo. Releo en forma permanente. Escribo sobre ambos o sobre el existencialismo francés, El segundo sexo en diálogo con su producción ficcional, sobre el que realicé un artículo para un libro que se editó en Buenos Aires.
Kafka también por cierto significo un impacto de esos que la vida nos regala. Siento que él ha sido capaz, desde una habitación solitaria de Praga, con una iluminación defectuosa, rodeado de frío y de nieve, con un padre hostil a su vocación y a él mismo, con fracasos sentimentales, alcanzar un nivel visionario. Capaz de distinguir en las tinieblas y las entrañas mismas de la Historia lo que sucedería en el siglo XX avanzado. Y lo que el siglo XXI arrastraría de distópico. La capacidad de ver, de presentir lo que advendría y plasmarlo sin panfletos ni pedagogías. La metamorfosis me había pasado por el costado (aún en traducción de Borges) en la secundaria, para llegar a este primer año de la Universidad con El proceso y automáticamente El castillo y luego América con los relatos leídos sin solución de continuidad. Entre la angustia, el encantamiento y ese poder fatal de cierta literatura de la que caemos presos, me condujo por pasadizos que aún hoy prosiguen. El cuento “En la colonia penitenciaria” con esas marcas en el tatuadas con grandes agujas en el cuerpo de los reclusos es la imagen perfecta de lo que un hombre es capaz de testimoniar en una fábula de modo estremecedor mediante la imaginación creativa pero también reveladora.
Manuel Puig durante la etapa de la escritura de mi tesis doctoral, que abordaba las poéticas de Angélica Gorodischer y Tununa Mercado, dos autoras que me marcarían de por vida en un sentido distinto en sus poéticas, indagando en ellas, profundizando en sus mecanismos constructivos, estudiando sistemáticamente en sucesivas becas y entrevistas el modo como memoria, disolución de la fábula, exilio, política, fragilidad, evocaciones, un Eros más parecido al pensar que a la literatura erótica en su versión oficial y menos interesante, en Tununa Mercado me condujo por los secretos senderos de la imaginación crítica. En Gorodischer, la imaginación más feroz y desatada.
Por supuesto que hubo españoles en esta historia que cuento. Carmen Martín Gaite, con su inteligencia siempre atenta a un humanismo con una integridad del sujeto me produjeron un interés y un placer que me llevaron a elegirla, con un éxito contundente en mis talleres de escritura. Aún hoy mis alumnos y alumnas me hablan de su libro Nubosidad variable como una marca fuerte en su historia. A mí me gusta su obra tomada en su conjunto, para percibir precisamente su devenir. Si bien debo declarar mi particular emoción frente a la lectura de El cuarto de atrás. Un libro fantástico y gótico a la vez.
¿De los teóricos literarios que estudié en Universidad? En primer lugar Roland Barthes. Luego Michel Foucault, los formalistas rusos, Juri Tiniánov, Mijaíl Bajtín, Julia Kristeva y recuerdo el impacto inolvidable de un libro titulado Todo lo sólido se desvanece en aire. La experiencia de la modernidad como un hito. Su autor es Marshal Berman.
Entre los latinoamericanos ni lo dudo: Diamela Eltit, Margo Glantz, Juan Rulfo, Elena Poniatowska, Gabriel García Márquez (sobre el que Josefina Ludmer escribió un libro) y Carlos Fuentes fueron poéticas que conocí desde joven, especialmente Rulfo, leído en la secundaria y luego en casa con sus cuentos. Universos que en mi idioma me hablaron sin embargo con otra música me enriquecía también a la hora de la escritura. Como un aporte que venía a sumar a mi capital lingüístico nuevas zonas de riqueza. La escena de Rulfo leyendo a los 17 años el living de mis padres, con la luz de la tarde cayendo sobre el libro como una catarata de frescura será para mí inolvidable.
Nathalie Sarraute me produjo con sus Tropismos una reflexión en profundidad sobre el modo como los procesos mentales puede ser representados en la escritura, esto es, en la representación literaria. Fue fascinante leer este libro a nivel de la contigüidad ente fluir del pensamiento, movimientos de la mente y representación literaria. Lo leí en traducción de Juan José Saer.
De las jóvenes generaciones de mi ciudad, el teatro (leído en la intimidad de casa, inédito o publicado) de Nelson Mallach, sumado a un narrativa que releo de modo incesante por su nivel de talento fue importantantísima para sentirme acompañado en mi ciudad. Una poética desafiante, de riesgo, que se lanza sin red a universos de la sexualidad, de la política, de la sociocultura sin detenerse ni siquiera en lo autobiográfico. Y, otra platense amiga, cuyos cuentos, obras de títeres para adultos y niños, sus novelas para jóvenes fueron un estímulo al punto de que cierta noche luego de leerla me empapó de tal talento creativo, que escribí un cuento que se publicó. Su escena es en la presentación de uno de sus libros juveniles, un espacio verde, lleno de tortugas. De la poesía en La Plata Azucena Salpeter (que todo lo pone patas arriba) es una figura que admiro profundamente. Y Néstor Mux es un poeta al que regreso. Una y otra vez. Como si estuviera cifrada en esos versos una parte de mi historia. De mi historia como hombre. Y de mi historia como escritor. Y de mi historia como padre. Y de mi historia como compañero en una pareja. Y de mi historia como alguien que no está dispuesto a resignar ciertos principios éticos y políticos. La escena es conversando con él, cierta tarde, tomando él un café, yo mate, en mi estudio, en una visita fugaz.
En el territorio de la literatura infantil, la escritura argentina Adela Basch significó un antes y un después en lo que hace a mi concepción del lenguaje poético, sus recursos, sus temas, sus formas y la posibilidad de lanzarse de modo atrevido a escribir teatro infantil en un país en el que las dramaturgas se cuentan con los dedos de de las manos. Nuestra común admiración por la argentina Griselda Gambaro, una influencia que también reconozco como propia en todos los terrenos de la literatura y de su posición ideológica. Griselda Gambaro con su narrativa, sus relatos, sus magníficos ensayos sobre política y sociedad pero también en otros escritos sobre teatro, sus libros de literatura para niños, podría decir que han sido no solo materia de trabajo crítico en muchísimas ocasiones, como la propia Adela Basch, sino también de jolgorioso deleite. Y con Adela Basch, más que una escena una anécdota: un audio que me envía desde el celular de mi hermano, desde Córdoba, Argentina, al encontrarse, reconocerse, darse cuenta de que es mi hermano y congeniar. Mi hermano Diego conoció a Adela Basch mucho antes que eso sucediera conmigo, su lector. Claro que hay un primer encuentro (y esto lo evoqué mucho después, porque lo había olvidado) en una Feria del Libro Infantil y Juvenil de La Plata.
En literatura infantil las argentinas Ema Wolf y Graciela Montes me resultan figuras importantes en mi formación como escritor y como crítico. Me han ofrecido desafíos, me han conectado con el universo de la imaginación desbordante. Y recuerdo escena de lectura, horas de clase enseñándolas, o bien durante horas de trabajo crítico. Y si entro en la literatura infantil, no puedo dejar escapar al nombre de la brasileña Marina Colasanti, cuya relectura en un lenguaje poético exquisito de los cuentos de hadas o simplemente de cuentos, también evocan escenas de lecturas, escenas de clases que dicté y de relectura o publicaciones de comentarios. Su estupenda poesía para adultos. Sus ensayos.
Borges leído en la época de la escuela secundaria, por fuera y por dentro del colegio, luego en la Universidad por fuera y dentro de ella. Luego enseñándolo, por fuera y por dentro de las aulas. En trabajos críticos tanto de periodismo cultural como académicos, hasta este presente histórico en que lo releo de modo permanente y escribo a favor de su literatura y los desatinos de su vida pública. Entre el reproche, la resignación y la fascinación.
Todo el corpus de María Negroni y Eduardo Berti en los que no me detengo son interesantes e innovadores, se los he dicho y he escrito sobre toda clase de sus libros. Negroni es una de mis maestras de escritura porque seguí un seminario de poesía en Buenos Aires, en la Universidad Torcuato Di Tella con ella. La escena es una noche, presentando uno de mis libros en La Plata, ella con Noé Jitrik y Tununa Mercado, que vienen en auto a la presentación de mi libro Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura. Un libro que con sus textos ellos integraron. Un regalo que les hago, y luego el jirón con la mano del adiós.
En la crítica argentina Josefina Ludmer pero también Noé Jitrik, Jorge Panesi y Enrique Pezzoni, David Viñas, que han hecho punta en lo relativa a cómo leer y a modos de leer. Y mi directora de tesis doctoral, María Luisa Femenías, con libros de una capacidad teórica insospechada sobre teoría de género. Se mezclan los libros de estudio con los libros de una profunda seducción.
Un verano tórrido en La Plata, una escena de lectura en mi estudio, leyendo a Sándor Márai, su escritura sutil, con sus tensiones calculadas. Su belleza deslumbrante. José Bianco, en sus ensayos y su compleja ficción narrativa.
La poesía y los ensayos del argentino Hugo Mujica, con quien cursé un seminario sobre Heidegger, me resulta sorprendente por su erudición, el abismo en el que me sume, su capacidad para la síntesis y la condensación en el marco de una poética del riesgo. Pero también una poética del silencio. La poeta argentina Dolores Etchecopar, minuciosa, mesurada, con un discurso poético sin estridencias. En uno de sus libros rehace su autobiografía. Sobre ese libro escribí un artículo. Lírica, respetuosa del lenguaje y del lugar que le confiere a la armonía.
Las dos Marguerite, Yourcenar y Duras, alimento gratificante. Asistir al espectáculo de la belleza incomparable (también del dolor). En el caso de Duras, la respiración entrecortada, el resuello, el dibujo del negro sobre blanco en el papel, de las muescas en los márgenes. La erudición elegante de Yourcenar, austera, que compromete el trabajo creativo con los grandes asuntos del hombre. Mi escena es onírica. Un sueño en que me conduce desde la puerta de casa hacia una mujer que podría haber amado.
Y como coronación de estas lecturas, con una voz peregrina, estas lecturas en el ático de una casa en la que está prohibido que ingrese la palabra en llamas, Liliana Bodoc se recorta, como la figura de máximo virtuosismo personal y una de las de mayor excelencia literaria. Con las jornadas intensas de verano de lectura, por el regalo de la alegría de mi hija al leerla, las escenas de escritura crítica incesantes, junto a su gemelo del sueño, el espléndido escritor argentino Héctor Tizón, ambos reinando en este Olimpo. La orgía perpetua, que se establece entre el libro, su amante y su autor..